Una característica de la clase empresarial mexicana, es la de adaptarse a los cambios impuestos por las circunstancias políticas y, así, seguir garantizando sus ganancias. Es, algo así, como camaleónica.
Los empresarios agrupados en el Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y en el Consejo Mexicano de Negocios (CMN), financiaron la “campaña negra” contra quien, dijeron, era “un peligro para México”; luego, en la campaña electoral la voluntad y la decisión del cambio era tal que hacía imposible el fraude, entonces los empresarios, ante el alud de votos, rumiaron su derrota e iniciaron su reacomodo para no perder privilegios.
Hoy en día, las organizaciones empresariales están desoladas pues los partidos políticos que manipulaban están en declive, el PRI, el PAN, MC, el Verde y el PRD, han perdido fuerza y carecen de un liderazgo capaz de oponerse a la cuarta transformación. Por eso, los empresarios se han sacudido los colores partidarios que les estorban y han retomado el diálogo con el gobierno de manera directa. En efecto, el 23 de julio pasado, AMLO se reunió con Carlos Salazar Lomelín, representante del CCE, y con el presidente del CMN, Antonio del Valle, para acordar las reglas básicas que deberán cumplir los empresarios para invertir en el sector energético del país, o sea, sin pleitos, agachaditos y camaleónicos, siguen manteniendo sus negocios. Como se ve, no necesitan intermediarios si ellos directamente arreglan sus asuntos con el presidente; ahí están Ricardo Salinas Pliego, Miguel Alemán, Carlos Hank González y Olegario Vázquez, empresarios que forman parte de la clase dominante, sin olvidar al empresario Alfonso Romo, jefe de la oficina del presidente. El argumento es que no hay dinero público suficiente para invertir en el sector energético y de ahí la necesidad del capital privado nacional, que, incluso fue desplazado en favor del capital extranjero cuando los gobiernos neoliberales desmantelaron el sector.
Sin embargo, pedir ayuda a los empresarios es similar al cordero que vota por el lobo. Ahora, los empresarios retoman el discurso de la soberanía energética en su propio beneficio, no para que la nación recupere la soberanía sobre sus recursos naturales.
La clase empresarial de nuestro país, no ha cambiado: es antipopular y reaccionaria, puede simular ceder frente al gobierno, si así protege sus intereses y garantiza su dominación que naturaliza la explotación del trabajador. Conviene recordar que la soberanía de la nación reside en el pueblo, no en la inversión de los empresarios, en su momento, autores, ejecutores y beneficiarios de la política económica neoliberal. Acabar con el neoliberalismo de raíz, es construir democráticamente las bases de una verdadera soberanía nacional.