Jueves, abril 25, 2024

Solsticio de verano

Se llama “la canícula” o “periodo canicular” al tiempo en que hace más calor. En algunos lugares se inicia con el día más largo del año, que es conocido como solsticio de verano, que este año va a ser mañana 21 de junio.

Hace 5 mil 300 años, por el hecho de que coincidieran en la alborada dos constelaciones conocidas como “Sirio” y el “Can Mayor”, se denominó entonces Canícula abrasadora o “tiempo de perros” a esta temporada en la que, ciertas corrientes de aire conocidas como “vientos alisios”, al imprimir movimiento a las nubosidades, alejan las lluvias provocando una sequía y el calor correspondiente.

En la actualidad, por un fenómeno astronómico conocido como precesión del eje terrestre, ya no se percibe la concordancia de las constelaciones, aunque van a volver a coincidir en 25 mil 770 años, aunque curiosamente los solsticios seguirán dándose en las mismas fechas.

La idea de un universo estable y exacto es seductora. Las constantes nos dan confianza, pues a través de ellas podemos aspirar a saber qué es lo que va a suceder; sin embargo, todo lo que nos rodea es inestable. Un universo que se expande y un átomo con electrones en la periferia que giran a velocidades inimaginables nos pueden llevar a pesadillas como la de la destrucción general (pues no sabemos qué es lo que sucederá después de que se alcance el punto máximo de expansión cósmica) o la tragedia de explosiones atómicas, que al desatar fuerzas aparentemente infinitesimales dentro del núcleo de la materia pueden albergar poderes destructores indescriptibles, como el del lunes 6 de agosto de 1945 en la población de Hiroshima, Japón, cuando una bomba mató a 140 mil personas y tres días después (9 de junio) a otras 80 mil en el pueblo de Nagasaki (me produce rabia y estupefacción el hecho de que, ya sabiendo cuál sería el efecto devastador de una bomba, los estadounidenses lanzaran la segunda).

Lo cierto es que nos desenvolvemos en un medio donde se encuentra una gran cantidad de variables que nos afectan. Vivimos muy poco para poder percibir fenómenos astronómicos o biológicos. Una hora, cien años o mil años, prácticamente no tienen diferencias, cuando los comparamos contra los 13 mil 700 millones de años, que es la edad aproximada en la que se calcula que surgió la “gran explosión” (Big Bang) creándose el universo conocido.

Pero analizar la forma en la que hemos modificado el ambiente en los últimos 200 años me produce la misma sensación de espanto, que el solo pensamiento de lo que los “gringos” hicieron con los japoneses, hace 65 años.

Pensamos que podemos manejar el entorno como si fuese un control remoto de cualquier televisor. En una soberbia inaudita, derrochamos recursos sin pensar en lo que heredaremos a las generaciones futuras. Como médico y epidemiólogo trato de sujetarme a la comodidad que me brinda el conocimiento científico, que basado en pruebas, me brinda más confianza; pero tampoco puedo dejar de reconocer el valor de múltiples observaciones empíricas.

Dentro de la consulta cotidiana que he llevado a cabo desde hace más de 25 años he percibido un fenómeno que describo como “pérdida de la estacionalidad” en la enfermedad. Cuando hice mi servicio social las enfermeras preparaban antibióticos para combatir las infecciones respiratorias en invierno y los sobres de “vida suero oral” para el verano. Es cierto que a lo largo del año siempre vi a estos dos padecimientos en una forma constante, pero las estaciones del año generaban una especie de idea anticipada. Ahora, muchas cosas me duelen. Un ejemplo es el dengue durante todo el año, particularmente en Sinaloa, Guerrero, Yucatán, Chiapas y Jalisco.

En la ciudad de Puebla estamos afortunadamente libres de este padecimiento ya que el mosquito que lo transmite no puede vivir a nuestra altitud. No sabemos si el incremento solamente de un grado en la temperatura ambiental podría condicionar que los insectos “escalen” terrenos y así comenzar la transmisión de padecimientos en sitios donde nunca se presentaron.

Por otro lado, todos percibimos calores espantosos a finales de mayo e inicios de junio, pero ahora, en plena canícula, llueve con frío y se prevé un invierno crudo; sin embargo, ya no solamente preocupa la inseguridad de enfermar. Desolados por la incertidumbre de salir a la calle y no ser sujetos de un delito me lleva a pensar en una reflexión constante y aterradora. Independientemente de la canícula que se percibe alterada y el país que se derrumba, podemos decir que en México vivimos efectivamente en tiempos, de perros.

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