¿Puede un muchacho de 14 años tener la voz tronante de un hombre curtido por la vida? ¿Puede la voz de un hombre que se aproximaba a los 68 años, ser la bandera de un muchacho de 14 años que se rebelaba ante cualquier injustica sucedida contra alguien en cualquier lugar del mundo?
Omar Castro murió como vivió en la sencillez de un hijo de la clase trabajadora, en la calidez de una familia disciplinada entre el trabajo de campo en la periferia de la entonces pequeña ciudad de Puebla, en la pasión entregada al amor, la lucha social y la poesía. Pasión para cada una de sus novias, parejas, compañera; para sus hijos; para cada uno de sus amigos constantes, inconstantes, perdidos y recuperados, para sus maestros y compañeros de cualquier edad, para sus queridos jóvenes estudiantes.
Omar falleció la noche del reciente 3 de febrero, combatiendo una larga enfermedad que no lo hizo abandonar sus pasiones. En su patria mexicana y nuestro americana, Omar obtuvo de la mano sincera de amigos cubanos, mexicanos y venezolanos la atención y apoyo para tratar un cáncer temprano. Con el principio proletario de la ayuda mutua y del internacionalismo, Omar y su compañera María Luisa impulsaron por décadas la amistad de los mexicanos con su bien amada Revolución Cubana y posteriormente con la Rebelión Bolivariana por un socialismo en el siglo XXI. Durante un lapso, la coordinó como Instituto José Martí en las calles centrales de la capital poblana, aplicándose a la difusión de la literatura, la música y la cultura cubana y del pensamiento revolucionario de la isla de Fidel, Camilo, el Che y Raúl. Fue amigo y admirador del gran intelectual Armando Hart Dávalos, como lo fue hasta sus últimos días de cubanos sencillos que combaten a sus modos el bloqueo imperialista como creadores teatrales y literarios, médicos, músicos, maestros, trabajadores de un socialismo en construcción solidario, independiente y revolucionario.
Mas el mundo de Omar siempre fue el del joven que perteneció a la generación de la Preparatoria Popular de la entonces humilde y combativa Universidad Autónoma de Puebla. Ahí amplió su rica formación autodidacta en libros, debates, acciones de masas organizadas. Desde ahí se sumó a los esfuerzos de reforma universitaria con las posiciones independientes que unían la rebeldía del maoísmo, el guevarismo y el leninismo mexicano emprendido entre otros por José Revueltas y Enrique González Rojo, el conocido espartaquismo y del que Omar fue militante en los periodos más críticos del movimiento comunista disperso enfrentado a la llamada “guerra sucia”.
Por igual continuó su práctica como magnifico lector y declamador de poesía amorosa e incendiaria, en caso de diferenciarse una de otra. No tuvo que esperar a la llegada exitosa de la primavera cultural que trajo a la actual BUAP -por iniciativa estudiantil- la creatividad de creadores como el poeta Óscar Oliva, los artistas plásticos Jesús Martínez, Jorge Pérez Vega, los novelistas Gerardo de la Torre y Orlando Ortiz y el director de teatro Germán Castillo entre muchos más.
Omar ya había probado su capacidad expresiva junto con amigos de la secundaria y luego en la universidad en el grupo Aspa, de poesía y teatro, allá en 1970. En ese grupo fue uno de los protagonistas de Final de partida, la obra de teatro de Samuel Beckett donde vivificó en una puesta de escena experimental y digna al Clove que miraba el fin del mundo cumpliendo su papel de trabajador explotado que se rebela a la ominosa explotación y opresión del amo en silla de ruedas, el Hammer en declive. La obra obtuvo premios a las actuaciones y a la dirección escénica y fue llevada más allá del cerco poblano.
Omar siguió emprendiendo pública e íntimamente con su sonoridad, la poesía y la recreación de sus amados poetas Efraín Huerta, Jaime Sabines, José Martí, Mario Benedetti, Roberto Fernández Retamar, Roque Dalton, Federico García Lorca, César Vallejo, Pablo Neruda. A la vez talló la voz con el pensamiento crítico aplicado a una oratoria precisa y contundente que aprendió en la acción como sindicalista y bibliotecario en el Colegio de Posgraduados, así como militante y miembro de la dirección del Movimiento Proletario Independiente. Para esto se había curtido en las luchas estudiantiles y populares en la BUAP, en el origen y desarrollo de su muy querida y admirada Unión Popular de Vendedores Ambulantes, 28 de Octubre y posteriormente en luchas claves como la que impulsó por el transporte popular e independiente y las que luego compartió por la defensa del agua contra la privatización, por la organización de personas de mayor edad pensionadas y jubiladas, la lucha incansable por la libertad de los presos políticos y el fin a los feminicidios.
Nunca la enfermedad le ganó la partida, pues encontraba formas de continuar por las vías posibles aportando tiempo, ideas, voz, talleres formativos, acciones. Omarx le decían con alegría y respeto.
Omar fue el Clove generoso y emancipado que luchó por la unidad independiente de los explotados contra la miseria, el despojo y la injusticia capitalistas. Murió con la modestia de un trabajador comunista que tenía en Fidel, el Che, Lenin y Revueltas como guías y con sus poetas y músicos como propiciadores de un mundo que se libera del sistema de muerte al que nos rebelamos los que aquí quedamos, animados con su ejemplo y su voz inapagable.
Final de partida (en siete jugadas)
A Omar Castro Rojas, (1950- 2018)
1
Nos la jugamos Clove.
El colapso del mundo
que provoca el capitaloceno
se asoma a la ventana
atentando contra la torre donde caminas
paso a paso, sin descanso,
de un lado a otro del tablero,
audaz peón, sencillo hermano
que alerta a los que nos quedamos
a padecerlo o a rebelarnos.
2
Omar abre el juego,
sale por la puerta donde lo espera
y sigue a su silbido
Casildo, su caballo descuajaringado,
con la misma montura
de cuando galopaba
por el Carril de la Rosa.
Se aprestan peón y caballo
a adelantar un gambito
al rey de las opresiones
y a la reina de la muerte,
esos cánceres cotidianos.
3
Atacan al peón, al proletario
con dolores en los flancos.
Omar se revuelve
y con un ay previo recita a Martí:
“Que ahí tuve un buen amigo”.
Y siente que se alivia un poco,
sonríe y le llora la memoria
del mar de Cancún
donde paleó arena blanca
para las transnacionales del turismo.
Le sabe la boca a esos renglones
de tabaco duro con los que contaba
sueños a mar abierto en sus largas
noches de sudor asalariado y con mosquitos.
4
Lo protege su reina,
le aplica un bálsamo en su espalda
que a ratos huele a café cubano
o al Legendario ron reposado.
Y el guerrero siente que el dolor
sobre sus huesos bien vale
tantas movidas y batallas,
hayan sido triunfales o derrotadas,
nunca tablas, porque
no se puede conciliar con el enemigo,
ni confiar, “ni un tantito así”
señalaba desde otro tablero
su maestro de ajedrez, Ernesto Guevara.
5
Vuelve la fiebre,
pero el peón no se arredra
pide la lanza de Efraín
y con voz de rabia grita
“Mi país, oh, mi país”
(¡Ay este de hoy, como aquel,
entre coágulos y en fragmentos!).
6
Lo arropan otros peones amigos
ante los acosos del cáncer dominante,
le cubren permitiéndole el avance.
Tiene tomado el centro del tablero,
aunque le duela su caballo muerto,
la torre hipotecada y las amenazas
que penden sobre sus amigos
que se van quedando sin techo y sin pensión.
El enemigo piensa como llevárselo,
quiere dejar una lección de terror
a los que vengan detrás de Clove,
del Omar que martilla desde el suelo
sus diamantes.
7
Omar no se rinde ni pierde la cabeza
aunque se quede sin cabello,
y cuando ve que una nueva ola
de movimientos crece y se aproxima
contra el reino de las blancas propiedades,
entonces se deja ir, cierra los ojos,
se sacrifica como el pobre que nació
para el combate y así ha vivido,
y canta ronco asaltando el escenario:
“Cuando tenga sesentaiocho años*”.
Ricardo Antonio Landa, del 3 al 5 de febrero de 2018.
*Sesentaicuatro, sixtyfour, en la canción de Los Beatles que cantaba Omar representando al Clove de la obra de Samuel Beckett: “Final de partida”, por allá en los inicios de los setenta del siglo XX.