Viernes, abril 19, 2024

Historia de un cartel / IV

Destacamos

1968 fue clave en la vida de Manolo Martínez. Consagrado figura máxima a raíz de su célebre mano a mano con Capetillo en la serie otoñal del año anterior en El Toreo de Cuatro Caminos (03.12.67), dejó de participar en la temporada grande de la México por culpa de una hepatitis. Coincidía su enfermedad con la feroz pugna entablada entre la empresa de Ángel Vázquez –el gerente beisbolero–y la de Leodegario Hernández, que venía cobrando fuerza al frente de varios cosos del interior, con Martínez como su baza maestra. Fue don Leo quien se propuso desterrar la televisión de los toros, aduciendo que las transmisiones capitalinas restaban público a sus plazas. Y encontró en Manolo el brazo ejecutor ideal para esa sentencia antitelevisiva, que a la larga se revelaría nefasta. Y que ese año hizo crisis a partir de la corrida de la Cruz Roja –una encerrona de Manolo en la Santa María de Querétaro (16.06.68)–que se pudo dar solo porque la cervecería que patrocinaba las trasmisiones firmó, minutos antes del paseo, el cheque por derechos de imagen que Martínez exigía para partir plaza. Una señal más del inmenso poder que ya ejercía el mandón de Monterrey.

Poder sustentado en los hechos y confirmado cuando Manuel Martínez Ancira obtuvo el escapulario de la virgen de Zapopan puesto en juego en las dos corridas hispano–mexicanas celebradas en octubre en la Monumental de Jalisco –el actual Nuevo Progreso, plaza levantada por Leodegario Hernández–, o cuando cerró su participación internacional de ese año conquistando el Jesús del Gran Poder al triunfador de la decembrina feria de Quito, donde compartió cartel con Paco Camino, El Cordobés y otros ases iberos, y sumó en dos tardes ocho orejas y un rabo. En la feria navideña de Querétaro, como en la de otoño en Cuatro Caminos, también acabó con el cuadro. Y su proyección no parecía tener techo.

Cartel. Pero estamos en Tlaxcala y noviembre apenas despunta. Manolo esrituró dos corridas de las cuales ésta del jueves 7 será la segunda, justo en el tercer aniversario de su alternativa, otorgada por Lorenzo Garza (Monterrey, 07.11.65). La hermosa placita aún no lleva el nombre de “Ranchero” Aguilar y su feria, a tono con la capital del estado con mayor número de ganaderías del país, pone a concursar a los principales hierros de la región en cuatro corridas, tres manos a mano de cuatro toros y la última en terna para la alternativa del novillero local Gonzalo Iturbe. El jurado va a dilucidar, para los tres mejores bureles del ciclo, premios de 20 mil, 15 mil y 10 mil pesos. Muy buen dinero para la época.

En la primera de feria sale “Minero” de Coaxamalucan, que obtendrá el segundo premio. Es un cárdeno de magnífico estilo y mucho brío en sus embestidas. Tanto como el que pone Antonio Lomelín en su fogosa tauromaquia de tres tercios, antes de confirmarse como el estoqueador más puro de su generación. Paseará las orejas y el rabo mientras los despojos de “Minero” circundan en triunfo el anillo. Manolo Martínez, primer espada, con mal lote y poniendo mucho de su parte, consiguió desorejar al tercero.

Al día siguiente –2 de noviembre, el día grande de la feria– compartieron triunfos Gabino Aguilar y Jesús Sólorzano hijo: el de casa le cortó las orejas al tercero, de La Laguna, y Chucho al cierraplaza, de Piedras Negras. Las entradas son buenas sin llegar al lleno; el público, altamente calificado y conocedor –con abundancia de toreros activos, retirados y prácticos, y mucha gente del campo bravo–, no es proclive al alborozo gratuito.

La tercera de feria es la que nos ocupa. Es día laborable, el sol asoma tímidamente, el frío aprieta y hay un casi lleno, también en las azoteas vecinas. Mientras aguardamos el toque de clarín, el viento otoñal va depositando sobre la arena hojitas amarillentas desprendidas de los árboles cercanos. Y ya asoman, muy bien vestidos, Gabino y Manolo, de negro y oro el paisano, de naranja y plata el de Monterrey. Abre plaza uno de Zacatepec negro, cuajado y bien armado, algo abrochado de cuerna. Fuerte y encastado, recarga de firme contra el peto y llega pidiendo guerra al tercio final. Gabino, en la cresta de una buena campaña en los estados, se sale con él a los medios y propone allí la faena. Ambos van a más, dominador y templado el torero, impulsado por el fuego de su sangre brava el de Zacatepec. En un natural, el bicho se cuela, levanta y zarandea al diestro, lo busca en el piso: sobre el terno orinegro, a la altura del muslo derecho, se extiende una mancha oscura y sanguinolenta. Pero Gabino no se arredra, aguanta y manda con la zurda y cobra una estocada alta y mortal. Ha ganado la pelea a un costo muy alto: lo de menos es que el usía le niegue la oreja solicitada, lo peor, que lleva una cornada de tres trayectorias –de 25 centímetros la mayor– pese a lo cual dio la vuelta al ruedo. El percance deja trunca su temporada y, a la larga, afectará irreversiblemente su futuro profesional.

 

Cátedra martinista. Manolo se queda con los tres restantes. El primero suyo es de Rancho Seco y todo un toro, levantado de velas. Parco con el percal, se encuentra Martínez con un astado de bravura seca pero patas de trapo. Ya había doblado los remos al salir del caballo y reincidió en los primeros compases de la faena. Pero Martínez está en su momento, en un santiamén encontró la distancia precisa y, aguantando y mandando sin un titubeo, con pulso maestro y temple impecable, obliga al ranchosequeño a seguir esa muleta que se desliza suave sobre la arena. Es una lección magistral, rematada en el momento justo por el hoyo de las agujas. Inexplicablemente no hay oreja, aunque la petición es clara. Sí una vuelta al ruedo muy ovacionada. Cero y lleva usted dos, licenciado Pérez Verdía.

De Soltepec es el tercero, todo un galán, mogón del derecho. Toro resabiado, que hace cosas de burriciego, salta al callejón y pone en jaque a la cuadrilla, sobre todo en el segundo tercio. ¿Nada que hacer? ¡Qué va! Mucho tiempo después, Felipe González, peón de confianza del regiomontano por aquellos años, nos confesará con admiración que mientras toreó a sus órdenes no hubo tarde en que el matador –pletórico, encelado– no hubiese mejorado y hecho faena a cuantos astados le cupieron en suerte, sin importar sus características; matando, eso sí, era muy desigual. Pero esta tarde tlaxcalteca –en que le cuajó al manso peligroso de Soltepec una faena asombrosa, cercándolo en tablas y conduciéndolo con mano de hierro y guante de seda, con predominio del toreo al natural– su espada fue flamígera y, ahora sí, el juez optó por ceder y concedió la oreja.

 

Final… ¿feliz? Otra cosa fue el cierraplaza, un torillo de Mimiahuápam cárdeno, con escaso respeto en la cara y de docilidad borreguna. Por supuesto Manolo lo bordó con capa y muleta, reduciendo el castigo a una vara y faenando confiada y bellamente por ambos lados. El agotamiento del bicho aconsejaba terminar ya cuando un toque desde el palco le ordenó al torero retirarse: “Sarape” había sido indultado. El desconcierto general y una incipiente protesta fueron tomando cuerpo, pero el mal ya estaba hecho y el de Mimiahuápam volvió al corral mientras Manolo mostraba, entre opiniones divididas, dos orejas y un rabo traídos del destazadero. ¿Fue este “Sarape” el toro de la feria? El jurado le adjudicaría el primer premio al de Zacatepec que hirió a Gabino, el segundo al de Coaxamaluca de Lomelín y el tercero al indultado, lo que dio lugar a un jugoso artículo de Juan de Marchena censurando la indultitis  aguda que estaba hundiendo en la confusión a los neoaficionados y dando al traste con la seriedad de la Fiesta.

Paradójicamente, el cartel impreso que encabeza esta pequeña historia anuncia como juez de plaza al licenciado Juan Pellicer Cámara, el mismo que firmaba Juan de Marchena su columna del Esto y que ha sido el mejor juez en la historia de la Plaza México. Pero ese jueves no pudo desplazarse a Tlaxcala y ocupó el palco Jacobo Pérez Verdía, alternante suyo en la Monumental, bien conocido por sus frecuentes dislates. El programa adjunto anuncia también los precios de entrada: 100 pesos el boleto más caro (barrera de primera fila de sombra) y 30 pesos el más accesible (sol general).

Al domingo siguiente, 10 de noviembre, Manolo Martínez triunfaba en Lima cortándole las orejas a un torazo de Jaral del Monte, con Diego Puerta y Ángel Teruel como alternantes y testigos de su conquista en Acho del competente cónclave limeño.

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