Aprovecho la ocasión para adherirme al reciente Día internacional del silencio
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Las y los trabajadores subordinados a vender su fuerza de trabajo para producir mercancías y servicios mercantiles generan las ganancias al capitalista. Esta forma de relación social se enmascara en el pago del salario. El trabajo asalariado se nos presenta como dignificante y libre; sin embargo, no tenemos ni siquiera la libertad de decidir por quién queremos ser explotados, puesto que no existen condiciones que permitan a todas las personas subsumirse a la forma trabajo tal como nos la presenta el modo de producción capitalista. El índice de desempleo, condiciones laborales precarias y las profundizadas formas de control para la explotación son un ejemplo del fracaso de la forma trabajo en la relación social capitalista.La forma trabajo en el capitalismo, ha implicado siglos de despojo. Esto implica la separación de los medios de producción de las personas, ubicándonos en condición de despojadas de los medios para producir y reproducir la vida. Esto nos obliga a subordinarnos a la lógica de explotación impuesta desde la acumulación de capital, donde no tenemos otra opción que vender nuestra fuerza de trabajo para subsistir. El capitalista se impone como poder frente a las y los trabajadores.
Por su parte, los marcos legales vigentes navegan en la ambigüedad al considerar el trabajo entre lo privado y lo público, es decir, la forma trabajo se expresa como un acuerdo libre entre individuos, dentro de un espacio privado, casi como el trabajo doméstico que ha sido históricamente caracterizado como un asunto privado. Tanto en el trabajo, como en el espacio doméstico, las expresiones de violencia y dominación se han naturalizado. El trabajo de reproducción que se realiza en el ámbito doméstico, resulta fundamental para la producción y reproducción de una de las principales mercancías necesarias para el modo de producción capitalista: la fuerza de trabajo. El trabajo de reproducción resulta al capitalismo un trabajo socialmente necesario y que, por demás está decirlo, ha sido siempre subvaluado e invisibilizado. Asimismo, las y los trabajadores se encuentran subordinados y dependen del capitalista para contar con el salario que les permita acceder a los requerimientos necesarios para su reproducción. Aspecto que cada vez se realiza en condiciones de mayor precariedad y empobrecimiento.
El plusvalor es el trabajo impago que se convierte en la ganancia para el capitalista y, por lo tanto, es la explotación de la fuerza de trabajo. Habría que girar la tortilla y reconocer como el capitalista depende totalmente de las y los trabajadores, puesto que, sin su fuerza de trabajo, no produce mercancías, y por ende no se genera el proceso de valorización. Todo esto es lo que Marx devela en su Crítica de la Economía Política, y nos exige estar alertas y organizarnos para crear las rupturas necesarias al sistema de coerción social impuesto por el capitalismo. Se trata de subvertir lo que hasta ahora ha sido poco cuestionado y se ha aceptado como “natural” y resignificar el trabajo.