Jueves, abril 25, 2024

La ley

Destacamos

La ley es tela de araña,

y en mi ignorancia lo explico,

no la tema el hombre rico,

no la tema el que mande,

pues la rompe el bicho grande

y sólo enrieda a los chicos.

Martín Fierro. José Hernández.

El desbarajuste en las sociedades contemporáneas, entre los hombres como entre las naciones diría el benemérito, se agudiza a través de los años. Cierto que la coexistencia nunca ha sido fácil pero, a diferencia de las especies supuestamente inferiores, la humanidad se aleja cada vez más de los principios naturales básicos, no solo de convivencia sino, incluso, de subsistencia.

Paradoja absurda si se consideran los formidables avances del conocimiento científico y el desarrollo humano. No siempre fue así, pero lo ha sido desde que las sociedades primitivas fueron sometidas a una estructura de poder. Desde entonces el poder se ha encargado de justificarse a sí mismo. Se presenta como la única manera posible de organización social. Con él comienza la historia y sin él no hay futuro posible.

Por supuesto que siempre ha habido resistencias a tal sometimiento y la rebeldía, como fuente de libertad, ha sido la antípoda del poder. Esa contradicción es el verdadero motor de la historia. Frente al absolutismo monárquico surgió la república y con ella el Estado de derecho, una forma de convivencia regida por leyes válidas para todos por igual. Leyes que, además, acotaban al poder y le imponían obligaciones irrenunciables frente a los ciudadanos.

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada Asamblea Nacional Constituyente, al triunfo de la Revolución Francesa en 1789, se convirtió en una inspiración para los libertarios del mundo y la proclama de libertad, igualdad y fraternidad, significó un viraje radical en las relaciones políticas y sociales conocidas hasta entonces.

Los 17 artículos de la declaración fueron el marco paradigmático no solo de las constituciones de las nacientes repúblicas europeas y americanas, sino de los futuros organismos internacionales, como la Declaración de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), aprobada en 1945.

Sin embargo, los postulados humanistas y libertarios originales fueron quedando sepultados por un farragoso cúmulo de leyes y reglamentos burocráticos, cuya finalidad no es otra que proteger los intereses de las sempiternas oligarquías y los grupos de poder.

El voraz capitalismo emergente puso a su servicio no solo las instituciones de gobierno, sino a los órganos de representación popular. El artículo VI de la citada Declaración francesa dice: La ley es expresión de la voluntad de la comunidad. Todos los ciudadanos tienen derecho a colaborar en su formación, sea personalmente, sea por medio de sus representantes. Debe ser igual para todos, sea para proteger o para castigar. Siendo todos los ciudadanos iguales ante ella, todos son igualmente elegibles para todos los honores, colocaciones y empleos, conforme a sus distintas capacidades, sin ninguna otra distinción que la creada por sus virtudes y conocimientos.

Tal aspiración hoy es letra muerta frente a la usurpación y dominio de las grandes empresas y sus operadores políticos. Basta con ver lo que está ocurriendo con las llamadas reformas estructurales impulsadas por el gobierno de Peña Nieto, para entender el funcionamiento de la sacrosanta democracia. Los cuerpos legislativos no hacen sino legitimar, es un decir, los mandatos empresariales y oligárquicos. A los ciudadanos y su derecho a participar en la elaboración de las leyes, ni quien los pele.

Lo mismo ocurre con la integración de los organismos gubernamentales, el amiguismo, el nepotismo y el influyentismo, se sobreponen a las “virtudes y conocimientos” que nada tienen que ver con los funcionarios de la alta burocracia.

Todo esto trastoca el Estado de derecho y el espíritu de las leyes. Los poderosos hacen y deshacen las leyes a su antojo y conveniencia. Por si fuera poco, las cumplen o violan a discreción. Impunidad es el nombre de su juego. Usted hágale como quiera, el poder es el muro infranqueable de la ignominia.

Los acuerdos y compromisos internacionales caminan por la misma vereda. Son como los llamados a misa. Israel invade, asesina y ultraja sin que haya poder humano que se atreva a impedirlo. Estados Unidos y las grandes potencias crean y destruyen naciones de acuerdo con sus intereses, lo mismo que quitan y ponen gobiernos, véase Ucrania, África o el Medio Oriente. Así, La ONU queda convertida en muñeca de aparador.

Para colmo de males, la rebeldía social ha perdido presencia y eficacia. Se ha quedado sin ideología, sin organizaciones y sin líderes a la altura de la nueva realidad globalizada y globalizadora y los desafíos del siglo XXI.

Eso sí, como he dicho antes, el derecho al pataleo no nos lo quita nadie. Ni la ley bala.

Cheiser: El ego inconmensurable de Rafael Moreno Valle no puede darse por mal servido. La fama del gober bala ha trascendido fronteras. Su vida y milagros han sido difundidos en las páginas del diario español El País. Ahí la llevas Rafa.

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