Para todos es olvidado de la historia que el día de hoy es efemérides de la prueba atómica llevada a cabo en medio del océano Pacífico llamada Wahoo, en la que se hizo explotar una bomba a 975 metros de profundidad. Fue la sexta prueba de la capacidad destructiva de este artefacto, llamada “Operación Hardtack I”, que a la larga llegaría a 35 bombas y la número 127 de mil 127 explosiones que Estados Unidos detonó entre 1945 y 1992.
Cuando hablamos de bombas convencionales nos referimos a artefactos que tienen un efecto por la “onda de choque” u “onda expansiva”, además del efecto de quemaduras generadas en aquellos elementos que se encuentran relativamente cerca, en donde la onda expansiva es mayor.
Pero en la actualidad, se calcula la cantidad de energía liberada en base al “Ton” que toma como base al Trinitrotolueno o TNT. Hablando en términos físicos nos encontramos con un lenguaje literalmente imposible de descifrar, pues un gramo de TNT sería equivalente a una micro tonelada (simbolizada como μt) que libera 4,184×103 J2 de energía. Pero como se convierte en algo demasiado abstracto, nada más debemos imaginar la capacidad destructiva de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki en las que se liberaron 15 y 20 Kilotones, es decir, el equivalente a 15 y 20 mil toneladas de TNT. Ahora existen bombas denominadas estratégicas, que tienen una capacidad de 50 Megatones, es decir, con mil veces más potencia que un kilotón. Para poner otro ejemplo, una explosión de 1 Megatón, mataría a todo ser vivo que estuviese en un radio de 15 kilómetros de distancia y al aire libre.
El primer efecto de una explosión atómica es la radiación nuclear inicial, caracterizadas por altísimas temperaturas, muy elevadas presiones y la diseminación de rayos alfa, beta y gamma, que al ser radiaciones de alta energía provocan la muerte sin que el ser vivo se dé cuenta de que ha sido afectado por éstas.
Otro efecto es el pulso electromagnético que mediante la inducción de corrientes de alto voltaje, afectan antenas, vías de ferrocarril, tuberías y cualquier elemento que difunde electricidad. Así, una explosión a 200 kilómetros de altitud en medio de Estados Unidos de un Megatón afectaría los circuitos integrados de México, Canadá y Estados Unidos en su totalidad.
Luego viene el pulso térmico, que produce la clásica luz cegadora y quemaduras de primero, segundo y hasta de tercer grado. A esto le sigue la onda de choque, que daña todas las construcciones y estructuras en un fenómeno de “estrujamiento” o “compresión”. En el suelo se produce un profundo cráter en donde todo se vaporiza por las altas temperaturas, fundiendo los elementos y elevándose en una forma de hongo, que se precipitará en forma de lluvia con finas cenizas llenas de radioactividad.
Pero estos solamente son los efectos primarios de una detonación y no necesariamente los más destructivos. Lo peligroso se genera a la larga, con efectos tan graves que muchos son desconocidos; sin embargo se sabe que la radiación tiene la capacidad de penetrar en todos y cada uno de los seres vivos, provocando efectos como mutaciones, esterilidad, alteraciones celulares y tumores. Se alteraría la fotosíntesis en vegetales, que transforma la energía lumínica del sol en energía química que consumimos prácticamente todos los seres vivos.
Los efectos perjudiciales duran miles o millones de años, convirtiendo elementos casi inofensivos en sustancias letales.
Indudablemente hay otros problemas que desconocemos pues de haberlos descubierto, ya estaríamos muertos. Por esta razón, se hace muy válida la respuesta que dio Albert Einstein (1879–1955) cuando lo cuestionaron sobre cómo sería la tercera guerra mundial, poco después de haber conocido los devastadores efectos de las bombas lanzadas en Hiroshima y Nagasaki, a lo que contestó: “No sé cómo sería la tercera guerra mundial, pero sí estoy seguro de que la cuarta será con piedras y lanzas”.