Supongo que será tendencia, en estos días, ver Los 33, de la tapatía Patricia Riggen, a propósito de los ya legendarios eventos (en 2010) de los mineros chilenos atrapados a 700 metros de profundidad –y su eventual, milagroso rescate– tras un desplazamiento de tierra en la inestable “Mina San José” del desierto de Atacama, en Chile. La historia real no tiene desperdicio; tampoco los valores de producción de la película de Riggen. No obstante, en aras de un dramatismo más vinculado al show biz que al de la mera vida real, Los 33 se toma demasiadas licencias, siendo de las más evidentes (sin ser de fondo grave) hablar la cinta en inglés, a pesar de que la mayoría de sus intérpretes son hispano–parlantes: Antonio Banderas, Cote de Pablo, Kate del Castillo, Mario Casas, Tenoch Huerta, entre muchos otros. Pero ni modo: seguro pesaron las exigencias de los mercados internacionales; y también, desde luego, los nombres de Juliette Binoche, Rodrigo Santoro, Gabriel Byrne, Lou Diamond Phillips y James Brolin, si bien algunos de ellos hablan con fluidez el español.
Los 33 ha aderezado la genuina magnitud de los hechos, muy inspiradores de por sí, con giros y elementos claramente artificiales, postizos incluso, que aportan sin embargo al suspense cual lo entiende (como concepto) el cine estadounidense. Así, la estricta historia del accidente que atrapa a los mineros, su lucha por sobrevivir sin apenas recursos, los tres meses de angustia de sus familiares –con su fe inquebrantable y su irrestricta pasión por rescatarlos– se desplaza a ratos para ubicar sub–tramas y/o matices insignificantes a la luz de la verdadera tragedia. Por ejemplo, el comédico pleito entre las dos amantes de uno de los mineros; el distanciamiento de años entre otro de ellos y su hermana; la discriminación de algunos del grupo hacia un boliviano; el “reclamo” de los mineros hacia su líder (¡cuando aún están bajo tierra!) por negociar en su favor la publicación de su odisea, y un bebé en camino “que tal vez no llegue a conocer a su padre”. No son completamente burdos, pero llevan hacia el melodrama una historia que por definición no lo es. Además, momentos del tipo “difícilmente aguantará la mina”, o “se quemó una perforadora más”, o “fracasó el plan B”, o “se atoró el taladro al romperse”, o “habrá que traer imanes desde Brasil” –y otras variantes del catastrofismo– orientan la narrativa por caminos que más son hollywoodenses que genuinamente testimoniales. Cierto que no es un documental, pero también que tanto artilugio en favor de “lo dramático” resulta excesivo. Es por esto que Los 33 divide las opiniones: la ven como un logro quienes sólo se aferran a lo que cuenta, así como decepciona a quienes nos importa cómo lo cuenta y con qué recursos. De todos modos, simplemente por su historia –de coraje y espíritu increíbles por parte de los mineros– es importante ver Los 33. Ojalá lo haga mucha gente.
En cuanto al resto de la cartelera, nada muy especial pero para todos los gustos. Entre eso, El diario de Celestine, de Benoit Jacquot, sobre la novela de Octave Mirbeau que ya antes habían adaptado Jean Renoir, en 1946, y Luis Buñuel, en 1964. También, Ted 2 (¿pos’ qué Ted el “teddy bear” no hizo estropicios suficientes en la anterior?), de Seth MacFarlane, que ahora –con 20 millones más de presupuesto– incorpora a su reparto a Liam Neeson, Amanda Seyfried y Morgan Freeman. Por igual, dos comedias nacionales: Elvira, te daría mi vida pero la estoy usando, de Manolo Caro, con el muy talentoso trío de Cecilia Suárez, Vanessa Bauche y Luis Gerardo Méndez, y Eddy Reynolds y los Ángeles de Acero, de Gustavo Moheno, sobre el intento de “regresar” de una veterana banda de rock a partir de que Bono –ese Bono– se interesa en una de sus canciones. Esto último a mí me deja claro que, el cine mexicano, imaginativo sí es.