Viernes, marzo 29, 2024

Eutanasia pediátrica

Indudablemente abordar el tema de la eutanasia (del griego eu = bien y thanatos = muerte, es decir: el “bien–morir”) es extremadamente complicado por la gran cantidad de percepciones que giran alrededor del tema, incluyendo las generadas por la cultura, la visión legal, la perspectiva religiosa, la postura moral, el enfoque médico y otros aspectos incomprensibles para quien que posea un aprecio, aunque sea mínimo, por la vida.

Pero es fundamental analizar algunas definiciones, pues la palabra eutanasia siempre ha sido motivo de controversias e interpretaciones que han confundido a la opinión y que han generado enfrentamientos entre médicos y público en general. Aun cuando para algunos, la eutanasia es “la acción u omisión por parte del médico con intención de provocar la muerte del paciente por compasión”, en realidad etimológicamente uno debería considerarla como “la muerte sin sufrimiento, practicándola en los pacientes incurables y en quienes usualmente padecen dolores físicos intolerables y persistentes como causa de enfermedades fatales”. Pero entonces nos enfrentamos a dos condiciones: la acción y la omisión, lo que implica una nueva definición de eutanasia que sería la activa y la pasiva. En esta última, claramente se refiere a la omisión planificada de los cuidados que prolongarían la vida, lo que a su vez generarían la abstención o la suspensión terapéutica o en pocas palabras, dejar de hacer. En el primer caso no se inicia tratamiento y en el segundo, se detiene el ya iniciado considerando que en lugar de prolongar la vida, lo que se hace es alargar la agonía. Sin embargo, es determinante explicar que en ninguno de estos casos se debe abandonar al paciente. El apoyo es constante y encaminado a que la naturaleza siga su curso con una intervención del médico enfocada a que los familiares de la persona que muere, comprendan claramente las condiciones y se puedan tomar decisiones conjuntas que redunden en una muerte con dignidad.

Cuando hablamos de eutanasia activa, se puede considerar un suicidio asistido. Esto implica la acción encaminada a producir la muerte de un ser humano acorde a sus deseos. Pero entonces hablamos de un acto voluntario en el que un individuo solicita, generalmente a un médico, que intervenga para terminar con su vida. Esto se contrapone a principios de medicina milenarios y confronta las conciencias.

Uno se pregunta si es permitido al médico matar conscientemente. Este debate no es nuevo. De hecho, Herodoto escribió: “Cuando la vida es muy opresiva para el hombre, la muerte es un refugio”. Pero es complejo determinar cuándo efectivamente un individuo es conciente de su condición de salud y sobre todo de su pronóstico a corto, mediano o largo plazo. Pero para complicar más las cosas, existe otra definición relacionada con esto: la Ortotanasia (del griego orthos = recto y thanatos = muerte, es decir: el “morir en condiciones rectas, justas o imparciales”). Esta se puede considerar ideal pues se generaría con todos los alivios médicos adecuados, los mejores consuelos humanos posibles y las condiciones más cómodas en el lecho del moribundo.

Todos estos razonamientos surgen a raíz de una noticia publicada por el diario belga Le Soir, cuando el 21 de junio pasado, cuatro senadores plantearon una propuesta de ley para legalizar la eutanasia (ya legitimada en 2002 para adultos), con una extensión a menores. El día de ayer (7 de noviembre de 2013) la agencia noticiosa EFE informó que un grupo de 16 médicos belgas especialistas en pediatría expresaron la necesidad de evitar que “menores sean sometidos a un sufrimiento insoportable”. Estos profesionales de la salud enarbolan la bandera del deber que se tiene de ayudar a cualquier paciente en la forma más humana y responsable posible.

Por otro lado, afirman que los niños que enfrentan problemas de salud de una naturaleza extremadamente grave y con riesgo de muerte inminente, desarrollan una madurez y una capacidad de pensamiento más sensata y reflexiva que les permite hablar sobre la vida, incluso en una forma mejor que adultos sanos. Obviamente el asunto se ha prestado a un debate extremadamente complicado donde, como es fácil imaginar, los más afectados y que son menos tomados en cuenta son precisamente los niños. Desgraciadamente olvidamos que ellos se comportan naturalmente como son. No establecen distinciones o distingos, así como tampoco hacen las cosas para satisfacer a los demás. Con obstinación buscan obtener sus satisfactores, y eso les imprime un carácter muy auténtico. Por eso, y pese a lo crudo del pensamiento, considero determinante que efectivamente se deben tomar en cuenta, dentro de sus derechos, decisiones tan importantes como el bien vivir y morir. Evidentemente esto contribuiría a que construyamos una sociedad mejor.

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