Se conoce como “sextorsión” a la amenaza de difusión de imágenes explícitas, evidentemente íntimas, embarazosas, de naturaleza sexual, sin el consentimiento de la persona que está fotografiada.
Definitivamente está catalogada como la coacción cibernética de mayor índice entre los niños, sorprendentemente con frecuencias excesivas más allá de lo imaginado. Una vez que se inicia, son solicitadas bajo extorsión, más imágenes, actos sexuales, dinero e incluso encuentros para condicionar una especie de espiral de violencia, pornografía y abuso de índole diversa.
La “sextorsión” alcanzó su punto culminante con el suicidio de Amanda Michelle Todd (27 de noviembre, 1996–10 de octubre, 2012), quien sufrió un acoso por alrededor de dos años, que culminó con su muerte, unos meses después de haber subido al canal de youtube un video en el que describiendo su situación, marcó un verdadero parte aguas en la historia que no solamente es estremecedor sino profundamente conmovedor. Esta grabación puede verse tecleando su nombre y vale la pena verlo, no tanto por el morbo sino por el profundo significado que encierra en un mensaje conciso pero contundente.
La forma en la que nuevas tecnologías como la posibilidad de elaborar videos con algo tan accesible como un teléfono celular y publicarlos a través de canales en una forma realmente sencilla, ha condicionado que jóvenes de ambos sexos, literalmente salten a la fama en cuestión de minutos; pero esto ha generado estados de vulnerabilidad ante individuos sin escrúpulos que recorren la internet en la búsqueda de víctimas.
Hoy existe un flujo de información imposible de detener y de controlar. Encuestas elaboradas en niños y adolescentes menores de 16 años reflejan que cuatro de cada 10 jovencitas, reconocen haber enviado fotografías íntimas, que circulan entre amistades muy cercanas o bien, con personas con quienes mantienen algún tipo de relación amorosa; pero esta información es bastante parcial pues a nivel mundial, no existen estudios epidemiológicos para poder estudiar meticulosamente este fenómeno. Esto crea huecos de información del que solamente se conocen aspectos superficiales y que de alguna forma nos mantiene con altos niveles de preocupación, pero pocas alternativas para encontrar una solución.
Resulta curioso que alrededor de la “sextorsión”, los hombres estén más involucrados, ya sea como delincuentes o como víctimas. Esto probablemente obedezca al hecho de que conductas de índole homosexual, al ser ocultadas socialmente por una estigmatización de preferencia sexual que no se acepta tan fácilmente, genere intimidad a través de comunicaciones por internet entre grupos que tengan los mismos intereses o incluso por simple curiosidad.
Otro problema se da con las citas por medios electrónicos, en un momento en el que las comunicaciones virtuales van destruyendo el tejido social, menospreciando la forma de entablar contacto por medios reales como la interacción directa entre personas con las mismas inquietudes e intereses equivalentes. Lo cierto es que se deduce que estamos enfrentando un problema extremadamente grave, pero no tenemos ni siquiera la más remota idea de su verdadera magnitud.
Por último, existe una variante de acoso sexual que es conocida como “pornografía de venganza” en la que, por una condición de dolo (ruptura de relaciones amorosas, en la mayoría de los casos), son publicadas imágenes íntimas, ejerciendo una presión de carácter verdaderamente brutal, que puede poner en riesgo no solamente la integridad personal sino la vida misma, con crisis de ansiedad y depresión que pueden conducir incluso al suicidio, como fue el caso de Amanda Todd.
Es necesario mejorar los canales de comunicación entre todos y comprender que, cualquier imagen publicada en la internet, deja de pertenecerle al emisor para convertirse en algo público y potencialmente riesgoso, ya que existen una gran cantidad de sujetos quienes, por medio de la indagación, en una forma muy sencilla desde el punto de vista informático, pueden tener acceso a información que pensamos que es privilegiada pero que en realidad dejó de pertenecernos una vez que simplemente apretamos la tecla “Intro” en la computadora o el botón “verde”, en el teléfono celular.