Jueves, abril 25, 2024

Futbol: amor y odio

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Tengo dos problemas para jugar al futbol. Uno es la pierna izquierda. El otro es la pierna derecha.

Roberto Fontanarrosa

 

Hoy concluye la primera etapa del mundial de futbol y se completarán los contendientes para los octavos de final, donde la eliminación es directa. Pierdes y te vas. Para muchos es en esta etapa cuando realmente comienza el mundial, donde se ve de qué tamaño masca la iguana.

En estos días el mundo ha constatado la pasión que genera este deporte espectáculo, que acapara la atención de varios miles de millones de espectadores alrededor del planeta, aun en aquellos países cuyas selecciones no calificaron entre las 32 participantes.

Una intrincada red de intereses concatenada en torno al deporte más popular del mundo lo han convertido en uno de los mayores negocios de la historia contemporánea. Los grandes grupos de poder económico y político a nivel nacional y multinacional se mueven con destreza para obtener las mayores utilidades, algunas legítimas, muchas no tanto.

El éxito del mundial y de todos los torneos organizados por la FIFA gira en torno al fervor patriótico alentado con premeditación, alevosía y ventaja, a través de multimillonarias campañas publicitarias financiadas por las más importantes empresas del mundo y una intensa e incesante labor de propaganda orquestada por los grandes medios electrónicos y escritos.

Es por ello que de los miles de millones de espectadores, solo una minoría es realmente aficionada al futbol y todavía menos quienes lo practican o lo han practicado. La gran mayoría es arrastrada por el tsunami publicitario, el morbo y un supuesto y manipulado nacionalismo.

El hecho es que, haiga sido como haiga sido, muy pocos logran mantenerse ajenos al espectáculo más grande del mundo. Así, observan emocionados el abanderamiento de sus futbolistas, a quienes se confiere la defensa del honor patrio. Y luego en cada partido del equipo “nacional” escuchan extasiados hasta las lágrimas el himno del país. Las escenas vistas partido tras partido durante la ceremonia de “los himnos” son verdaderamente patéticas.

Y a la hora de la verdad, cuando empieza a rodar el balón y ya no basta con “echarle ganas”, cuando lo que cuenta es la capacidad técnica, la fortaleza física y mental, la táctica y la estrategia, viene el desencuentro entre la pasión y la razón. El amor y el odio se suceden uno a otro en tiempos record. El héroe nacional de hoy, puede ser traidor a la patria mañana. Incluso en un mismo partido.

Porque el pragmatismo mediático ha impuesto la cultura de los ganadores. Aquello de que lo importante era competir quedo enterrado. Hoy “lo importante no es ganar, es lo único” como propagó el coach Vince Lombardi. Bajo esa premisa, de los 32 equipos participantes el único digno es el campeón. Los demás valen un cacahuate, son tristes “lusers”.

Entre los equipos ya eliminados en esta primera etapa están los de Inglaterra, Italia y España. Si hubieran ganado habrían recibido una llamada de su presidente o su rey, habrían desfilado por las calles aclamados como héroes y los medios habrían agotado los adjetivos calificativos para ensalzar su proeza.

En cambio, una vez derrotados bajo el criminal calor y la espantosa humedad de las canchas brasileiras, por unos adversarios mejor preparados, son tratados como la peste. Acusados desde indolentes hasta decrépitos y acabados. Todos quieren culpables y exigen cabezas (en Italia ya rodaron las del entrenador y el presidente de la Federación). Nadie sale en su defensa.

Y eso ocurrirá, con mayor o menor saña, con todas las selecciones perdedoras. Tal vez alguna se salve, como la de Costa Rica que ha sido la mayor sorpresa al calificar invicta en primer lugar de su grupo, cuando todos creían que no iba a ganar ni un partido. O las de otros países con poca tradición futbolera y que ya con haber asistido se sienten satisfechas.

Pero ya podrá usted imaginarse como les va a ir a los argentinos y a Messi, si no llegan por lo menos a la final. Y si los brasileños no ganan el campeonato habrá una conmoción nacional de dimensiones impredecibles. Muchos directivos y funcionarios perderán sus chambas y podrían incluso acabar en los tribunales, el pueblo podría perdonar sus corruptelas pero nunca la pérdida de la ansiada sexta copa. La propia reelección de la presidente Dilma Rousseff estaría en grave riesgo.

En México no pasará nada. La gente ya se acostumbró a las promesas incumplidas, las esperanzas frustradas, las necesidades insatisfechas. Por eso cada vez triunfo se festeja como si fuera el último y hasta las victorias se reciben con sospecha.

Pase lo que pase en el próximo partido contra Holanda, yo creo que México ha hecho más de lo que se esperaba y que ha jugado su mejor mundial. Así lo ha reconocido la prensa mundial. Lástima que tal hazaña deportiva haya sido ensombrecida por la porra mexicana que ha acompañado los partidos de la selección.

Su ya internacionalmente famoso grito de ¡puto! ha ocupado más espacios que todo lo hecho por la selección. Si de por sí causa pena ajena la vulgaridad homofóbica de la “mexicanada”, más lamentable resulta la defensa que los directivos del futbol y los locutores de la tele han hecho de ella. ¿Y usted que opina señor secretario de Educación Púbica?

 

Chéiser: Como plaga se ha extendido por toda Europa la creencia de que los migrantes son la causa de todos sus males. Los partidos de derecha basan su fuerza en ese discurso racista. Llama la atención ver tantos jugadores de color, negro, en casi todas las selecciones europeas, cuyo aporte es fundamental. Frente a ese hecho los racistas callan. A esos se los llama oportunistas. En mi barrio le dicen de otra manera pero me da pena escribirlo porque se parece a la porra que tanto critico.

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