El suicidio es un acto íntimo, personal y pero es también altamente social. Es responsabilidad de todas las personas participar en mecanismos y procesos para prevenirlo. El 10 de septiembre es día mundial por la prevención del suicidio. En el mundo, cada 40 segundos una persona se suicida. Para el momento en que Usted termine de leer este texto, seis personas se habrán suicidado. No intento explicar las causas del suicidio, ya el sociólogo francés Durkheim escribió su tesis doctoral en torno al suicidio como problema social.
Sin embargo, me interesa pensar el sistema socio–cultural, político, económico y ambiental en que vivimos y el modo en que este, propicia condiciones suicidas.
El sistema capitalista heteropatriarcal nos aísla, nos violenta, nos despoja y desmantela el tejido social que nos permite tener ciertas formas de contención emocional, pero también económica, social y cultural.
Según la Organización Mundial de la Salud, “cerca de 800 mil personas se suicidan cada año. Hay muchas más tentativas de suicidio cada año. Un intento de suicidio no consumado es factor individual de riesgo. El suicidio es la segunda causa principal de defunción entre personas de 15 a 29 años. 79 por ciento de todos los suicidios se produce en países de ingresos bajos y medianos. Plaguicidas, ahorcamiento y armas de fuego son algunos métodos más comunes de suicidio”. El estrés cotidiano, resultante de este sistema de injusticias que violenta la vida, es un factor central en los indicadores de suicidio. Las desesperanzas, la depresión, el alcoholismo, son algunos detonadores del suicidio. Sin embargo, es fundamental reconocer el modo en que los aspectos económicos, la violencia institucionalizada, los conflictos sociales, el despojo y la sensación de aislamiento que prevalece en el contexto actual, son propulsores del suicidio. Si bien cualquier persona puede estar en riesgo de ser suicida, esta problemática afecta principalmente a grupos sociales en condiciones de vulnerabilidad. Los pueblos indígenas, principalmente quienes están en condiciones de despojo y desplazamiento, las personas migrantes, los refugiados, personas de la comunidad LGBTQAI y quienes se encuentran en situación de reclusión, se encuentran en riesgo potencial. Igualmente el caso de los jóvenes, quienes su situación de estrés y desesperanza es minimizada y poco atendida por cuestión de la edad. Por lo tanto, es fundamental generar las condiciones económicas materiales, sociales, culturales y políticas que posibiliten fortalecer las redes sociales de apoyo para todas las personas, quienes sobrevivimos cotidianamente a la violencia estructural que prevalece.
Nos corresponde desmontar no únicamente las causas y condiciones de violencia actuales, sino también desmitificar y erradicar los tabúes que existen contra las personas en riesgo de suicidio. Es fundamental fortalecer los procesos y mecanismos para la salud mental, la resiliencia y la equidad socio–económica para evitar que se considere la muerte como la mejor opción ante los problemas cotidianos. Se requieren políticas públicas preventivas, pero como sociedad, debemos capacitarnos para todas las personas poder ser agentes activos para la prevención del suicidio.