Jueves, abril 25, 2024

Crispín moldea el barro y bronce a pesar de la ceguera

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“Ni la pobreza y mucho menos la ceguera me van a poder quitar de mi pasión de ser escultor”, advierte Crispín Guillén Montiel, quien asegura que mientras sean sus manos y dedos los ojos de su alma, podrá seguir expresándose a través del barro y el bronce.

Su vida ha cambiado en los últimos meses, los estragos de la terrible enfermedad de la diabetes y la presión arterial alta le han minado su salud y su cuerpo, pues ahora prácticamente es invidente y sus facultades en las piernas también se han visto afectadas.

Pero “gracias al creador”, como asegura el hombre de casi 55 años de edad y originario de Terrenate, esos padecimientos no han mellado su pasión por la escultura, profesión que acogió “por azares del destino” y en la cual ha vivido prácticamente las últimas cuatro décadas de su vida.

“Provengo de una familia en las que fuimos 14 hermanos y como habrá de imaginarse en aquella época y por las condiciones de pobreza que hay en el pueblo, me vi en la necesidad de irme a la Ciudad de México en donde conseguí trabajo como mozo, pero no en un lugar cualquiera, sino nada más y nada menos que en los talleres del maestro Humberto Peraza, en donde tuve mi primer contacto en algo para mi desconocido, pero que me impresionó desde el primer momento”, rememora.

Su labor en un inicio era limpiar aquí, barrer allá, sacudir y recoger todos los desechos generados en la labor de la escultura. Pero “como no me gustaba hacer el aseo, tuve que buscar la manera de estar más tiempo en el taller, trataba de apurarme para que cuando regresara de comer entrara al taller, pero ya no a limpiar, sino para darles algunas ayudas en el limpiado y detalle de las obras, así fue como empecé a aprender esta apasionada profesión”.

Así fue acogiendo los conocimientos de su mentor, pero prácticamente fue hasta 1982 cuando tuvo sus primeros encargos como responsable de escultura y “debutó” con la realización de una obra monumental de 10 metros con la figura del ex presidente de México, Lázaro Cárdenas del Río, que se puede admirar en el eje central del mismo nombre de la capital del país.

“Era una obra muy grande y como necesitaba de muchos jóvenes, ahí tuve cabida. Y yo sin estudiar arte, ni anatomía ni nada, fue mi sensibilidad la que permitió que el maestro me dejara como responsable en esa y otras obras”, refiere con emoción, mientras coloca unas plumas de bronce a un penacho de huehue, su obra más reciente que está por entregar.

Fue tal su éxito y labor de conjunto con el maestro Humberto Peraza que participó en la realización de más de una docena de esculturas de este tipo y dimensiones, entre las que destacan el Cuauhtémoc, el rey poeta Nezahualcóyotl, el monumento a Cantinflas y Eloy Cavazos, que se ubican en la Plaza de Toros México, así como el famoso pase del trincherazo del llamado tormento de las mujeres, Silverio Pérez y el monumento charro al paso, colocada en Huichapan, Hidalgo, además de las primeras esculturas de los presidentes de México que fueron colocadas en Los Pinos, y el monumento a Abraham Lincoln ubicado en la frontera de Estados Unidos, misma que tiene 10 metros de altura.

Sin embargo, don Crispín recuerda que para ese entonces ya tenía obligaciones familiares y decidió labrar su propio camino y aunque pareciera extraño, ha sido profeta en su tierra Tlaxcala, al permitirle elaborar al menos 16 obras monumentales.

En su haber tiene unas 16 obras monumentales, entre las que destacan José Manuel de Herrera y  el torso del  ex obispo Luis Munive, ambas hechas de bronce y colocadas en Huamantla. También tiene un guerrero, ubicado en el municipio de Tetla de la Solidaridad; otra escultura de Francisco Villa montado en un caballo, de 3 metros de alto, ubicada en el municipio de Sanctórum.

También  hizo una réplica del Ángel de Independencia, ubicado en la entrada del municipio de su tierra Terrenate y ahí también, solo que en la comunidad de Toluca de Guadalupe, existe un huehue, representando la danza de los cuchillos. Además realizó el mariachi monumental que existe en San Cosme Xaloztoc, el general Felipe Morales que está instalado en el municipio de Axocomanitla y otras obras como los bustos de los próceres de la patria,  Miguel Hidalgo, Josefa Ortiz de Domínguez y José María Morelos, ellos colocados en Las Escalinatas de los Héroes en la ciudad de Tlaxcala, aunado a ello, por encargo, muchas de sus piezas en miniatura han sido comercializadas en países como España, Estados Unidos y Venezuela.

Sin embargo, reconoce don Crispín que hasta ahora su profesión sólo le ha dado satisfacciones emocionales, pero no económicas, ya que la obra de un escultor, como él, es apreciada pero no valorada en su justa dimensión, de ahí que esté sumido en una condición económica “complicada”.

“Desgraciadamente o afortunadamente escogí una profesión que es complicada y muchas veces incomprendida. A veces no nos da para comer y muchas de las ocasiones la familia hasta se molesta porque llegamos a casa sin dinero para por lo menos echarse algo al estómago. He luchado contra viento y marea para no dejar mi carrera, a pesar de que estoy mal de salud”, admite con un dejo de tristeza.

Pero esa situación, afirma, no lo ha hecho claudicar en su pasión e ideales, porque ahora “pese a que no veo, sigo trabajando en lo mismo y la gente que me conoce y me visita queda impresionada cuando se da cuenta que he dejado de ver y así sigo como mi trabajo y así seguiré hasta que lo permita las fuerzas, porque mientras no pierda la sensibilidad en la mano y la siga conectando con el corazón, seguiré haciendo mis obras, voy a seguir entregado al arte y la escultura y espero nunca dejarlo.

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