Los Imperdonables
Desde el que dice, sonriente bajo gorra beisbolera,
que acabará con la guerra fría, sin detener invasiones, guerras ni cárceles donde se tortura
a una rosa blanca
lo mismo en abril como en enero,
hasta quien se disculpa de sus torpezas
porque la goma de los útiles escolares
deshizo la cabeza de un chiquillo
o quemó la espalda de una estudiante,
poyectada por un fusil del batallón
para control de multitudes,
aunque lleven sangre sus leyes de amedrentamiento.
Desde el que en su mitra se inclina ante el altar
y ante su jerarca, no ante los feligreses,
y reclama disculpas para su iglesia,
su obispado y su persona
del abuso colonial, sexual, cultural o monetario,
el pan de cada día que deshonra a su credo
y al cetro al que se aferra, principesco,
hasta el mando que acepta castigar a alguno
de su tropa,
si antes se les ve como presuntos inocentes
a quienes violan
el cuerpo limpio de mujeres, niñas, niños
como un botín de la guerra puerca.
Desde el que espía para asesinar
y el que especula para matar de hambre,
desde el que usura y el que explota, el que recluta
y somete a pobres o migrantes
al negocio de la droga o del estupro,
desde el que mintió y miente a cada hora
para ocultar crímenes muy visibles
agolpados en las plazas, fosas y caminos,
desde los que asesinan, torturan, desaparecen,
desplazan, despojan, despiden, depredan
la vida de los pueblos y la Tierra,
hasta cada uno de los imperdonables
dueños del dinero y del poder
-así sea local o mínimo-,
poder que le arrebataron a los pueblos,
a familias, a mujeres y hombres
de buena, aunque cegada, voluntad.
Desde aquel hasta este imperdonable
que aparecen disculpándose
en el noticiero matutino, sepan
-como dice una madre, una esposa, un compañero-
que no habrá precio, ni palabra
que paguen su crimen
que no habrá olvido que limpie o alivie
lo que en la rabia vive incurable,
porque su coraje
es sana y libre dignidad,
esta que sobrevive y crea
la verdad, la libertad y la justicia.
Imperdonables nada más, pero nada menos.
*Editorial tomado del poema de Ricardo Landa, 23 de marzo de 2016. Que cada lector y lectora le ponga nombres y caras a los mandones que piden se les disculpen sus crímenes, se olviden y “superen” las imágenes de su barbarie capitalista, patriarcal, racista, homofóbica, pederasta, depredadora y terrorista.
Rostros y nombres que los pueblos organizados guardan en la memoria -como los árboles de No me olvides que sembraron en la Ciudad de México el reciente 26 de marzo los padres y madres de los 43 + 3 de Ayotzinapa– para destruir a la máquina opresora. Para ello los pueblos construyen, desde abajo, una vida libre, digna y justa.
Los Imperdonables – Ricardo Landa