Miércoles, abril 24, 2024

Reflexiones sobre la universidad pública

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La visita a la Feria del Libro organizada por la Universidad Autónoma de Puebla, me llevó al Complejo Cultural Universitario donde encontré que, junto a los dos restaurantes existentes frente otro que se llama “La Casa de los Muñecos”, se trabaja en una construcción que anuncia la próxima inauguración de lo que, al parecer, será otro restaurán, de esos a los que la mayor parte de los universitarios de la benemérita no pueden acceder, no sólo por lo caro que son, sino porque también le son ajenos, no forman parte de su vida cotidiana.

Un investigador que visitaba también la feria, al encontrarlo por los pasillos y saludarlo, me dijo de golpe: “no me extrañaría nada que en la próxima visita al complejo, tal vez si me alcanza para ir a escuchar a los Tigres del Norte, nos encontremos con el anuncio de la inauguración de una tienda como el Palacio de Hierro, o por lo menos un Liverpool”. Sorprendido, sólo se me ocurrió pensar “y qué tal si la tienda esa la construyen donde está ahora la librería. Y puede ser, concluí, porque supongo más rentable la tienda que la librería”.

Ciertamente las universidades públicas del país, y en particular la nuestra, han cambiado y mucho. A veces, por distracción se dejan pasar políticas gubernamentales que, ciertamente, vulneran la tan dañada autonomía; en otras ocasiones, la indiferencia de lo que sucede alrededor por parte de los propios universitarios –estudiantes y trabajadores académicos y no académicos–, así como la falta de identificación con el proyecto que sostienen unos cuantos, han hecho que la universidad pública se parezca más y más a las empresas de educación privadas.

Si alguna vez la UAP estuvo cercana a los intereses del movimiento popular poblano, hoy eso no sucede y al parecer no se quiere que suceda; la vinculación, transcurre por otros caminos y tiene propósitos lucrativos en los que no caben los problemas de las clases trabajadoras. La nueva racionalidad, sugiere que no es rentable atender los problemas, por ejemplo, del campo o de las organizaciones de trabajadores o imaginar nuevas formas de organización popular para la producción, la distribución y la comercialización de productos de consumo masivo, necesario para las grandes mayorías que, como siempre, sufren los embates del capitalismo neoliberal que destroza el ingreso de los trabajadores y elimina derechos laborales, lo que termina por provocar un severo deterioro en las condiciones de trabajo.

En este momento, la educación basada en el modelo de competencias logra anular lo que fue el fundamento de la universidad crítica democrática y popular: el fortalecimiento del pensamiento racional, aquel que es capaz de sintetizar la realidad, ordenarla y jerarquizarla, construye categorías y teorías explicativas de los procesos que transcurren en los diversos niveles de la realidad concreta; el impulso al pensamiento utópico, ese que se atreve imaginar soluciones y futuros viables y, finalmente, el pensamiento crítico, que da capacidad para dudar de las “verdades absolutas” y cuestionar el método seguido en la formulación de las teorías que explican la realidad, así como las propias teorías que sólo su crítica puede enriquecer.

En cambio, el resultado de una educación superior que sólo adiestra, capacita y modera actitudes, elimina la reflexión, la imaginación y la capacidad crítica, lo que termina por destruir lo más preciado de los seres humanos: su inteligencia y sensibilidad para afrontar una realidad cada vez más compleja, que requiere tanto de la razón como de la decisión de transformar el mundo para construir el futuro a partir de la crítica del presente.

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