Como pocas veces, quizá la última en 1994, el país inicia un año convulso, situación que a muchos nos sorprendió. En alguna colaboración cercana, decíamos esperar que, en 2017 se comenzara a escribir el prólogo del cambio verdadero. Lo decíamos porque percibíamos disposición y ánimo entre la población para desafiar al poder y organizarse para forjar una nueva mayoría capaz de ganar los procesos electorales de este año y, sobre todo, el de 2018. Sin embargo, nunca imaginamos la respuesta de la población ante el aumento del precio de las gasolinas, no se trata de una movilización regional, localizada en algunos estados, es una extraordinaria movilización social en todo el país y más allá de cualquier signo ideológico, para protestar por un nuevo aumento en las gasolinas, que impacta los precios de otras mercancías. Es factible que la movilización no la haya provocado, exclusivamente, el elevado precio de las gasolinas, más bien, se trata de una acumulación de agravios, de mentiras y de frustración por no ver alternativas reales al desempleo, la pobreza generalizada, la corrupción en todos los ámbitos, la desigualdad entre las clases, los obscenos ingresos de la aristocracia gubernamental que, además de enriquecerse con recursos públicos, hace alarde de esa riqueza con mansiones y autos de lujo protegidos por agresivas escoltas que, por razones nimias, agreden a los ciudadanos comunes, indefensos ante las arbitrariedades y la impunidad de los agresores. Hay desesperación, desconfianza y hartazgo.
Y que días hemos pasado en Puebla. Noticias falsas de saqueos; mensajes de voz que advertían sobre balaceras en las calles de la ciudad y advertencias de violencia terminaron por avivar una paranoia que, particularmente el jueves 5, terminó por cerrar muchas tiendas de cadena, muchos expendios de gasolina y muchos pequeños negocios siguieron a los mayores; hubo compras de pánico en las pocas tiendas abiertas y, para rematar, un mensaje del presidente que pretendía aclarar las razones por las cuales se elevaron los precios de las gasolinas, terminó provocando una mayor irritación, pues nos pintó un panorama apocalíptico de no haberse elevado el precio de la magna o del diesel con la pretensión de hacernos creer que el aumento viene de fuera: subieron los precios del petróleo, dice el presidente y de las gasolinas que importamos; pero no explicó por qué cuándo el petróleo costaba menos que 100 gramos de pistaches, la gasolina en México no bajó ni un centavo. ¡Ah! Y dijo que, si no se elevaban esos precios, no habría empleos en México, pero confesó que, a pesar de todo, había despedido a 20 mil trabajadores al servicio del Estado, claro ningún funcionario de alto nivel, por el contrario, a sus amigos los acomoda en el gabinete. Tal es el caso, por cierto difícil de comprender, de Luis Videgaray, designado secretario de Relaciones Exteriores, un verdadero disparate. El propio Videgaray dijo cínicamente no saber nada de lo que hace esa Secretaría, que no era diplomático y que llegaba a aprender.
Finalmente, la culminación de tanto disparate, fue que, a tontas y a locas, de manera improvisada, sin ideas claras se convocó afirmar el pomposamente llamado “Acuerdo para el Fortalecimiento Económico y la Protección de la Economía Familiar.” El Acuerdo no logró la unanimidad buscada, ni la Coparmex ni la Conago lo firmaron, pero, sobre todo, el ciudadano que se manifestó en todo el país no encontró en ese improvisado Acuerdo sentido alguno, lo cual no es sino un fracaso político más de los muchos que ha atenido, y a parecer seguirá teniendo, Enrique Peña Nieto.
Ante esta situación, las fuerzas progresistas tienen, hoy, la tarea de convertir la ira colectiva en un movimiento activo de protesta pacífica, con objetivos claros y reivindicaciones que constituyan un programa alternativo al modelo neoliberal.