Para nadie es desconocido que las contiendas electorales guardan una lógica de mercado, es decir, las políticas gubernamentales generan una enorme cantidad de necesidades, fundamentalmente básicas, mismas que después serán estudiadas, ponderadas y ofertadas como soluciones dentro de las plataformas políticas de las y los candidatos. Los procesos electorales se viven como meros ejercicios mercadotecnólogicos, literalmente se manipulan las imágenes de las y los candidatos. Este modelo es vigente debido a que, desafortunadamente, no existe una concepción ciudadana y un verdadero ejercicio.
Si por ciudadano o ciudadana entendemos a las personas que reconocen sus derechos legítimos y los exigen ante sus autoridades, veremos que realmente la ciudadanía es muy débil. Hace algunos días en un taller realizado con personas universitarias observaba cómo se desconoce una gran cantidad de derechos humanos que poseemos: a vivir libre de violencia, al agua, a nuestros territorios, al ambiente sano, educación de calidad, vivienda, al acceso la justicia, la no discriminación, etc., prácticamente no son reconocidos. Este desconocimiento de nuestros derechos genera una imposibilidad de su exigencia y de su vivencia.
Durante las últimas décadas se ha mostrado cómo la vía electoral no ha servido realmente para promover, proteger y respetar los derechos humanos, sino únicamente como ejercicios en los cuales las y los candidatos en turno van apropiándose del lenguaje que representan las exigencias de luchas y movimientos ciudadanos, así, no es de extrañarse que de la nada surjan discursos a favor de las mujeres, contra la trata, para la protección de las migraciones, para el mejoramiento de empleos, en fin, aquellos que estén representando las necesidades sociales más sentidas o demandadas. Estos discursos suenan huecos entre otras razones porque, o son mal empleados debido a la ignorancia en ellos, o su pasado y su presente no muestran mecanismos claros para responder a dichas necesidades.
La ciudadanía no es una categoría electoral, es un ejercicio de derechos humanos a partir de su toma de conciencia en todos los espacios de la vida. Ciudadano, o Cuidadano, como lo diría Gioconda Belli en su novela El País de la Mujeres, es quien sabe lo que afecta a su vida, la de sus vecinos y la de su país; es el que cuida al otro y la otra; quien en sus acciones cotidianas apuesta por una vida digna y feliz, oponiéndose a los sistemas que generan opresión, explotación y muerte. La vía electoral, como se ha vivido en las últimas década, ha sido reducida y manipulada a favor de los grupos de poder político y económico, por lo que esta vía no ha servido para implementar modelos educativos que permitan un verdadero desarrollo humano más allá del modelo económico, no han servido para eliminar la violencia hacia las mujeres, no han podido terminar con la explotación sexual de mujeres y niñas ni con su desaparición sistemática, no han podido implementar políticas industriales respetuosas del ambiente, no hay propuestas de movilidad y generación de energía sustentable, no han servido para el verdadero reconocimiento de los derechos de los pueblos, y la lista puede continuar.
¿Es posible una salida de la actual crisis económica que vive nuestro país y nuestro estado? Claro que lo es, pero ello se dará en la medida que las personas se reconozcan ciudadanía, en la medida que se organicen y generen los cambios en los diferentes campos de la vida. Es muy probable que más de uno o una considere ésta una posición utópica y es correcto, porque en el actual escenario político solamente los sueños y las utopías pueden representan un verdadero proyecto alternativo. Obviamente las utopías para constituirse en proyectos políticos no pueden quedarse en meros sueños, se requiere fortalecer la formación y las capacidades de organización de las otras personas y de los pueblos que miran esos mundos alternos, así es como la sociedad civil ha ido caminando en sus exigencias y ha sostenido sus luchas por varios años.
Ciudadanía no es emitir un voto, ello en muchos casos incluso puede representar validar un sistema de corrupción y explotación. Ciudadanía también es estar en las fiestas de tu pueblo, organizarlas, cuidar cada uno de los lugares importantes como los bosques y las montañas, defender el derecho a una concepción alternativa de vida; ciudadanía es negarte a comprar productos de empresas explotadoras o contaminantes, negarte a mercantilización de los cuerpos humanos y de los mismos derechos humanos. En esta concepción de la ciudadanía resulta que los actuales procesos electorales son un traje que nos queda demasiado corto.
Ser ciudadano o ciudadana implica una vocación profunda de respeto a los derechos de las personas en la que siempre se busca el bien común y no los privilegios, esto último buscado por casi la totalidad de quienes asumen candidaturas.
Hoy vuelven los falsos discursos en la que las y los candidatos vienen a decirnos que quieren servirnos. ¿De verdad quieren servirnos? Muy bien, visiteme fuera de los tiempos electorales, camine conmigo en las marchas ciudadana sin buscar los reflectores, luche conmigo contra las múltiples violencias que nos aquejan, participe en nuestras juntas de barrio, haga faena con nosotros, sea parte de nuestras tradiciones sin vernos folclóricamente, renuncie a sus altos salarios, haga comisiones honoríficas en la comunidad, luche por la gente explotada… y luego de todo ello espere a que nosotros y nosotras, si consideramos que es un bien vecino y ciudadano, le propongamos servirnos.
Habrá una verdadera ciudadanía el día en que como personas seamos conscientes de nuestros derechos humanos, el día en que los exijamos y los vivamos, en esa lógica los procesos electorales como actualmente los vivimos son una vía sumamente reducida para ser ciudadanos o ciudadanas, quizá incluso no funcional.