Son muchas las razones por las cuales es legítima la lucha contra el capitalismo, entre otras, podemos mencionar las de orden moral, como enfrentar un modo de producción basado en la explotación de los trabajadores y la dominación social de una clase cuyo único objetivo es la maximización de la ganancia; de esta manera, alienación y despojo, son los fundamentos de la dominación ejercida, mediante consenso o con la amenaza siempre latente del uso de la “violencia legal” contra los disidentes, por parte de los aparatos represivos al servicio de la clase propietaria de los medios de producción. Su moral, en consecuencia, se construye naturalizando la explotación y el sometimiento de los trabajadores, en cambio la moral anticapitalista se forja a partir de la lucha por la liberación material y espiritual de los trabajadores, hasta lograr la socialización de los medios de producción y cumplir este principio: a cada quien según sus necesidades.
Pero si esto no fuera suficiente, el funcionamiento del capitalismo, sus propias contradicciones –la principal: la producción social enfrentada a la apropiación privada de lo producido–, lo conducen hacia su destrucción, pero, mientras tanto, la clase trabajadora la pasa muy mal, no sólo en términos políticos, como ser gobernada por sus enemigos de clase, sino también socialmente, por ejemplo, realizando trabajos rutinarios y destructivos de su naturaleza humana, y en condiciones de pobreza creciente, una especie de trabajo de Sísifo, eterno, absurdo, inútil y deshumanizante. Esto no es solamente discurso ideológico. México, es un país capitalista y, en consecuencia, responde, en general a esas mismas características.
Pero, además, el capitalismo es fábrica de pobreza. La población actual del país, según el Inegi, asciende a 123.5 millones de personas. De este total, de acuerdo con información de la organización “Acción Ciudadana Frente a la Pobreza”, hay actualmente 65.5 millones de mexicanos viviendo en situación de pobreza; esto es, 11 millones más de los existentes hace 25 años, a pesar de haberse triplicado, en ese mismo lapso, el gasto social destinado a combatir la pobreza, además de haberse creado 5 mil 500 programas sociales manejados discrecionalmente y, finamente, convertidos en aparatos electorales del gobierno en turno, pues no sólo los ha utilizado el PRI, su creador, sino también el PAN, cuyos tinacos azules lo acusan, aunque siga presentándose como la honestidad personificada, olvidando su creación suprema: los “moches”, sólo superados por la construcción de la presa en terrenos propiedad de Padrés, el ex gobernador de Sonora.
Pero a la pobreza se agrega la desigualdad en la apropiación de la riqueza. En México, dos terceras partes de la riqueza total están en manos del 10 por ciento de las familias del país, pero, asómbrese, el 1 por ciento de ellas acapara más de un tercio de la riqueza nacional.
Con tanta desigualdad y pobreza como existe en México, asombra la inexistencia de acciones defensivas de los trabajadores. Y mientras la Secretaría del Trabajo presume “En la práctica, ninguna huelga en 45 meses”, nosotros lo lamentamos, dada la situación de sobreexplotación de los trabajadores mexicanos.