Miércoles, abril 24, 2024

Reporteros tuvieron que grabar desde bocinas; fotógrafos hicieron tomas a pantallas

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Cada año, la organización del informe del gobernador parece más sofisticada. Cada vez emula más a un acto de corte presidencial: las medidas de seguridad son escrupulosas, los escenarios fastuosos y la logística rigurosa. Pero también cada año, en cada ocasión, los vicios locales terminan por imponerse y las cosas terminan por no salir del todo bien o de plano resultan muy, muy mal, como sucedió ayer.

A la usanza de los protocolos de seguridad que suele establecer el Estado Mayor Presidencial cuando algún titular del Poder Ejecutivo federal anda de gira por Puebla, la administración morenovallista dispuso que los reporteros asignados a la cobertura del mensaje de Moreno Valle en el recién remodelado Auditorio de La Reforma se concentraran en Casa Aguayo para salir en convoyes oficiales hacia la zona histórica de Los Fuertes de Loreto y Guadalupe.

Se convocó a los informadores con dos horas de anticipación –el acto estaba programado para las 12 y la cita en la sede de la Secretaría General de Gobierno se hizo a las 10 de la mañana– y desde días antes se anticipó que habría sólo las acreditaciones indispensables por cada medio.

Pero la realidad fue muy distinta: el desorden comenzó desde que los gafetes se agotaron antes de que todos los periodistas acreditados con antelación hubieran recibido el que les correspondía. Se tuvieron que improvisar con etiquetas adhesivas y plumones  identificaciones que decían “Prensa” –como en los viejos tiempos–, los cuales servían como salvoconducto pero sólo para abordar las camionetas que cubrían la ruta de El Alto a Los Fuertes.

En la zona posterior de la explanada de la Plaza de las Américas, personal de la administración morenovallista explicó que “por motivos de seguridad” –y esto lo enfatizaban como si el protagonista del informe o alguno de sus invitados corriera el riesgo de algún atentado terrorista– los periodistas y fotógrafos que no portaban el distintivo oficial no podían franquear la aduana.

Luego dijeron que había instalado un “lugar especial” a fin de que los reporteros hicieran entrevistas a los invitados que fueran llegando. Ese “lugar especial” es conocido en el argot periodístico como el “corral de la ignominia”, pues se trata de un cerco que impide a los reporteros acercarse a los prospectos de entrevistados.

A los fotoperiodistas y camarógrafos se les aseguró que ingresarían al Auditorio de la Reforma uno a uno para hacer sus tomas, en una dinámica a la que quién sabe quién ha dado en llamar “por goteo” (sic).

A todos se les indicó que, terminadas las entrevistas, pasarían a una sala de prensa habilitada en un sitio distinto al Auditorio de la Reforma: el Centro Expositor y de Convenciones de Puebla, inmueble ubicado a una calle de donde Moreno Valle emitió su mensaje.

Los gafetes fueron entregados a quienes faltaban, pero no hubo mayor cateo que el arco detector de metales. Eso sí: los vigilantes celosos que ahí se encontraban no permitían que nadie avanzara sin antes perforar cada identificación, para lo cual no usaron una refinada pinza, como pudiera suponerse en un acto de tanto caché, sino una vulgar pluma Bic de punto fino y tinta negra.

 

El desmadre

 

Colocados en el “corral de la ignominia” reporteros, camarógrafos y fotoperiodistas aguardaron pacientes algunos minutos, pero cuando los primeros asistentes arribaron y aquellos se percataron que pasaban de largo sin acercarse para ser entrevistados, se desató el desmadre. Varios traspasaron las elegantes vallas que estaban forradas con el logotipo del Tercer Informe de Gobierno y se abocaron a lo que en la jerga periodística se conoce como “el chacaleo” (sic), es decir: la entrevista improvisada, banquetera, a punta de grabadora, apretujados, con algunos aventones y, a veces, hasta con golpes y codazos.

El galimatías fue tal que los organizadores dispusieron que se estableciera un cerco humano, conformado por guaruras y otros fornidos, que se entrelazaron para materialmente evitar que los periodistas abordaran a los invitados.

A los pocos minutos volvió a establecerse otro “corral de la ignominia” y se reforzó la vigilancia sobre los informadores.

Pero las consecuencias graves vendrían después para quienes ni la debían ni la temían.

Iniciado el acto protocolario, los fotoperiodistas y camarógrafos se formaron ordenados para ingresar al Auditorio de la Reforma. Los minutos transcurrieron y cuando se percataron, del otro lado de la valla sólo había vigilantes. Alguien preguntó a qué hora los iban a dejar pasar a hacer su trabajo y entonces les informaron que nadie entraría al recinto, debido al “mal comportamiento” que habían tenido en “el corral de la ignominia”.

Fue así que reporteros y profesionales de la lente tuvieron que darle cobertura al informe a distancia: los primeros, grabando al gobernador en bocinas; los segundos, sacando fotografías a las pantallas planas. Evidentemente, a estas alturas de los hechos, la cosa ya no parecía tan sofisticada.

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