12 instituciones del país participaron este año. Entraron a concurso dibujos provenientes de escuelas desde Yucatán hasta Zacatecas (incluyendo Puebla, Tlaxcala y la Ciudad de México). En total 237 personas y 255 dibujos de personas que tienen cuatro hasta 69 años de edad.
A este proyecto de CIPAAC (Centro de Integración Psicológica y Aprendizaje AC) han contribuido no solo los maestros sino padres de familia y muchos amigos; así también colaboradores y voluntarios nacionales y extranjeros. La UAP, Iberoamericana y la UPAEP a lo largo de los años también han prestado salones y asistencias diversas; así también la ex Secretaría de Cultura del Estado. Todo el esfuerzo colectivo ha permitido no solo realizar la exposición de todos los dibujos sino la ceremonia de premiación en la que celebramos juntos el arte y la solidaridad. Volkswagen de México, además de otras aportaciones, es el patrocinador año con año de los calendarios donde se reproducen los 12 dibujos premiados y que se ponen a la venta del público (con la asistencia voluntaria de más amigos).
CIPAAC ha sido un proyecto esforzado, ambicioso y colectivo pero sostenido esencialmente por el entusiasmo de los familiares de alumnos y sus maestros. Se acerca ahora la fecha en que CIPAAC podrá inaugurar nuevas instalaciones en un predio donado hace una veintena de años por el Estado. Allí esta proyectado un salón, iluminado y amplio, que todos queremos desbordado de materiales e instrumentos para que se exprese libremente la creación artística y artesanal de los alumnos. Ese salón servirá para que aquellos, llevados o empujados por eso que Paul Valéry describió como la “aptitud, voluntad y necesidad enteramente personal”, no encuentren obstáculos materiales para expresarse.
Año con año asisto a CIPAAC a mirar y ofrecer mi mirada de los dibujos que entran a concurso. Procedo siempre, rápidamente. Tengo ojos guiados por la obra de Martín Ramírez, o Henry Dager, y de lo que han llamado “outsider art”; aunque esta experiencia en CIPAAC me ha enseñado que el arte exige siempre un don “extravagante” (como dice Peter Schjedal) y que ninguna institución ni enseñanza puede inducirlo en un alumno; y que eso de “outsider” o de “afuera” obliga a preguntarse “¿fuera de qué?” (ver varios autores: Martin Ramírez: Reframing Confinement. Museo Nacional de Arte. Reina Sofía. 2010). El gran arte desmonta el umbral entre lo normal y lo patológico, elude la enseñanza institucional y se debe más bien a cierto “desarreglo de los sentidos”; a algo así como una “gracia” o “misterio” que agarra suelo en la cultura compartida y en la experiencia individual del autor pero presenciando totalmente abstraído de él. Quiero decir que no es la “discapacidad” lo determinante en la valoración de una obra sino más bien es precisamente las variadas llamadas “discapacidades” las que aguardan para impulsar la expresión artística.
Por eso mismo el suelo de la biografía personal del autor es ineludible al observar las obras. Al construir un espacio pictórico los motivos decorativos, las figuraciones incidentales, los colores son comandados por la disponibilidad de materiales y por cierta “acumulación” en la mirada del autor, como decía un amigo, “de lo nuestro terrestre”. El sostén de esa mirada está en el estilo o lenguaje que trabaja cada uno hasta que la obra sale y presencia como algo más de lo que se propuso el autor y permitieron los materiales en su composición. Procedo a observar la obra en concurso, por eso mismo, entre los cientos de dibujos concursando todos los años eliminando aquellos con figuración impostada o copiada de comics y lugares comunes; lo dibujos que llevan trazos correctivos o interpretativos de sus maestros y los que muestran solo mayor coordinación sicomotriz en el trazado. Acudo esperanzada todos los años a ofrecer mi mirada buscando lo expresivo, visionario y especialmente transgresivo.
También tengo condicionantes insalvables o más bien irresolubles al ofrecer mi mirada. En primer lugar el hecho mismo de juzgar; o más bien el estatus privilegiado que se le asignó a mi mirada y que es más bien, con toda honestidad, solo la de un “degustador” más. Además ofrezco una mirada solo de obra producida por una población de alumnos que de manera extrema representan una diversidad de edades y condiciones físicas y mentales y en la mayoría de los casos, quizás, no están llamados a dedicarse al arte. Tampoco accedo a más de un dibujo de cada autor y no a su obra insistente por no decir obsesiva que es cuando hace su aparición el lenguaje estético propio; ese que vuelve significativo el mundo de figuraciones y colores que se expone. Con todo, llego todo los años agradecida de ser invitada y agraciada por lo que miro; y esperanzada con que un día un Ramírez me iluminará la mirada.
Y cada año, surgido de los cientos de dibujos que presentan en este concurso CIPAAC, alegría y conocimiento, una percepción distinta, se adhieren irreparablemente a mi mirada. Y soy yo la primera premiada.