El capitalismo está en crisis, pero está bien armado y domina buena parte del planeta imponiendo su hegemonía. Sabemos que el capitalismo nació chorreando sangre y lodo, como señalara Marx, y va subsumiendo todos los espacios y prácticas vitales de forma violenta, despojando territorios y vidas. Lo que hoy está en riesgo es la vida. Podemos sentirnos atrapados en un sistema sin fin y resulta agobiante, pero nos corresponde estar alerta a los espacios y recovecos desde los cuales se apela a la capacidad creativa y colectiva construyendo otros modos de vida.
¿Es posible proponer prácticas económicas que apunten a las relaciones sociales que privilegien a las personas sobre la acumulación? ¿Cómo podemos separar nuestras vidas del capitalismo corporativo y voraz sin sucumbir a sus mentiras? ¿Qué discursos se nos han impuesto y es necesario desmontar para construir otros mundos posibles que no subsuman la vida a la acumulación de capital?
Me parece que para hacer frente a las crisis económica, social, política, cultural y ambiental actual y para poder aspirar a vidas más plenas y satisfactorias, se requiere construir economías que consuman menos y no dañen la naturaleza ni la dignidad de las personas. Se requiere la gestión colectiva de los recursos. Se necesita establecer relaciones sociales basadas en el respeto por la dignidad de la vida de las personas y del medio ambiente, que favorezcan la generación de sistemas de autoservicio e intercambio.
Para ello, es fundamental desmitificar los conceptos de crecimiento económico y empleo, resignificar la noción de trabajo, la del trabajo socialmente necesario, y no la fuerza laboral explotada para la acumulación de capital. ¿Parece exagerado? No, cada vez son más las propuestas sociales, desde lo cotidiano, desde los movimientos sociales y desde la academia, que promueven la reflexión crítica y las propuestas que defienden otras formas de hacer la vida y construir economías solidarias a pequeña escala. Sin embargo, también es cierto que la mayoría de las personas, aún tienen interiorizado el “ideal” de trabajar largas horas en un empleo para poder consumir más cosas (necesarias o no), y que consideran que su economía debe crecer. Y aunque estas personas saben que su vida, en esas condiciones, no les satisface, y aunque saben que el planeta no logrará soportar, por mucho tiempo, las actuales prácticas depredadoras de producción, las aceptan sin cuestionamientos.
¿Qué nos queda? Nos queda mirarnos en el mundo, resignificar nuestra ética en el rostro del planeta sangrante, de las vidas y subjetividades negadas por este sistema violento. Nos queda abogar por economías de bajo o nulo crecimiento, que de forma creativa construyamos otras formas de organización social, más justas, equitativas, conscientes y dignas. Para sumar adeptos a esta transición debemos acabar con la dependencia económica, trampa del capitalismo, que nos engaña al decir que nuestra vida no es posible sin ser explotados bajo las condiciones impuestas por ellos mismos. Nos queda hacer lo imposible para cambiar al mundo.