Mi título profesional, como médico, cirujano y partero, ostenta estos reconocimientos debido a que en el pasado, muchos años antes de que yo culminara la carrera, por la carencia de individuos preparados para atender a la salud en las complejas esferas de la medicina general, debía darse una formación particularmente completa. Las especialidades han ido condensando gradualmente este nivel de educación, de modo que en la actualidad, los diplomas exhiben el adiestramiento profesional universitario con el grado de licenciatura en medicina. En efecto, el dinamismo del conocimiento y la adquisición de habilidades técnicas así lo requieren; sin embargo, también se muestra ante nosotros un futuro más que interesante.
En el ambiente se utiliza el término de “inteligencia artificial” para referirse a los sistemas que simulan la inteligencia humana por medio del aprendizaje, la autocorrección, la aplicación de la lógica y el razonamiento. La inmensa cantidad de información que circula a cada segundo en la “red”, adolece del defecto de ser inmisericordemente amplia e indiscriminada, lo que implica la divulgación de ideas, conceptos, opiniones o impresiones no necesariamente válidas o sujetas a conocimientos adquiridos por medio de la ciencia. Pero si nos detenemos a analizar algo tan simple como la forma en la que se despliegan ante nuestros ojos los textos predictivos o los correctores de ortografía en cualquier ordenador o teléfono celular de última generación, vemos con sorpresa que los aparatos se nos adelantan en una manera pasmosamente rápida. En las áreas médicas este fenómeno va siendo creciente, no solamente en la adquisición de revistas médicas que nos brindan la invaluable posibilidad de actualizarnos, sino también en la forma en la que recurrimos a documentos que refuerzan conceptos sujetos al terrible proceso del olvido. Si tengo la necesidad de establecer estrategias diagnósticas o terapéuticas, la utilización de palabras clave, pueden ubicarnos cognitivamente, en una forma sorprendente que va más allá de lo imaginable.
Las máquinas ahora definitivamente no son mejores que los médicos, pero a la larga, optimizar su desempeño representa un aspecto técnico, más que conceptual. La discriminación de síntomas puede derivar en procesos de selección que puede ubicar a un enfermo en patologías determinadas que podrán establecer opciones diagnósticas menos sujetas a fallas que las que actualmente deducimos los profesionistas de la medicina. El procesamiento de inconmensurables cantidades de información y la accesibilidad a bancos de memoria no solamente es rápido sino además, automatizado. Cada día vamos a asombrarnos en formas fascinantes por las grandes cantidades de datos que podrán superarnos en velocidad de procesamiento y cantidad de almacenamiento. En la medida que se integren los antecedentes de informaciones genéticas, ambientales, de estilo de vida y características sociales, se podrán evaluar factores de riesgo que podrán establecer una medicina preventiva verdaderamente inimaginable. Bajo esta óptica, se puede decir que los médicos jamás vamos a poder competir con la inteligencia artificial y podríamos vislumbrar un futuro en el que seremos inexorablemente desplazados.
Pero hay algo que tenemos a nuestro favor y que se valora con la capacidad de establecer relaciones humanas que no se pueden circunscribir a la frialdad de interactuar con aparatos electrónicos programados. Expresando en términos mecánicos, un diagnóstico como por ejemplo “el individuo 300113 de la cama 231 tiene un infarto grave que requiere de cateterismo” es distinto al hecho de considerar que “don Alberto, fue diagnosticado como un enfermo cardiópata que, ante la inminente intervención correctiva, está angustiado y solicita que se le explique a su familia lo que sucede y el pronóstico a esperar”.
En este sentido, un aparato difícilmente va a generar el mismo nivel de confianza, responsabilidad, respeto e interacción que el que condiciona un ser humano, al menos hasta lo que podemos en este momento imaginar. Por lo pronto, resulta fundamental entender que el presente nos obliga a utilizar las herramientas de la informática, anteponiendo el lado más humano que podamos imaginar, sin deber depender de la tecnología, como algo determinante y fundamental.