El campo, los campesinos, los indígenas y pueblos originarios serán considerados una prioridad en la agenda nacional, un asunto de seguridad nacional y humana en el gobierno de Lopez Obrador. Serán reconocidos y restituidos sus derechos ciudadanos, su dignidad y sujetos de apoyo. Son los guardianes de la tierra, el agua, la cultura, los bosques, la biodiversidad, herederos de las grandes civilizaciones de Mesoamérica y contribuyentes al abasto alimentario.
Hasta hoy, han sufrido el abuso y saqueo por las políticas neoliberales que buscan acabar con la propiedad social y despojarlos de sus tierras, aguas, bosques, minerales, playas, semillas, biodiversidad, conocimientos tradicionales, bellezas naturales y centros ceremoniales para ser acaparados por nuevos hacendados bajo la figura de agroempresarios beneficiarios de megaproyectos público–privados depredadores de la naturaleza y el tejido social comunitario. Actualmente, aproximadamente 40 por ciento del territorio nacional está concesionado a compañías mineras nacionales y extranjeras, y predomina la especulación inmobiliaria y turística que destruyen la esencia de los pueblos.
En la proclama política del jefe revolucionario Emiliano Zapata, se llamaba a las armas para restituir la propiedad de las tierras, los montes y aguas a los campesinos. Bajo este precepto, fueron surgiendo nuevos líderes históricos de la lucha agraria, que, con voluntad inquebrantable, lucharon por recuperar la tierra y sus recursos a lado de hombres que alzaron la voz contra caciques y oligarcas.
Hoy, abundan los dirigentes campesinos que parecen no tener claridad de las causas contemporáneas de la lucha rural; no han comprendido la necesidad de construir colectividad, bienestar social y humano en las comunidades, sumado a la reivindicación agraria. No basta con enarbolar el nombre de Zapata con retóricas trilladas y conformarse con estirar la mano al negociar con interlocutores grises y decorativos como funcionarios que nada resuelven con las dádivas ofrecidas y aceptadas. Muchos dirigentes no tienen la menor idea de cómo se formula un proyecto productivo, para eso se dan el lujo de escoger a uno de tantos profesionales desempleados que, muchas veces, timan a las organizaciones.
La sabiduría popular, los pueblos, rancherías y ejidos son fundamentales para que el movimiento campesino no se detenga o se desvíe, sino encuentre en el proceso de reconstrucción del campo nuevos cauces de progreso; sin embargo, muchos dirigentes no lo entienden y usan la movilización como instrumento de negociación y presión para lograr el apoyo de proyectos de sus agremiados, quedándose al final con la proveeduría y 20 por cientro en efectivo o más, privilegiando su modo de vida muy desahogado. Muchos son los proyectos que quedan truncos o en el abandono por técnicamente insuficientes, el clientelismo se perpetúa, el barzón se rompe y “la yunta sigue andando”.
Las dirigencias deben plantear una nueva filosofía, poniendo énfasis en la reconstrucción del poder popular, el bienestar comunitario, y la protección del medio ambiente como una propuesta más por la vida, en vez de estirar la mano, mantener el clientelismo, el corporativismo, las dádivas y mediocridad que empobrece al campo.