Como en todo país capitalista, en México transcurre una lucha permanente contra el racismo, la xenofobia, el regionalismo estrecho y la oligarquía, que se cree de origen divino, y sus defensores. Aún más, actualmente, ha surgido un intenso proceso tendiente a la unificación de los trabajadores con miras a formular un proyecto político de clase, con el propósito de completar la tarea que se dejó inconclusa en el cardenismo. Esta lucha transita por el impulso a una reforma democrática que aliente la participación de los trabajadores en las decisiones del poder. Esto es, desde cualquier ángulo, una lucha de clases.
La mayoría de los trabajadores mexicanos se autodefinen como “pobres” y no como “explotados”, temen una revolución social y, por eso, quieren solo reformar y humanizar al sistema, propuesta imposible dada la violencia estructural del capitalismo, que se expresa en la reducción constante del nivel de vida y la oposición férrea de la élite a toda reforma real, incluso, el desempleo es, en sí mismo, violencia, como lo es también carecer de una jubilación digna o una educación liberadora. La lógica del capital apenas admite reformas para mantener su dominación, es decir, para que todo siga igual.
Por ello, la lucha de las clases emergentes, radica en defender la democracia y aprovechar sus espacios para organizarse y unir los distintos movimientos sociales en una lucha, sembrando ideas de cambio para lograr la necesaria maduración política que construya poder popular. Luchar por las reformas más urgentes y necesarias para profundizar la democracia participativa, son tareas inmediatas de las fuerzas progresistas en busca de acuerdos políticos que conduzcan a la independencia política de los oprimidos.
En un mundo donde la libertad es limitada donde se profundiza la desigualdad y hay fuerzas conservadoras que proponen anular las conquistas históricas de los trabajadores, cualquier reforma democrática se torna anticapitalista pues resultan incompatibles con la política del gran capital que concentra la riqueza y el poder en una minoría ínfima.
El capitalismo se guía por la obtención de ganancias, no por la protección del ambiente o la dignidad de las personas, pues los considera costosos y no redituables para su inversión, impulsa proyectos turísticos, muchos de los cuales se hacen a costa de la naturaleza y de las poblaciones originarias.
El capitalismo es corrupción en todos sentidos; la violencia, las guerras y la ignorancia, son parte de su esencia. Comprender esto, requiere de gran responsabilidad en la educación y la organización de las mayorías. Por consiguiente, es necesario, urgente e indispensable, unir las fuerzas progresistas y trabajar en la defensa y profundización de la democracia e iniciar la construcción de una alternativa política de los trabajadores.