Martes, abril 23, 2024

Más de 7 mil migrantes centroamericanos en Puebla esperan para poder llegar a EU

El tren “La Bestia”, en el que se transportan los migrantes  ■  Foto Archivo de La Jornada de Oriente
El tren “La Bestia”, en el que se transportan los migrantes ■ Foto Archivo de La Jornada de Oriente

Mientras que los organismos de la sociedad civil en México denuncian que es cada vez mayor el maltrato que reciben migrantes de este país en su intento por cruzar a los Estados Unidos, ninguna atención reciben las quejas de migrantes centroamericanos que cruzan por México y reciben igual o peores vejaciones.

Instalados desde hace varias semanas en diferentes cruceros de la capital poblana, son unos 7 mil centroamericanos los que están varados en territorio poblano, de acuerdo con información de la Universidad Iberoamericana y de la Arquidiócesis de Puebla, a través de su Pastoral de Migrantes.

Piden dinero, pero cualquier cosa que los ayude –comida y ropa, principalmente– también es bien recibida.Sin embargo, la generosidad de los poblanos no es generalizada. Mario, José y Ángel son migrantes de Honduras, Costa Rica y Guatemala que juntos y por separados han sido extorsionados desde que entraron a México por la frontera del último país hace más de un mes.

Los agentes de Policía han sido sus principales verdugos y en Puebla no fue distinto, como también saben que en el resto de país que les falta cruzar antes de la frontera con Estados Unidos también lo será.

En las inmediaciones del mercado Hidalgo, al norte de la capital poblana, aseguraron que el tiempo que han estado en la ciudad, menos de una semana, se consideran trabajadores de los policías municipales, que constantemente los amagan con capturarlos y entregarlos al Instituto Nacional de Migración para que éste los deporte.

Juntan 100 pesos diarios; les alcanza para comer, pero el resto, hasta la última de sus monedas, se lo tienen que entregar a los agentes que rondan por ahí que los tienen bien identificados: misma ropa, mochila de bolsa al hombro y chamarra con una cobija colgando.

Su acento los caracteriza, pero también la facilidad para relacionarse: los comerciantes del mercado Hidalgo les ayudan con lo que pueden: una comida, fruta o una torta preparada y agua. Por ese lado se dicen agradecidos.

Aseguran que hace una semana que debieron haber llegado a Apizaco, Tlaxcala, a la estación del tren de esa ciudad, para poder continuar el viaje a la ciudad de México, pero también se dicen agotados. El paso por Tehuantepec, Acayucan, Tierra Blanca, Orizaba, Grajales y Puebla “fue insoportable”.

No hay vuelta atrás. Sus países ahora están demasiado lejos como para volver. Y aunque han aguantado los horrores del trayecto entre Chiapas y Puebla a bordo de “La Bestia”, palidecen cuando saben que su trayecto se dirige hacia Tamaulipas, pues los “esperan” en la ciudad de Matamoros para hacer el cruce por Texas.

Dicen que han escuchado historias. Ninguna termina bien. Las masacres de migrantes en San Fernando y otros puntos entre Veracruz y Tamaulipas los aterran. Ninguno quiere agarrar a martillazos a otro hombre para ver quién gana su derecho a vivir, según lo que cuentan las crónicas de quienes han salido vivos de los sanguinarios sicarios del crimen organizado en esa región.

Y para garantizar un poco más su vida, saben que necesitan más dinero. Por eso están en el crucero de Puebla tratando de reunir la mayor cantidad posible.

José, el de Costa Rica, tenía 5 mil pesos para pagar al “pollero” su cruce al otro lado, pero en Tapachula le quitaron todo. La suela de los zapatos ya no es un lugar seguro para esconder dinero.

Desde entonces, hace casi 45 días de eso, perdió la vergüenza que le provocaba pedir limosna en las calles. Así conoció a sus otros dos compañeros de viaje. En efecto, lucen muy cansados, débiles y aparentan más edad de la que dicen tener, pero no han dejado de sonreír. Dicen que al menos eso no se los han podido robar.

Esperan un tren que cruza el norte de la ciudad a las 6 de la tarde, en San Pablo Xochimehuacan. Ahí los supervisores de Ferrosur les piden 50 pesos que son su “derecho” para dejarlos subir. Pagan, los identifican y el resto del viaje hacen que no los ven. Ahí sin problemas viajan hasta 100 migrantes en un solo convoy.

Faltan otro mes más de viaje, pero el recuerdo de lo que han visto hasta llegar a Puebla parece atormentarlos a diario.

“Hemos visto de todo: quemados con ácido en la cara y los genitales, sin dientes, mujeres violadas hasta siete veces… Algunos se drogan para sobrevivir al camino porque si no lo hacen no aguantan”.

 

“No somos criminales”

 

La búsqueda de alimentos y monedas para sobrevivir los ha llevado a conocer las ciudades por donde han cruzado, relata Ángel, quien asegura que la “zona bonita” de Puebla le agradó, pero ahí fue advertido por otro centroamericano de las extorsiones que aplican los agentes de la Policía Municipal.

No se han acercado a los servicios de asistencia para migrantes de la Arquidiócesis, pues aseguran que no quieren perder más tiempo, sólo llegar a Apizaco y continuar hacia el norte.

“A la gente le decimos que no somos delincuentes, que no somos criminales. Si nos acercamos a pedir ayuda es porque tenemos mucha hambre y necesidad, pero no hacemos daño”, remata Mario, quien se dice harto de los abusos.

También lamentó que los propios mexicanos que están sin empleo se hagan pasar por “migrantes” de Centroamérica y pidan dinero en las calles, lo que se convierte para estos hombres y mujeres que cruzan hacia Estados Unidos en obstáculo más para sortear.

 

El migrante

que se quedó

 

En un “vocho” estacionado en un parque de la ciudad, duerme Miguel, un salvadoreño que llegó hace cuatro años a Puebla, como parte de su travesía a la frontera estadounidense a la que nunca llegó.

Duerme ahí porque enfrente está el negocio de venta de árboles navideños del que se hace cargo, junto con su mujer y su hijo pequeño, mexicano por nacimiento hace dos años.

Relata que fue en diciembre de 2009 cuando llegó a la ciudad igual que los demás: sin dinero, sin nada. Estaba en un crucero pidiendo ayuda cuando un poblano que cruzaba en su camioneta le ofreció un trabajo momentáneo: descargar los árboles de navidad que llevaba en la parte trasera.

Lo que sería un trabajo de unas horas y de unos cuantos pesos se convirtió en algo temporal que se extendió a la venta de juguetes en el día de los Reyes Magos, y luego en trabajos de limpieza de autos, albañilería, carpintería y plomería.

“Hay que hacerle de todo para sobrevivir. No gano los dólares que tenía planeado allá en Estados Unidos, pero aquí la gente es amable y me ha tratado bien. Un día junté dinero y llegué en camión a Tijuana. Iba a cruzar. Pero después pensé que aquí estaba seguro y hasta había hecho amigos. Entonces me regresé, seguí trabajando y aquí estoy”, comentó.

No le fue difícil “juntarse” como él dice con su mujer, otra migrante centroamericana, y su hijo goza de algunos beneficios del sistema de salud por ser mexicano. Miguel confía en que un día pueda regularizar su situación migratoria e incluso nacionalizarse. “Ya hablo como los de aquí, y por si las dudas ya me aprendí el himno (nacional)”.

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