Pueden pasar 20, 30 años o más. No importa el tiempo. El tiempo es lineal y lo lineal no responde a las enseñanzas que nos transforman en la vida. Las valiosas son las experiencias vitales, que tienen un carácter atemporal y son el punto de quiebre de toda existencia. Las que te dan un antes y un después en la escena vital.
Puedes olvidar muchas cosas. De hecho, para expandir el ser, hay que aprender a olvidar. Para romper un paradigma anquilosado, es una condición desaprender para volver a aprender, algo que la plasticidad neuronal nos permite: olvidar para crear una nueva conexión neuronal con ciertos ejercicios claros, precisos y ordenados, de pensamientos pero sobre todo de emoción, en el aquí y ahora, enfocados en los deseos que nos mueven por dentro.
Pero hay experiencias atemporales que, por lo menos yo, nunca quiero olvidar o desaprender porque le dan la máxima alegría y plenitud a mi vida. Puede pasar el tiempo, horas, días, semanas, meses, año, y año tras año, décadas y ahí sigue la experiencia vital que hizo de mi vida un antes y un después.
Este domingo mi hijo cumple años. Es una gran oportunidad para revivir los primeros momentos del vínculo tan preciado entre su existencia y la mía. Nunca he sentido un lazo tan vital y lleno de vida con alguien más a pesar de haber tenido uno muy importante con mi padre y los hombres de mi vida. Sí, en plural. Pero eso no importa ahora. Importa que quiero compartirles este sentimiento y emoción que es un asidero cuando he sentido que toco fondo, o bien, lo que ha sucedido en ocasiones, que las circunstancias rotas y destrozadas aparecen sin fondo posible y he seguido cayendo sin parar. Pero ahí está el asidero que me sostiene y del que nunca me suelto, aunque siga cayendo en lo desfondado.
Agradecida por todos los cambios que me exige el mundo actual en el que vivo, cambios de raíz y fundamentos; de forma, pero sobre todo de fondo, que me han hecho reinventarme cada momento del día para ser la que imagino, la que ahora quiero ser, imagino y descubro en mis momentos de máxima creación, con una gran lucha interior entre mi consciencia y mi subconsciencia, donde sé que sólo salgo si atravieso, y veo que la puerta siempre está ahí, abierta.
Esa parte de mí que siente el máximo amor posible difícil de describir con palabras, quiero revivirla siempre con esas experiencias. Sin mover un ápice de sus detalles. Y valoro en su total dimensión la plasticidad neuronal que me asiste en revivir, una y otra vez, lo agradable, lo pleno, lo intenso y lo que me sostiene siempre, como la puerta de salida cada vez que atravieso lo que sólo mi alma y yo sabemos.
Por esas experiencias atemporales, llenas de emociones, sentimientos y pensamientos de pleno sentido y alegría de vivir, salud por lo que único que dura y perdura. ¡¡Salud por mi hijo!! Y gracias.