Miércoles, abril 24, 2024

Dominio por el hambre

Cuando en la mayor parte del mundo, especialmente en los países pobres, se está tomando conciencia de lo que realmente significa en capitalismo neoliberal y surgen movimientos en defensa de la vida y en contra de este sistema aberrante, las grandes corporaciones del capital no pierden tiempo y lo mismo organizan movimientos golpistas en Venezuela para apoderarse del petróleo o instalan un gobierno de extrema derecha en Brasil, como también generan leyes para privatizar los recursos naturales y exterminar a la clase campesina que, por su propia naturaleza, escapa todavía a los campos de concentración del consumismo depredador y conservan aún la posibilidad de producir alimentos naturales y nutritivos, manteniéndose también al margen del lucro de las farmacéuticas sobre la salud humana.

Desde los años sesenta, y tal vez desde antes, la prospectiva capitalista identificó al enemigo más fuerte que se interpondría en su loca carrera de acumulación destructiva: los campesinos y especialmente los pueblos originarios que durante milenios habían cuidado y defendido los recursos de la madre tierra. La primera guerra desatada en contra de ellos fue la llamada “revolución verde”, que no es otra cosa sino desnaturalizar el trabajo productivo de la tierra transformando la agricultura en agronegocio comercial, altamente tecnificado, en nombre del progreso, altamente dependiente de los agroquímicos y altamente despilfarrador de energía; todo ello en nombre del “desarrollo”.

A la par, se implantó la idea de que el campesino tenía que salir de su “pobreza”, entendiendo ésta como la falta de acceso a los bienes superfluos que las sociedades urbanas ostentaban como modelo de felicidad: los campesinos tenían que consumir hamburguesas, refrescos, botanas; tener un refrigerador, un televisor. Sin embargo, la trampa no funcionó, porque a pesar de la propaganda seductora, el capitalismo fue incapaz de renunciar a sus ganancias para hacer realidad sus promesas: se mostró totalmente avaro en los precios de esos bienes innecesarios, pues ante todo está la “sagrada” ganancia. A pesar de las trampas, los campesinos no sólo resistieron, sino que no abandonaron su tierra y mantuvieron sus cultivos tradicionales.

Ahora, en la nueva guerra ya no hay promesas, lo que hay es simplemente el despojo de la tierra y los recursos por la violencia, ejercida a través de los conflictos sociales provocados, las guerras civiles, los grupos paramilitares financiados por las empresas, la represión social, la criminalización de la resistencia social, el empleo de grupos organizados como “grupos criminales”, supuestamente ajenos al gobierno y a los empresarios, el asesinato de los defensores de los recursos naturales, la promulgación de leyes absurdas y aberrantes disfrazadas de búsqueda de seguridad y desarrollo.

En este rubro, vale la pena destacar el caso de Argentina en donde ahora Monsanto–Bayer pretende imponer una ley que definitivamente prohíbe el uso e intercambio de semillas criollas para impedir que los campesinos sigan produciendo sus alimentos y en dado caso, tengan que consumir y pagar a alto precio las semillas transgénicas con su paquete tecnológico de venenos. Otro ejemplo es Colombia, en donde, ya existe tal prohibición, pero ahora con el pretexto de dar una “seguridad mínima” a los campesinos, se pretende aprobar una ley que los obligaría a cotizar de manera obligatoria para un fondo de retiro, administrado, por supuesto, por aseguradoras privadas que al final otorgarían pensiones de retiro irrisorias, en función de la capacidad de ahorro de los trabajadores del campo. Ante esta embestida permanente, como ciudadanos tenemos que defender la agricultura tradicional y boicotear la comida de los agronegocios que no son sino trampas mortales para nuestra salud y la del planeta.

Más recientes

Celebran el Día Mundial del Libro en Tlaxcala

El gobierno del estado, a través de la Secretaría de Cultura (SC), conmemoró el Día Mundial del Libro, en...
- Anuncio -
- Anuncio -