Miércoles, abril 24, 2024

Kati Horna y la vanguardia

“Su obra es una representación del espíritu de época que se respiró durante buena parte del siglo XX, siglo de constante experimentación estética y renovación cuyas consecuencias todavía hoy se pueden ver”
“Su obra es una representación del espíritu de época que se respiró durante buena parte del siglo XX, siglo de constante experimentación estética y renovación cuyas consecuencias todavía hoy se pueden ver”

 

En el Museo Amparo de la capital poblana se encuentra una exposición temporal de la obra fotográfica de la artista húngara Kati Horna, exiliada en México desde la Segunda Guerra mundial junto con otros migrantes europeos y que perteneció a ese interesante círculo de surrealistas que impactaron el arte mexicano: Leonora Carrington, Remedios Varo, Edward James –mecenas del surrealismo– y otros artistas posteriores provenientes de “La Ruptura” como los hermanos García Ponce –el pintor Fernando y el escritor Juan– y el arquitecto Mathias Goeritz. Es su obra una representación del espíritu de época que se respiró durante buena parte del siglo XX, siglo de constante experimentación estética y renovación cuyas consecuencias todavía hoy se pueden ver. Por supuesto, la discusión entre la modernidad y lo clásico, entre lo movible y lo estático, es lo que habrá de marcar la constante. Matei Calinescu en su Cinco Caras de la Modernidad (1987), lo pone de esta manera: “Lo que tenemos que tratar aquí es un importante deslizamiento cultural desde un tiempo que honra la estética de la permanencia, basada en la creencia en un ideal de belleza transcendente e inalterable, a una estética de la inmanencia y la transitoriedad, cuyos valores centrales son el cambio y la novedad (…) Pero desde finales del XVIII y principios del XIX, o, más exactamente desde que la modernidad estética bajo la forma del ‘romanticismo’ definió por primera vez su legitimidad histórica como una reacción contra los supuestos básicos del clasicismo, la idea de una belleza universal inteligible y atemporal ha sufrido un proceso de continua erosión”. En este sentido, la obra de Horna es un ejemplo de lo anterior, pues desde un medio claramente moderno como la fotografía –repetible, modificable en el laboratorio–, se añade a este movimiento de crítica a la estática y anquilosamiento académico representado por la pintura –tradicionalmente considerada única, irrepetible–, y se vale de la vanguardia, concretamente del surrealismo, para junto con su esposo –José Horna, ilustrador español– generar montajes y collages no sólo surrealistas, sino también vinculado a las luchas sociales de la época.

Horna vive su arte desde su contexto, que se ve afectado por dos circunstancias: por un lado, la historia traumática de Europa en esos momentos, desde la Guerra Civil Española, lo mismo que el ascenso del nazismo en Alemania y la conflagración posterior que dejará hondas cicatrices en el continente; por el otro lado, la efervescencia en Europa y América de las vanguardias diversas y posteriormente, de la abstracción, que más que expresiones meramente artísticas y estéticas, se pueden hoy considerar como formas de pensar. A cuento de lo anterior, Calinescu afirma “La vanguardia es más radical que la modernidad en todos sus respectos. Menos tolerante y flexible con los matices, es naturalmente más dogmática, tanto en el sentido de la autoafirmación, como, a la inversa, en el sentido de la autodestrucción. La vanguardia coge prestados prácticamente todos sus elementos de la tradición moderna, pero al mismo tiempo los frustra, los exagera y los coloca en los contextos más inesperados, haciéndolos casi completamente irreconocibles. Está bastante claro que la vanguardia no hubiera sido concebible en ausencia de una conciencia de modernidad distinta y totalmente desarrollada”. Como se ve en una de las revistas españolas de la época de la Guerra Civil en que Horna publicó sus fotografías, acompañan las imágenes poemas de autores vanguardistas que en abandono de toda experimentación critican desde su arte los horrores de la guerra: Pablo Neruda, Miguel Hernández, César Vallejo…

La exposición de Horna, como se nota, no sólo nos deja ver la manera en que la fotografía se asimiló a los movimientos artísticos del siglo XX, sino también una manera interesante de acercarse a la historia europea y americana. Debido a que incursiona en el foto reportaje, nos entrega aspectos de la vida en México en los años cuarenta, como el de Loquibambia (julio de 1944), reportaje gráfico de La Castañeda, el hospital psiquiátrico en la Ciudad de México por aquellos años. Las imágenes me recordaron la serie de grabados románticos de Goya llamados Los Caprichos, en donde el artista español hace una crítica a la sociedad y a las instituciones de la época. De igual manera, su excelente reportaje sobre el Carnaval de Huejotzingo The Empress who married a bandit (1944), para la revista Travel, en donde figura excelente posibilidad para comprender el antes y el ahora de la tradición; por cierto, en una de las imágenes aparece Diego Rivera firmando un autógrafo. El museo Amparo tiene a la par tres exposiciones temporales, una sobre arte sacro Testigos y Testimonios del pasado artístico de la Catedral de Puebla, otra sobre platería Plata y diseño en México 1880–2012 y la otra sobre arte prehispánico llamada El Amanecer de las Formas. Cuando se analizan las cuatro en conjunto, podemos entender a qué se refiere Calinescu con el debate traído por la modernidad y la vanguardia. El panorama completo nos deja ver el viaje de nuestra expresión, desde esa interesante mezcla de estética, arte y sacralidad tan característica del mundo prehispánico y virreinal, hasta la expresión artística contemporánea heredera de la revolución traída por la modernidad. Horna, vanguardia y modernidad, excelente termómetro de nuestro arte.

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