Viernes, abril 19, 2024

Cuarenta y nueve años

Han pasado 49 años desde aquel 2 de octubre de 1968, cuando la barbarie del grupo en el poder no tuvo límites e impunemente masacró a un número aún indeterminado de ciudadanos, principalmente estudiantes, que reunidos en la Plaza de las Tres Culturas expresaban su inconformidady desacuerdo a los oídos de un sistema político excluyente que sigue adueñado del poder hasta el día de hoy. Muchas cosas han pasado desde entonces y aunque muchos críticos coinciden en que esa fecha marcó un parteaguas en la conciencia de la sociedad mexicana y en su memoria histórica, también es cierto que la misma represión y las mismas masacres se han venido repitiendo por parte de los mismos verdugos, el mismo grupo en el poder, el mismo partido, los mismos intereses económicos que en el presente siguen confabulados para aplicar “castigos ejemplares”, asesinando o desapareciendo normalistas, defensores de derechos humanos, líderes sociales, periodistas o simples ciudadanos de a pie, cuyo único delito es exigir el respeto a sus derechos.

A la masacre de Tlatelolco han seguido miles y miles de muertos y desaparecidos por el Estado, justificados por los más variados motivos: desde grupos del crimen organizado, como la supuesta intervención de narcotraficantes en la desaparición de los 43 de Ayotzinapa,  hasta “imponer el Estado de  derecho” sobre los campesinos de Atenco que se defendieron del despojo de sus tierras, frente a la voracidad neoliberal de Peña Nieto y sus socios. A esos crímenes de sangre, habría que añadir una larga lista de despojos al pueblo mexicano: desde el fraude del Fobaproa, hasta el desmantelamiento de las instituciones y derechos arrebatados por los movimientos sociales, a la clase político–financiera, así como la entrega criminal de los recursos naturales al capital transnacional. Por más que el partido en el poder haga simulaciones y se haya retirado del escenario durante dos sexenios; por más que se camufle detrás de otros colores partidistas; por  más que  haga “refundaciones” y cambie la letra para “modernizar sus estatutos y principios” y jure y perjure que se trata de un “nuevo PRI” que condena la corrupción, cuando está plenamente sumergido en ella, no hay que perder de vista que es el mismo grupo que hace 49 años masacró a los ciudadanos,  el mismo que desde Alemán traicionó a la Revolución de 1910. Frente a este grupo de vendepatrias, la sociedad ha ido aprendiendo a no dejarse engañar y a irse organizando, tal como lo demostró en las recientes catástrofes naturales que han azotado al país, especialmente los dos fuertes terremotos que devastaron ciudades y pueblos, dejando al descubierto no sólo las irregularidades en las construcciones, y los engaños en el pago de seguros, sino sobre todo la incapacidad de lo que queda de Estado, para responder a este tipo de emergencias, mostrando en cambio su voracidad por sacar provecho de ellas tratando de apropiarse de la solidaridad ciudadana y armando campañas mediáticas, que ya no convencen a nadie, para presentarse como institución socialmente responsable.

Ahora viene la etapa de más fraudes y mentiras: ya se habla de la necesidad de endeudar a los estados para reconstruir; se habla de promesas de “donar recursos” por parte de los partidos políticos; se habla de ahora sí contratar a empresas constructoras honestas… pero todo son palabras huecas… y el 2 de octubre nos lo recuerda.

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