A propósito del sexagésimo aniversario del reconocimiento del voto de la mujer en México hubo ayer varios pronunciamientos desde diversos ámbitos, organismos e instituciones para describir los progresos y pendientes que a nivel social, político y económico tienen las féminas en nuestro país.
Particularmente, desde los partidos políticos y el gobierno se encomiaron las iniciativas propuestas en la reforma electoral que impulsa el presidente Enrique Peña Nieto y que han sido copiadas a nivel local por el gobernador Rafael Moreno Valle para obligar a que se entregue a las mujeres 50 por ciento de las candidaturas a puestos de elección popular.
No hay, por supuesto, razón alguna para oponerse a la apertura de espacios de poder y en el servicio público para nadie; sin embargo, es un hecho que la equidad de género no se logra por decreto y que, más allá de las reformas legales, impera una cultura tradicionalmente patriarcal, machista y hasta misógina, en la cual las mujeres se ven en la mayoría de los casos obligadas a asumir patrones de comportamiento que emulan conductas masculinas, con el fin de ascender, destacar o ser reconocidas.
En lo concerniente a la materia comicial, se ha visto muchas veces que los partidos políticos y grupos de interés recurren a todo tipo de artimañas para no cumplir con el espíritu de la ley que manda la equidad de género, pues suelen postular a féminas que luego, al obtener los cargos disputados en urnas, son inmediatamente reemplazadas por varones.
El asunto de la equidad no es nada sencillo de resolver, y es por eso que su discusión no se debe reducir a meros actos de efeméride o discursos de coyuntura política, sino a cambios radicales de mentalidad y hábitos en la vida diaria.