Viernes, abril 19, 2024

Tras la batalla del Zócalo, ¿el aprendizaje del miedo?

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zocalo

 

Mañana sabremos si la ruta de la involución en México se frena o apenas inicia la espiral del horror permanente: los maestros intentarán volver al Zócalo del DF y Mancera ya confesó a El Universal  su verdadera misión: “que desistan, lo digo de manera responsable, respetuosa a su movimiento, a sus ideas, de afectar a la ciudad mayormente”. Su español empeora pero el discurso del orden es el nuevo mantra de Miguel Ángel Mancera.

Tras la primera batalla del Zócalo, el 13 de septiembre, un desalojo violento y abrumador, las persistentes señales de la vuelta al tolete se hicieron claras. Los, maestros de la CNTE llegaron al DF en agosto porque se dieron cuenta que el gobierno federal iba a imponer el libro despido de docentes en cuestión de días. La contrarreforma sería ratificado en las dos cámaras del Congreso de la Unión como parte del acuerdo entre el PRI y los grandes empresarios, encabezados por Alberto Baillères, hijo del fundador del ITAM.

Una reforma educativa centrada en lo laboral, o la humillación legal de unos maestros, sin sueldos ni aulas dignas, evaluados por un organismo semiprivado capaz de decidir, incluso, su continuidad en la empresa. El fin de la enseñanza pública que la revolución mexicana prometió y no dio. Promovida por el mismo partido que la enterró, el siempre camaleónico PRI.

Delirio neoliberal importado de EEUU que se impondrá a un costo descomunal. Pero la cruzada  empresarial no parará hasta tomar las últimas posiciones. Los dueños de México que por décadas prefirieron dejar morir la educación pública terminaron por descubrir que también las escuelas podía ser fuente de negocio tras la “autonomía de gestión” y la destrucción de los derechos laborales.

Así que inaugurando las reformas de tercera generación, el PRI de Peña decidió que todo se vale para servir a los financieros de su campaña. Y se dispuso a cumplir con su exigencia  que los maestros fueran sacrificados. Su extrema resistencia se hizo presente en el DF donde  los docentes llegaron a tomar la Cámara de Diputados. En contra de la mayor oleada clasista-racista desde el 2006, o el llamado de los medios al asesinato del pinche maistro, su activismo puso la cuestión educativa en la agenda nacional.

Todo el mundo vio como las leyes secundarias de la reforma educativa fueron aprobadas al margen y en contra de los maestros. Pero algo más sucedió. En su desesperada resistencia, La CNTE rompió la reglas no escritas de la simulación democrática; no tomar periférico, no impedir el tráfico aéreo, no ocupar recintos legislativos y la más importante de todas o nunca jamás impedir el grito del poder la noche del 15 de septiembre y menos aún el desfile militar del 16 de septiembre en el Zócalo  e inmediaciones.

En este mundo de hipócritas, llena de gente decente, amante de las formas republicanas y la privatización de lo público, lo ilegítimo es que las víctimas se nieguen a cumplir órdenes. Esto hicieron unos centenares de maestros la tarde del 13 de septiembre del 2013.

 

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Y el estado mexicano, como un solo hombre, decidió demostrar el destino que le espera a todo revoltoso. Desde el famoso búnker de Tlaxcoaque los gobiernos local y federal operaron la tarde del 13 de septiembre del 2013 una monstruosa operación cuasi militar para el desalojo, o recuperación, del Zócalo capitalino. Gases lacrímogenos y tanquetas de agua, legiones policiales en el centro histórico y convoyes desfilando por toda la ciudad. La fuerza desnuda del poder en prime time.

A muchos nos quedó claro que la última fase del plan de choque diseñado en 1988 no admite negociación alguna: los maestros deben ser despedidos a placer, el petróleo entregado a las multinacionales, la Seguridad Social dinamitado vía reducción de las cuotas patronales y los impuestos amentados por doquier para cubrir el faltante de la renta petrolera.

A sabiendas que una agresión así no se discute con los afectados, Peña Nieto decidió comprar todos los apoyos parlamentarios y recordarnos el motivo por el cual tuvo el masivo apoyo de la burguesía mexicana en las elecciones presidenciales del 2012: su capacidad de reprimir sin límites que el operativo de Atenco dejó en claro seis años antes. Miedo y violencia, apoyados por un alcalde defeño forjado en la intrínseca corrupción de la Procuraduría General de Justicia del DF, remanso de licenciados impunes que es  el fermento ideológico de Miguel Ángel Mancera.

Este miércoles 18 de septiembre, cuando los maestros vuelvan al lugar del cual fueron desalojados, sabremos si en verdad el futuro se parece tanto  al pasado.

 

¿Tolete, cárcel y exilo?

 

El optimismo se antoja suicida. Hay un  esquema que se repite desde el 1 de diciembre del 2012 cuando la represión policial hizo su aparición en la capital de México. Desde entonces las detenciones irregulares contra estudiantes (de preferencia latinoamericanistas de la UNAM) se volvieron norma. El terror, nada difuso, que se siente desde el viernes 13 de septiembre parece el siguiente paso de este patrón maldito. En aquella que una vez fue Ciudad de la Esperanza se cancela el futuro a un ritmo acelerado. Solo se ven policías y militares ocupando el centro, vigilando a los docentes, esperando órdenes para la siguiente “intervención”.

 

 

El temor ha vuelto.

El profetismo facilón resultó verdadero. La vuelta del PRI, o el segundo salinato, será el fin de esta ciudad como trinchera de la libertad. Y la traición llegará gracias a un gobernante elegido por una mayoría de defeños no adictos al estilo priísta de gobernar. Puede que mañana mismo las imágenes del horror no se repitan pero volverá a pasar más pronto que tarde. Hace demasiado tiempo que la sangre del inocente corre por todo México. Así que la capital no iba a escapar de la parca. La jauría llegó al DF y los lobos ocuparon el Zócalo en el primer viernes 13 de la democracia oligárquica. Si no lo recuperan los maestros, pronto perderemos algo más que la primera plaza de la nación. Y no es broma ni acertijo. Pura pinche realidad. Queda una pregunta (casi) retórica.

¿Vale la pena vivir en un país que trata así a sus maestros?

Eso se cuestionaba  mi suegra  al ver el estado de miseria de los maestros refugiados en el Monumento a la Revolución tras defender el Zócalo capitalino. Dos quincenas sin sueldo y todas sus pertenencias perdidas en el asalto, se apretujaban los docentes entre el frío y la lluvia. Cercados por el hambre, descubrieron, al fin, la solidaridad de los chilangos. Las imágenes del 13 de septiembre reactivaron la perdida solidaridad del DF.

Más vale tarde que nunca.

La mecha que está prendiendo, las huelgas que están naciendo, la protesta que está creciendo. Esta es la parte rescatable de un viernes infernal. Pero igual un país hecho para que unos pocos jodan al resto es cualquier cosa menos una nación.

Veremos, desde ya, si este protectorado sigue la ruta de la muerte, forzosa en todo orden (neo)colonial. Reprimir a sangre y fuego para que los de abajo entiendan quien manda y quien obedece.

Vuelvo muy pronto a mi patria tras una corta estancia en Barcelona. Y retumba en mi cabeza aquel fragmento de una vieja canción del antifranquismo español: Presiento que tras la noche vendrá la noche más larga.

 México duele. Duele demasiado.

 

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