Jueves, marzo 28, 2024

Tigre feroz y arbitraje al garete

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Todas las dudas que el equipo del Tuca fue acumulando a lo largo del torneo se desvanecieron como por ensalmo al calor del Volcán y bajo torrentes de lava francesa. Lo que significa que André–Pierre Gignac resurgió de sus cenizas, tomó por la cola al Puma y lo lanzó por encima de las tribunas hacia el exterior. Quién sabe si los restos del felino estén todavía en órbita y yacen en algún basurero del rumbo.

Al poco rato, en la fronteriza Tijuana, Xolos le metía miedo a un León con más apariencia de gato doméstico durante la mayor parte del encuentro. De hecho, el local lo tuvo eliminado durante casi todo el segundo tiempo. Hasta que Boselli se acordó de quién es y, secundado por el gol de Montes, liquidó la cuestión.

Echará en falta el amable lector referencias a los encuentros dominicales, programados tan a deshoras que ahora mismo me resulta imposible conocer sus resultados. En teoría, debieran ser Chivas y Tuzos los semifinalistas. Pero solo en teoría. Porque la verdad es que ni uno ni otro dejaron buenas sensaciones en la ida. Así las cosas, lo que por ahora podemos afirmar es que, si tales pronósticos se confirmaran, la antesala por el título emparejaría a Pachuca–León y Tigres–Guadalajara. Pero de combinarse una victoria tapatía con tropezón hidalguense, las llaves serían Tigres–León y Chivas–Necaxa. Ahora que, de ocurrir lo contrario, tocarían Pachuca–León y Tigres–Necaxa. Y si de plano los rayos hidrocálidos hacen la chica en el Hidalgo y las Chivas salen derrotadas de su Omnilife, a prepararse para ver 180 minutos de un Tigres–León y otros tantos del América–Necaxa.

Como quien dice, que hablar de semifinales en el estado de indefinición en que me encuentro es como bordar en el vacío. Tuya, lector amigo, la última palabra.

Lo mejor de la semana. Lo de Tigres ha sido soberbio. Cierto es que tuvieron la suerte de anotar muy temprano en los dos juegos. Y que a partir de ahí, Ferretti, viejo zorro, pudo replegar a su equipo y regodearse con el contragolpe, favorecido además por la recuperación casi mágica de un ataque que, andando bien, no tiene par a escala nacional: Damm y Aquino por las bandas, Gignac por el centro y Sosa libre. Entre el galo y el che armaron en CU una pared deliciosa, buena para el 1–0 del miércoles. Luego fue cosa de aguantar, bien pertrechados atrás, y aunque Pumas logró el empate con el penalti de Barrera, apenas iniciado el complementario la visita volvió a timbrar –recepción y zurdazo fabulosos de Jurgen Damm–, obligando a los capitalinos a abrirse nuevamente hasta que Fidel Martínez consiguió el empate definitivo. Tigres regresaba a su cubil como favorito, pero sin que nadie supusiera la humillante goleada que Pumas iba a traerse de regreso.

Porque si, apenas al minuto 3, el Volcán estallaba de júbilo por culpa de Gignac, lo que siguió fue sangrante. Bien armado atrás, el cuadro regio esperó a que los Pumas se aburrieran de sobar la pelota –Pikolín hacía de líbero, y Verón y Alcoba invadían con descaro territorio enemigo al tiempo que sus laterales también se adelantaban: el resultado era un nudo inextricable. A ese suicidio táctico tenía que sucederle el fáctico. Porque el colmilludo Ferretti no tuvo piedad del novato Palencia: lo invitó a venir, lo esperó con un embudo tipo catenaccio y lo trituró a contragolpes. Si el árbitro concedió algún gol en fuera de juego –el segundo de Gignac, bellísimo por cierto–, la cosa pierde importancia a la vista del marcador. Cuatro goles galos –triplete de André–Pierre y de su paisano Delort el 5–0 definitivo–, más el autogol de Verón que hizo el 2–0.

Santander, perdido. El León había barrido con Xolos a media semana y Boselli debió incrementar el 3–0 cuando, a cinco minutos de iniciada la revancha, le entregó a Vilar un fusilamiento neto. Pero de ahí en más, todo se enrareció. Primero, el árbitro se extravía por completo, deja seguir tras la coz del güero Yarbrough sobre Avilés Hurtado, rodeado de xolos protestones saca una amarilla y sanciona algo fuera del área leonesa, viene su abanderado a avisarle que hubo penal, y entonces el juez se desdice y ordena el cobro desde los 11 metros. Increíble. Tras el lanzamiento de Dayro Moreno –pasó al ladito de un Yargbrough que no reaccionó–, la expulsión de Juninho, los dos goles del local, ya diezmado, en la agonía del primer tiempo (obra de Yasser Corona y Guido Rodríguez, aprovechando sendos rebotes). Y el repliegue total del segundo tiempo, mientras el León se perdía en un ejercicio de inocua tenencia del balón que, muy al final ya, con las reservas físicas del local agotadas, Boselli acierta con aquel frentazo contundente del minuto 81, y Montes asegunda en seguida, para el 3–2 final y la calificación leonesa (5–3 en el global). Reconozcamos que el superlíder –mal dirigido por el Piojo– hizo un papelazo. Pero también que en este encuentro de vuelta, el León anduvo lejos de lo esperado.

América–Guadalajara. El llamado clásico de clásicos lleva décadas viviendo de rentas añejas, amplificadas por la publicidad televisiva y los fanatismos sin fundamento. Y la noche del jueves volvió a ocurrir que este encuentro –el que máxima expectación concita– resultara el más pobretón de los cuartos de final. El balón era casi un estorbo, a todo mundo le rebotaba. Los encontronazos y las faltas se sucedían. Y las contadas oportunidades de gol derivaron de errores democráticamente compartidos, que a veces terminaban en remates fallidos, a veces en aciertos de los arqueros. El América se puso al frente con una sutileza de William de Jesús, inesperada en jugador tan reñido con la clase. Y el penal del empate –ejecutado con gran autoridad por el veterano Salcido– lo provocó una novatada del defensa americanista Álvarez. Quite usted un rato de Renato Ibarra en el primer tiempo y ciertos destellos de Javier López cuando entró de cambio, y el resto pertenece a la miseria futbolística. Ambos jugadores, por cierto, aprovechando el único trozo de cancha digno de tal nombre, pues entre las causas del mediocre espectáculo y los frecuentes choques, caídas y lesiones –como la de Sambueza, marginado tempranamente de la lucha– estuvo en las deplorables condiciones del terreno, cortesía de los desaforados derrapones y costaladas de Raiders y Texanos tres días antes.

Por cierto, el Monday Night de la NFL (Oakland 27, Houston 20), aparentemente tan exitoso, excvepto para la pobre cancha, tuvo menos espectadores que el decepcionante América–Chivas.

Apogeo de la 10/8. Atentos a maximizar las ventajas de esta extranjerizante ley del embudo, Tijuana, Tigres y América alinearon una mayoría de foráneos en sus partidos de cuartos de final. Los únicos dos mexicanos por nacimiento que Piojo Herrera puso inicialmente en León fueron Juan Carlos Valenzuela, Yasser Corona y Kevin Gutiérrez; otro par de paisanos, Moisés Muñoz y Edson Álvarez, fueron los únicos nacionales que merecieron la confianza de Ricardo La Volpe, mientras que los Tigres del Tuca Ferretti solamente tuvieron a Jorge Torres Nilo, Alberto Acosta, Javier Aquino y Jürgen Damm en su primer once titular, y a Hugo Ayala en vez de Acosta el sábado en el Volcán. Gracias al exclusivismo mexicanista de las Chivas, la proporción de extranjeros en los cuartos de final no pasó de 70 por ciento.

Y eso por no hablar de los que anotaron gol: hasta el sábado, 14 tantos fuereños a cambio de nueve hechos por mexicanos. Hasta el autogol de los Pumas en el Volcán llevó la firma de un extranjero, el paraguayo Verón.

Copa Confederaciones. El sábado se determinaron por sorteo los dos grupos de equipos que disputarán el año próximo, en Rusia, la Copa Confederaciones, según es costumbre el año previo y en la propia sede del mundial siguiente. México va como representante de la Concacaf, y la cuarteta que nos tocó es, claramente, la menos complicada de las dos. Cierto es que el seleccionado local no será nunca plato de gusto, y al Tri le toca medirse con los rusos, equipo incógnita por lo demás; pero a cambio de eso, ni Portugal –con todo y sus entorchados de monarca europeo– ni la oceánica Nueva Zelanda –un cheque al portador– son como para echarse a temblar, ni mucho menos.

En cambio, el Grupo B sí que tiene lo suyo. Por principio, cayeron ahí dos oncenas de las que guarda el Tri recuerdos muy amargos: el campeón mundial Alemania, nada menos, y el de la Copa América, el mismísimo Chile del 7–0. Si les añadimos a los gallos africano y asiático, capaces ambos de dar sorpresas desagradables, habrá de reconocer el lector que no salimos mal librados del sorteo. Misma opinión que seguramente prevalece en la Femexfut, entre los jugadores aztecas y en la mente de Juan Carlos Osorio, que no acaba de ser bien aceptado por los medios ni, aunque otra cosa afirme, está completamente curado de espanto tras la pesadilla del 7–0.

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