Viernes, abril 19, 2024

Médicos y tortura

Ya no sabemos con qué nos vamos a despertar. La portada del periódico La Jornada del pasado miércoles 10 de este diciembre de 2014, con la noticia titular de “Brutal tortura de la CIA, confirma informe senatorial”, se dio a conocer algo bien sabido, pero al mismo tiempo relegado a la amnesia social. Me dejó muy impactado el renglón en donde se marca que “con la asistencia de médicos, algunos padecieron algo llamado alimentación rectal”.

Esto no es nuevo.

El 29 de julio del 2004, en la revista New England Journal of Medicine, se publicó un artículo verdaderamente aterrador: Paulatinamente se acumularon evidencias sobre la participación directa e indirecta de médicos, enfermeras y estudiantes de medicina como cómplices de tortura y otros procedimientos ilegales en Iraq, Afganistán y Bahía de Guantánamo. No solamente se ocultó información vital para determinar antecedentes de lesiones provocadas, sino que también se dejó de informar sobre heridas causadas claramente por procedimientos de tortura, además de haber dejado de comunicar sobre lesiones que pudieron haber interrumpido precisamente esa tortura.

Por otro lado, a través de archivos médicos, se obtuvo información vital que se aprovechó para conocer algún tipo de vulnerabilidad o lesión que intensificase el sufrimiento bajo procedimientos de tortura. Por último, no se sabe la magnitud en la que estuvieron involucrados médicos en el retraso y falsificación de los certificados de defunción de prisioneros que fueron literalmente asesinados por verdugos.

Por si fuera poco, el 22 de mayo, también de 2004, en un artículo publicado por el New York Times, se planteó que “una gran cantidad de evidencia del abuso en las prisiones de Iraq provino de documentos médicos” y que “archivos y declaraciones demostraron que tanto médicos como estudiantes de medicina se encontraron en áreas de prisiones donde ocurrieron diversos abusos, desde la sutura de heridas sin anestesia hasta individuos a los que se les lesionaron los órganos genitales”.

Según el artículo, a manera de ejemplo, se describe un caso en que médicos administraron analgésicos a un prisionero para atenuar el dolor de un hombro dislocado, reconociendo que la lesión se había provocado como consecuencia de haber tenido los brazos esposados por un periodo prolongado, además con la sospecha de haber pasado sus brazos por encima de la cabeza, sin haber quitado las esposas. Un sargento (estudiante de medicina) del personal que había visto al prisionero en esa posición explicó que le había manifestado a una policía militar que liberaran al hombre, pero que no lo hicieron.

Otros informes, aunque en una forma más vaga, sugieren que los certificados de defunción de prisioneros que murieron en las prisiones pudieron haber ocultado información de maltrato, atribuyendo como causas de defunción a enfermedades cardiovasculares.

Diversos protocolos médicos, dentro de los que sobresale la “Declaración de la Asociación Médica Mundial”, firmada en Tokio en el año 1975, terminantemente prohíben cualquier tipo de tortura y complicidad, tanto por acción como por omisión; sin embargo, cabe preguntarse por qué los médicos del ejército de Estados Unidos han violado estos principios básicos y humanitarios. Esto surge por una cuestión de fondo y forma. Los médicos militares están sujetos a un potencial conflicto moral entre el compromiso de ofrecer alternativas de curación para individuos en particular, por un lado, y por el otro obedecer a la jerarquía militar manteniendo el orden de la estructura del Ejército. Obviamente los médicos están concientes de la responsabilidad que cargan al atender a individuos enfermos, así como el hecho de tener que documentar cualquier tipo de lesión, interrogando sobre la forma en la que se generó; sin embargo, en una situación como la que se vive en cualquier guerra, el médico llega a formar parte de esa estructura bélica que no solamente permite el castigo físico, sino también lo anima y en ocasiones lo promueve hasta que se convierte en una verdadera norma.

Se sabe que los médicos alemanes estuvieron involucrados en experimentos crueles y en procesos de exterminio masivo durante la segunda guerra mundial. Pero para alcanzar “legitimidad” se estableció una sucesión jerárquica, en la que el gremio de los médicos se protegía a sí mismo. Esto se extendió a las unidades militares, adaptándose a los requisitos de orden, para culminar en los campos de concentración como Auschwitz, donde el ambiente creaba verdaderas escenas productoras de atrocidades.

Innumerables manifestaciones de rechazo a estas conductas han surgido desde entonces a través de relatos, películas y prácticamente todos los medios de comunicación; pero no ha sido suficiente para entender el alcance y magnitud de este fenómeno.

Definitivamente no basta solamente con divulgar estas historias de terror. Es fundamental establecer estrategias de seguimiento estrecho sobre todos y cada uno de los individuos que brindan servicios de atención médica.

Debemos analizar que en cualquier guerra escapan del control aspectos fundamentales de humanismo, condicionando procesos verdaderamente demenciales y absurdos pero, sobre todo, debemos entender que actualmente en México nos encontramos viviendo literalmente en condiciones de beligerancia y una descomposición social, equivalente a cualquier guerra irracional.

 

Referencia: Lifton RJ. N Engl J Med 2004; 351:415416

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