La actual coyuntura electoral plantea a las fuerzas políticas la necesidad de pensar el presente y plantarse frente al futuro deseado, como compromiso adquirido para alcanzarlo. Por supuesto, aunque el nivel del debate sea todavía pobre –cómo podría ser de otro modo si la campaña de Meade la conducen Nuño–, el que recomienda “ler”, Eruviel, Moreira y Lozano, quienes saben de manipular resultados electorales, pero carecen de la capacidad política necesaria para emprender un debate serio, sin descalificaciones y con alguna propuesta, como no sea más de lo mismo; en ese mismo tenor, está Anaya, bravucón y arrogante, quien pretende hacernos creer que por saber hablar inglés y francés puede ser buen gobernante, aunque no ha expuesto una sola idea que lo certifique; sin embargo, en general, se enfrentan dos proyectos no sólo económicos, sino también de sociedad.
Una de esas propuestas propone la continuidad del proyecto neoliberal, el libre mercado, las privatizaciones que faltan –la del agua y la naturaleza–; la desigualdad en la distribución de la riqueza y el ingreso; el empleo precario; que propone una educación alejada del pensamiento crítico y basada en la mera capacitación y adiestramiento; una economía que, para su reproducción, depende, esencialmente, de la inversión extranjera y el endeudamiento. Este proyecto, se sostiene en la democracia representativa, donde el ciudadano elige, pero no decide y se le induce a considerar a la política como una actividad despreciable. Así, el analfabetismo político, el desinterés, el conformismo y el nihilismo inducidos fortalecen el consenso de la dominación neoliberal. Este proyecto es sostenido el PRIANPRD et al.
El otro proyecto, que para algunos se ha corrido hacia el centro con el fin de atraer a sectores sociales que no se habían acercado al proyecto alternativo de nación, en buena medida, por las campañas de miedo y odio diseñadas por publicistas expertos en “demonizar” a los adversarios de quienes pagan sus servicios. Este proyecto propone el crecimiento económico basado en las fuerzas y recursos internos, el fortalecimiento del mercado interno mediante políticas de redistribución del ingreso y la riqueza; así como el rescate del sector energético, la transformación de la estructura productiva para diversificar las relaciones con el exterior y no depender de la dinámica de la economía estadunidense: apoyo al campo y a la pequeña y mediana empresa. Se trata de una especie de proyecto socialdemócrata cercano al Estado de Bienestar, que, suponemos, se decidió considerando lo posible, más que lo deseable. Este proyecto, encabezado por López Obrador, requiere para llevar a cabo los cambios que propone, por ejemplo, revertir las reformas impuestas por Peña Nieto, depende del apoyo popular y de otras fuerzas sociales que, incluso, han estado cerca del poder.
Lamentablemente, en esta confrontación falta, y hace mucha falta, la izquierda socialista, por definición anticapitalista pero que propone una sociedad basada en la propiedad social sobre los medios de producción, es decir, una sociedad que pone fin a la explotación, justa, solidaria, democrática y respetuosa de los derechos de la naturaleza. Esa opción política habrá que construirla, mientras tanto, no es el tiempo de dudas, porque está en juego el futuro de México.