La normalidad es la cualidad de lo normal, aquello que se ajusta a ciertas reglas establecidas, ya sea por la percepción de un consenso social amplio o por decisión de algunas autoridades formales o personas reconocidas por sus saberes en determinados campos del conocimiento. Así, lo anormal es lo que se sale de lo convencional, de lo establecido. Sin embargo, hay que anotar que aquello que es normal para un grupo social, puede no serlo para otro. Aquello que fue normal en una época, tiempo después no lo es y hasta suele convertirse en lo contrario. La conclusión que podemos sacar es que la relatividad de estos términos está en relación con las diferencias culturales y con las épocas.
En la clase media mexicana, particularmente en esta época y en la ciudad de Puebla, se mantiene la ciega creencia de que esta clase representa la normalidad a la que debe ajustarse toda la sociedad; sobre todo entre aquellos individuos de ideas conservadoras que se pueden denominar como “GCU” o “Gente Como Uno”, tomando una anécdota o chiste que tiene como sujetos a los alumnos de la “Ibero”. De tal manera que los rasgos físicos, las formas de vestir, de hablar, de hábitos de consumo, de comportamiento social, de creencias e ideas, de preferencias políticas y de muchas otras cosas constituyen la normalidad, lo aceptable y correcto que se debe extender a toda la sociedad: el acervo tradicional de una clase.
Con voz engolada, una fina damita me comentaba respecto a otras personas que ella percibía diferentes, por su extracción sociocultural, que la gente normal como uno, es la que estaba en lo correcto y que los otros eran solamente unos… burdos “macuarros” (versión mexicana de la expresión castiza macarro: gente vulgar y de mal gusto). Esta idea de normalidad, basada en una gran ignorancia y en profundos sentimientos racistas y clasistas, además de ser una forma de percibir la realidad es también una forma de mimetizarse entre los integrantes de un grupo social, “integrarse” lo más posible para obtener seguridad, hacerse dueño de verdades incontrovertibles, sentirse aceptado y socialmente superior.
Los “normales” buscan afanosamente a sus iguales entre las multitudes en las que ocasionalmente se llegan a encontrar y cuando localizan a algunos de ellos, otros “normales”, suspiran aliviados y les sonríen o tratan de buscar con gestos amigables alguna complicidad ante algún acontecimiento eventual. Los “normales” se extrañan ante la pobreza y la indigencia que les rodea, fingen sorprenderse ante aquellas personas que realizan críticas a situaciones que ellos, en su mundillo, consideran correctas; se aferran a sus ideas, se atrincheran en ellas, sin hacer concesión alguna a la argumentación inteligente; imaginan el mundo ideal poblado únicamente de GCUs en el que el conjunto de sus valores y formas imperen definiéndolo con una sola palabra: éxito.
Quiero compartir con ustedes, si no se sienten “gente bonita”, el fragmento de un poema del cubano Roberto Fernández Retamar:
Felices los normales
Felices los normales, esos seres extraños,
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
Una casa en ninguna parte, una
enfermedad desconocida,
Los que no han sido calcinados por un amor devorante,
Los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
Los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
Los satisfechos, los gordos, los lindos,
Los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
Los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
(…)