Martes, marzo 19, 2024

La herencia neoliberal

El periodo neoliberal en México, extendió a todos los niveles del gobierno la degradación moral y ética, impregnando también a todos los sectores de la sociedad, imponiendo la lógica de la acumulación de la riqueza por encima de la vida, agudizó el afán de competir con los demás y abrió caminos para la realización de actos ilícitos en detrimento de la moral y el bienestar humano.


Pemex es representativo por el robo y venta de hidrocarburos (huachicoleo), pero no es el único caso, algunas instituciones están penetradas profundamente por actos de corrupción de funcionarios y empleados que usurparon parte de la riqueza nacional para su beneficio particular; tenemos la compra multimillonaria de medicinas por parte del IMSS, el ISSSTE y Salubridad; el narcotráfico y su vinculación con los organismos del poder. Evidencias de que en el Estado mexicano se han cometido los mayores actos de corrupción.

Esta corrupción ha generado un estado de impunidad continuo en los últimos gobiernos y se enfrenta ahora a la regeneración moral impulsada por el nuevo gobierno federal con la “cuarta transformación”. La lucha contra este mal ha reabierto viejas rencillas con los partidos políticos de los últimos gobiernos y puesto en práctica las formas tradicionales de desinformación usadas por quienes pretenden mantener sus prebendas mediante acuerdos ocultos, sobornos y prácticas absolutamente ilegales. El viejo régimen político se resiste ante la llegada de una nueva moral que quiere ponerle fin a todas aquellas acciones que lesionan la convivencia ciudadana y la reorganización de la vida pública.

El ser humano se ha degradado por el capitalismo convirtiéndolo en mercancía; el indígena es objeto de las peores vulgaridades ante el juicio burgués, imponiendo la discriminación y el racismo, situación que se repite aplicado a las clases marginadas. Esta corrupción social es la que ha llevado a nuestro país a los impensables niveles de degradación humana, y es también el acto de aceptar la existencia de la impunidad, del racismo, de la explotación y de la injusticia en todos sus niveles, acompañados de la violencia sistémica del Estado, expresada en la política, en las relaciones de género o en cualquier otra de sus manifestaciones. La realidad es violenta porque se han profundizado las diferencias sociales, los marginados cada vez son más ante el minoritario grupo que ostenta la riqueza producida por los propios marginados. Romper con la corrupción requiere, por ende, la toma de conciencia y el desarrollo de la perspectiva de clase que ponga un alto a tanta ignominia social.

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La explotación que sufren los trabajadores genera una pirámide de injusticia y desigualdad. El capitalismo implantó la corrupción en la sociedad y la convirtió en un nicho de acumulación. La impunidad en las instituciones representa al individualismo, el satisfacer a como dé lugar el deseo de poseer en perjuicio de todos los demás, y la competencia suplantó a la colectividad y a la solidaridad.

Acabar con esta degradación sistémica, requiere implementar una lógica diferente, que surja de la conciencia de clase y de la solidaridad humana para alcanzar el verdadero bien común.

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