“El Estado trata de recobrar
credibilidad reduciendo
la deuda publica… pero olvida
con ello que su finalidad
primordial no es equilibrar los
presupuestos,
sino proporcionar servicios
adecuados al ciudadano.
Carlo Bordoni
Existe una evidente controversia permanente y aguda respecto al fenómeno de la globalización entre quienes están a favor de ella y los que nos encontramos en contra, guerra penetrante que se puede resumir en que hay dos polos opuestos: globalifóbicos contra globalifilicos, de lo cual se desprende la pregunta: ¿por qué se encuentran algunos –hoy la mayoría con los resultados en la Gran Bretaña para separarse de la Unión Europea– en desacuerdo con la globalización?
Para quienes están en descuerdo con la globalización, se entiende como un fenómeno económico, antidemocrático, desigual, consumista, progresista. Económico, porque la única razón actual de las agrupaciones mundiales, tanto de las corporaciones internacionales particulares como de las propias naciones, es obtener mayores ganancias en menos tiempo y con la menor inversión de recursos, –por ello, existen en nuestro continente los tratados de libre comercio y, en Europa, la conformación de la Unión Europea–, y quedan en último término las finalidades culturales y académicas; en resumen, todo es financiero.
Es antidemocrático porque las decisiones dejan de ser de los principales afectados: los ciudadanos de cada uno de los Estados–Nación. Las políticas, de menos derechos sociales, reducción de pensiones, aumento de impuestos. Ningún ciudadano en sus cinco sentidos estaría de acuerdo con ello, al contrario, lo rechazaría categóricamente; por tanto, las decisiones no son soberanas del pueblo, son “tecnócratas” (Bobbio, Norberto, Derecha e izquierda, Taurus, México, 2014), las dictan los especialistas en estos temas. Por ello, la política y los estados cada día se ven mas deslegitimados, actúan no sobre las decisiones de su población, sino sobre las recomendaciones de la OCDE, a grado tal que mediáticamente en la televisión, el periódico y el radio son bien vistas y, penosamente, en muchas de las universidades las tesis e investigaciones tienen como sustento principal lo que dijo la OCDE: un lastimoso criterio de autoridad y no de contenido que los alumnos formulan y los profesores aplauden.
Los globalifóbicos también asumen que es desigual la globalización, las grandes mayorías son las afectadas; a lo que anteriormente se le denominaba el proletariado ahora es el “precariado” (Bauman, Zygmunt, Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Paidós, México, 2015), que vive con la inseguridad del empleo, que no conoce los derechos sociales de las décadas de los cincuenta y sesenta, que son, en el mejor de los casos, victimizados –los delitos recaen sobre ellos– y, en el peor, criminalizados –se consideran los culpables de los delitos que se cometen, aunque ellos no los cometan– (Zaffaroni, Eugenio Raúl, La cuestión criminal, Planeta, Buenos Aires, 2012). Pero, el mayor de los delitos cometidos a estas personas por la globalización es que se les ha robado toda esperanza de vida (Galeano, Eduardo, El cazador de historias, Argentina, Siglo XXI, 2016). Esta desigualdad es la que representa que la minoría domine al mundo con sus decisiones económicas, políticas, jurídicas y sociales (Estulin, Daniel, La verdadera historia del club Bildergerg, Planeta, 2009) y que los restantes las obedezcan en sus dos comportamientos: como indignados o como resignados (Galeano, Eduardo, Colombiando, Colombia, Cepa, 2016).
Es la globalización consumista, el capitalismo en la denominada fase terminal (Beck, Ulrick, Una Europa alemana, Barcelona, Paidós, 2012); o bien, el capitalismo financiero. Efectivamente, es consumista a diferencia de lo que era el capitalismo productivo, el cual estaba basado en las grandes industrias con las excesivas agrupaciones de trabajadores que iban conformando las poblaciones y las ciudades. El trabajo permanente y la producción incesante eran el sustento de dicho capitalismo, que pasó a la especulación y, con ello, al consumismo excesivo que permite el control y manipulación social (Baudrillard, Jean, La sociedad de consumo, Siglo XXI, Madrid, 2014) pero que representa la dependencia de todos con algunos. Se ha perdido la soberanía alimentaria de las naciones, los problemas bélicos atienden a los pocos recursos naturales y a los energéticos que se encuentran en el planeta en juego (Morin, Edgar, La vía, para el futuro de la humanidad, Paidós, España, 2011).
Finalmente, la globalización que los medios de comunicación la han vendido como el progreso indispensable de la humanidad y, ante los grandes avances tecnológicos y de las comunicaciones, es inevitable el acercamiento de las naciones y de los ciudadanos, que permite la conformación de un ciudadano mundial con los mismos pensamientos y anhelos de consumo, para facilitar su control y la vigilancia de todos, pero para ello es necesario que vayan perdiendo sus propias costumbres y tradiciones. Hay que recalcar, en los medios de comunicación, que lo nacional es vetusto y la supervivencia de las tradiciones es populista y a veces útil sólo para el consumo de los turistas mundiales. Pues bien, ahora nos hace falta descubrir las ventajas de la globalización.