Miércoles, abril 24, 2024

La Liga MX ataca de nuevo

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No sé qué opinará don Decio de las primeras tres jornadas del Clausura 2014, minitorneo con el que federativos y dueños esperan alcanzar la gloria futbolística. Lo que los simples aficionados hemos visto es un tedioso arranque, marcado por la escasez de goles, el exceso de empates y la indefinición estilística de casi todos los equipos. Como aderezo, el aun más insustancial torneo de Copa arroja, además de estrepitosos tropiezos de los dos conjuntos poblanos, un nuevo y alarmante desborde de barbarie en las tribunas y alrededores del Alfonso Lastras de San Luis, con respuesta omisa de la fuerzas del orden, que por lo menos en este país más bien sirven para fomentar el desconcierto y representan un desorden fatal.

¿Rey del empate? El balance del Puebla guarda admirable simetría: en tres partidos tres goles, tres empates y tres puntos. Mayor regularidad, imposible.

Otra cosa es hablar de futbol. Y no porque el trabajo de Romano carezca de mérito, muy al contrario: ahora, uno ve al equipo moverse con orden y sentido sobre la cancha, sin achicarse ni volver grupas ante el rival y procurando alternar ataques frontales con numerosas llegadas por los costados, aunque abusando, eso sí, del centro a la olla. ¿Qué hace falta, entonces, para mandar en el campo y en el marcador? Básicamente, gente que, además de voluntad y buena disposición, aporte calidad, peso específico. Y ante tal carencia, no hay entrenador que valga.

La situación se complica debido al lastre consabido: los equipos de futbol funcionan cuando los automatismos tácticos y las pequeñas sociedades entre jugadores particulares están plenamente cuajadas. Y eso requiere paciencia, constancia y mucho entrenar. Es decir, tiempo. Y mucho trabajo de rutina, sobre bases bien definidas, bien aprendidas y suficientemente flexibles. Se trata de requisitos normales, los de toda la vida, pero en las actuales condiciones del futbol mexicano suena a ilusión inalcanzable, un sueño guajiro de tantos.

Tamaña anomalía, reflejada nítidamente en las canchas de Primera División, convierte en humo las pretensiones y delirios de grandeza de la cúpula donde tienen asiento los pactos de gavilleros y las ganancias de la tele. Ni modo.

Desnortados. Viendo evolucionar al Santos–Laguna o comprobando el lamentable inicio de torneo que tiene a Tigres con un solo punto y ni un triste gol en su haber, uno se pregunta qué fue del poder norteño, que avasallaba al resto de las franquicias al finales de la década anterior. Queda el Monterrey, que pasó por el Cuauhtémoc sin impresionar a nadie pero suma cinco puntos de nueve posibles. Y Xolos, que está alternando cal y arena. Muy poco, para una región y unos equipos que fueron, todos ellos, campeones de varios minitorneos en años recientes.

Franja inocua. El viernes, en Torreón, el Santos no fue superior al Puebla. Ni táctica ni físicamente ni en posesión de balón ni en dominio territorial. Que Oswaldo Sánchez se haya convertido en la figura de la noche denuncia la precaria situación futbolística de los actuales Guerreros, en buena parte atribuible a la errática conducción de Pedro Caixinha, un técnico muy sobrevalorado al que se le está deshaciendo entre la manos un plantel que, al revés del Puebla, ha mantenido cierta estabilidad, y cuenta con hombres como Oribe Peralta, que de sensación nacional hace no tanto ha pasado a engrosar esa ancha zona gris integrada por los mexicanos, los extrajeros y los naturalizados que trotan en nuestras canchas.

Por el Puebla, al que la ausencia de Aluztiza dejó sin ataque, Villalpando continúa acusando elogiable madurez y el Negro Sánchez derrocha energía y ganas –lástima la falta de acompañamiento, que a menudo lo hace caer en excesos de retención–, la defensa es algo lenta pero, salvo errores individuales, no está trabajando mal, Alan Zamora ha aportado serenidad al medio campo y, en cambio, a Noriega le falta distancia y medida para retomar su mejor nivel. El resto lucha, lo que no es poco. Pero tampoco basta para ofrecer espectáculos atractivos ni triunfos necesarios. La falta de estoque arriba resulta particularmente preocupante. El viernes, con el partido dominado, se generaron muy pocas llegadas y se malograron todas, incluso contabilizada la buena actuación de un Oswaldo favorecido por las erráticas definiciones poblanas.

Se aprieta el fondo. De ribete, victoria del Atlante en el Jalisco que lo acerca al Atlas, su víctima del sábado por la noche… y a Puebla y Jaguares, hermanos del mismo dolor. Es verdad que once puntos de ventaja (95 de la franja por 84 del Caballo de Mar) nos mantienen todavía a buen resguardo. Incluso el catastrófico Atlas cuenta con un colchón de cinco unidades. Pero si las tendencias actuales se confirman –mejoría azulgrana, atonía poblana, hundimiento atlista– la tabla de cocientes puede traer al torneo las emociones que el espectáculo de cancha niega.

Rey de Europa. Por fin, Cristiano Ronaldo pudo arrebatarle a Lio Messi el Balón de Oro de la FIFA. Tanto esfuerzo le costó –sumado a las reiteradas lesiones del argentino– que no pudo contener el llanto cuando intentaba unas palabras de agradecimiento. Ni qué decir tiene que el galardón está en las manos debidas, pese a la abundancia de datos que acusan a la (des)organización de Zúrich de incurrir en un caótico registro de los votos que dieron el triunfo al portugués sobre las aspiraciones de Franck Ribéry, aupado a la terna de finalistas por ser pieza vital del Bayern Múnich, la máquina teutona de acumular títulos, que en 2013 obtuvo la codiciada triple corona: liga y copa nacionales y la Copa de Europa para clubes campeones, además de la Supercopa, ganada al Chelsea de Mou ya con Guardiola al frente, y el artificioso mundialito de la FIFA.

Como la triple corona la alcanzó el Bayern bajo la experta batuta de Jupp Heynckes, nada más justo que la presea dorada al entrenador del año haya ido a parar a su domicilio. Sirva para paliar el desconsiderado trato que le habían dispensado los directivos del club bávaro, pues una cosa es que se les ofreciera sin más Pep Guardiola, y otra que apresuraran la retirada del técnico que más trofeos les ha dado en la historia sin contar siquiera con su opinión.

Lo que no tiene remedio es el disparatado y amorfo “once” del año que se sacaron los fifos de la manga. Con el ya declinante Xavi Hernández como eje pero sin Lio Messi, Alves de central, Ramos de lateral… un horror de alineación. Aunque, eso sí, todos muy orondos con su trofeo.

Messi, pian pianito. En su retorno a las canchas, el rosarino se está administrando en dosis homeopáticas. Si el Tata Martino lleva su proceso con sumo cuidado –haciéndolo jugar un rato en el tramo final de los partidos, para que contraste su frescura con el agotamiento de los demás–, Lio parece contar con un plan propio: reservón y al trote, como quien mira el juego sin involucrarse, para intervenir explosivamente en el momento preciso. La táctica, que no le rindió fruto en el duelo del Calderón contra el Atlético, funcionó de maravilla en los dos partidos de Copa ante el Getafe. De los seis pepinos al once de la periferia madrileña, Messi firmó cuatro. Y aun dicen que falló algunos más.

Falta saber si, a ese paso, estará en condiciones de desplegar todo su excelso futbol para las fechas en que se disputará el mundial. Y hablando de Brasil, falta que Neymar, a su vez, se recupere. Y no sólo de la torcedura de tobillo ante el Getafe que lo mantiene en dique seco, pues más importante es que retome el nivel que llevó al Barça a contratarlo, esa enorme calidad de jugador que en realidad no ha justificado, pese a su discreta contribución a los actuales logros del equipo catalán.

Suleimán, RIP. El mundo del deporte nunca fue ajeno a esos personajes cuya meta en la vida consiste en ascender a los puestos de mando y permanecer en ellos el mayor tiempo posible, acumulando poder y dominio para ejercerlos indiscriminadamente sin fecha de caducidad. A esa estirpe perteneció José Suleimán Chagnón, nacido de familia siriolibanesa asentada en el norte del país, zar absoluto del Consejo Mundial de Boxeo durante más de cuatro décadas.

Sus talentos estaban relacionados con el don de mando, la capacidad negociadora y la avidez de divisas, lo cual le permitió multiplicar los ingresos del CMB al favorecer la frecuencia de combates por los diversos títulos de divisiones que fue creando en el camino, para contento propio y de las empresas conectadas con el pugilismo profesional, empezando por las televisoras; los boxeadores también resultaban beneficiados, lógicamente, pero siempre en menor medida, sobre todo las féminas, contratadas por morralla para librar combates que la sagacidad de Suleimán y socios convirtieron durante los últimos años en lucrativo negocio.

Personajes así suelen tener socios, nunca amigos. Quizá por eso estuvieron en sus exequias –además de numerosos boxeadores y boxeadoras que lo veían como el padre seguramente ausente de sus jóvenes vidas–, Carlos Slim, Elías Ayub, Emilio Díez–Barroso, y envió sus condolencias gente como Don King. El gran capital, vaya.

Gracias a Suleimán, casi todas las semanas se ponen en juego diversos títulos mundiales –como si el boxeo fuera lucha libre. Pero a cambio de la multiplicación de campeones y campeonatos, la escasez de calidad se agudiza, y los combates más caros y pomposos son hoy riñas callejeras.

Serena, fuera. La monotonía del tenis femenil, enteramente copado por la musculatura y el gen depredador de Serena Williams, la quebró ayer, en Melbourne, una serbia esbelta y grácil, Ana Ivanovic, de la que, de haberla visto, Mohamed Alí habría dicho que picaba como avispa y volaba como mariposa. Si algo hizo perder a Serena fue precisamente la serenidad, de modo que después de ceder el primer set (4–6), la Ivanovic –que tras su explosiva aparición llevaba un lustro sin lograr absolutamente nada– empezó a levitar sobre la cancha, ridiculizando a fuerza de clase (6–3 y 6–3) el tenis brutalmente físico de la estadounidense, para eliminarla en octavos de final y firmar la sorpresa mayor del Abierto de Australia, primer torneo de grand slam del año y la temporada.

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