Jueves, abril 25, 2024

El tiempo de los ingobernables. ¿Y si ya no queremos ser ciudadanos?

Hay dos procesos que se están dando en la comunidad política a nivel nacional. Por un lado, esta sucediendo que la propuesta de modos de ejercicio de ciudadanía, de los derechos ciudadanos y de la democracia, se ha constituidos en discurso y práctica que tiende a excluir y a expulsar de la comunidad a determinadas subjetividades políticas, al mismo tiempo que tiende a normalizar y hacer invisible el dolor social colectivo. Y, por otro lado, estamos asistiendo al “afloramiento” de una fuerza de resistencia que podemos llamar fuerza de “los ingobernables”, que hacen “lo común” desde la inmanencia de sus vidas antes que desde la asunción de la abstracción de la ciudadanía; son los que en sus modos de encuentro y de presentación cuestionan de fondo las estrategias de la política que hay: la representación, la idea misma de comunidad política y el poder como autoridad.

Estoy convencido de la creciente presencia de los ingobernables, de los que con la misma fuerza que son borrados como subjetividades políticas en la comunidad establecida, irrumpen como alteridad, como los otros que no se dejen seducir ni convencer y despliegan lo político como crítica rabiosa de lo que hay y como afirmación de otra cosa, de otros modos de hacer lo común. Estas semanas he visto marchar  por las calles de esta ciudad a los ingobernables con toda la potencia de la fuerza de su querer vivir como desafío frente al poder establecido. Es cierto que con ellos iban también los que se esfuerzan por representarlos, los que intentan desde cualquier lugar del espectro político acotar su dolor en los marcos de un sistema político que dice querer representarlos.

Ciudadanía, derechos ciudadanos y democracia: una construcción maléfica de la alteridad

 En los discursos y las prácticas impulsadas por las instituciones políticas del Estado, así como en los procesos continuos de reformas políticas para consolidar la democracia en el país, hay una tendencia creciente a lo que podemos llamar la “construcción maléfica de la alteridad” que opera mediante el trazado y perfeccionamiento continuo de “marcos de intelegibilidad” de lo que es ser ciudadano, de lo que es lo democrático y del ejercicio de la ciudadanía; marcos en los que las prácticas personales y colectivas deben medirse para reconocerse como vidas inteligibles o no.

Estos marcos importan por lo que incluyen pero también por lo que dejan fuera. Lo que no cabe, lo que queda fuera, resulta comportamiento y vida no inteligible y se presenta como precariedad e insuficiencia, o como disfunción y anormalidad. En estas condiciones, todos los modos de “educación para la ciudadanía” que realizan las instituciones de gobierno, el sistema educativo y las organizaciones de la sociedad civil, son mecanismos para superar la precariedad o la insuficiencia, de modo que las personas resulten ciudadanos plenos y partícipes de la comunidad política. Ejemplos: la preparación de los niños y las niñas como ciudadanos en el sistema educativo, la capacitación en derechos ciudadanos para quienes no los conocen y por ello no los ejercen o lo hacen de manera precaria, el registro en el sistema electoral como marco para ejercer la ciudadanía, que se presenta asociado a una prueba de existencia ante los demás. Pero estos marcos sirven, además, y sobre todo para hacer invisibles, y en su caso para criminalizar en su momento, comportamientos que al no acomodarse en las coordenadas trazadas resultan anormales, disfuncionales. De esos comportamientos personales y colectivos lo que se destaca es su anormalidad, su disfuncionalidad, pero no se alcanza a ver su condición de irrupción que cuestiona la legitimidad social de lo que hay. Los marcos actúan como “anteojeras” que definen lo inteligible, el comportamiento que se entiende, y por tanto delimitan aquello que no es sino anormal o disfuncional (ciertas formas de protesta social, por ejemplo, formas locales de autogobierno que son expresión del hartazgo social, el rechazo a votar, el desconocimiento de los representantes políticos como representantes propios…)

¿Qué está pasando en el largo y esforzado proceso de construcción de la democracia en nuestros país? Para mi es evidente que se ha dado un traslado desde las luchas por la ciudadanía y por la democracia como procesos que reflejan aspiraciones sociales colectivas y que han contenido de diversos modos y en diversos grados, en su momento, una fuerza emancipatoria que trastocó el estado de cosas existente, hacia la institución de lo ciudadano y lo democrático como proyectos hegemónicos de control y normalización. La  lucha por la ciudadanía y la democracia van perdiendo su contenido emancipatorio y deviene en el establecimiento de lo ciudadano y lo democrático, es decir, en la negociación de marcos de intelegibilidad que actúan como referentes de lo que es y lo que no es. Esto es así: las mismas fuerzas que en su momento desafíaron de diversos modos lo establecido, enarbolando la exigencia de democracia y la institución de una sociedad democrática, devienen luego en fuerzas que negocian los marcos de intelegibilidad de lo democrático y elaboran el estatuto de lo ciudadano.

La ciudadanía como normalización del dolor social colectivo

Desde los marcos trazados y negociados periódicamente por los representantes y sus especialistas en las instituciones que hacen la comunidad política, lo democrático y lo ciudadano establecido  resultan los únicos discursos y prácticas legítimas para gestionar el malestar social, encauzar los conflictos de manera racional y procesar la indignación y el dolor colectivo Así, cuando el dolor social es creciente y la indignación social ante lo que pasa va en aumento, como sucede ahora en nuestro país, se espera de nosotros que ejerzamos nuestra ciudanía comportándonos como ciudadanos en los marcos de la democracia establecida. De esta  manera “…somos ciudadanos cada vez que nos comportamos como tales, es decir, cada vez que hacemos lo que nos corresponde y se espera de nosotros…” (Santiago Lopez Petit) y lo que se espera de nosotros es que participemos activamente en la vida pública legitima que está sancionada como lo democrático y lo que define el ser ciudadano. Se espera que sepamos canalizar nuestro descontento social por los “cauces establecidos” y votemos cada cierto tiempo escogiendo la oferta política que nos representa. Y se espera sobre todo que seamos trabajadores y consumidores acomodados en los marcos del “buen fin de semana”, como signo de participación social. Si lo hacemos, resulta que “llegamos a nuestra mayoría de edad como ciudadanos sensatos” y nuestra comunidad política deja atrás los tiempos de la fragilidad democrática.

La exigencia de ejercicio ciudadano y de construcción de la democracia, como luchas liberadoras frente a una determinada opresión y como luchas que dan lugar a la conquista de espacios de libertad en y para las personas, ceden su lugar, señala López Petit, a la producción de modos de sujeción sancionados como legítimos en tanto “…establecen la partición entre lo pensable y lo impensable…. define(n) directamente el marco de lo que se puede pensar, de lo que se puede hacer, y de lo que se puede vivir”. El ciudadano, para decirlo con las palabras rotundas de López Petit, aparece entonces  en estas condiciones como “…un figura triste que no tiene  fuego dentro”  Es lo que hay. Es eso o la anarquía, la vuelta al pasado.

Hoy hay una crisis de lo ciudadano y lo democrático, una crisis que tiene mucho de latencia aunque también de manifestación. Los marcos de lo ciudadano y de lo democrático se están viendo rebasados por la fuerza de un querer vivir que brota del dolor social y de la indignación ante lo que está pasando y que ya no acepta acomodarse en los marcos trazados. El querer vivir de otro modo, como fuerza emancipatoria,  aparece entonces como desafío en tanto se plantea como tal cuestionando radicalmente las formas de la democracia y la ciudadanía establecidas.

La presentación de los ingobernables: el cuestionamiento de la representación, de la comunidad política y del poder como autoridad

–¿Estado Civil?

–Ingobernable.

Los ingobernables son, literalmente, los que no se dejan gobernar, los que no pueden ser dirigidos, guiados o controlados. Los ingobernables son los que dicen “que se vayan todos…” refiriéndose a los gobernantes y a los políticos, pero no porque quieran poner a otros en su lugar, sino porque en su indignación quieren deshabitar los modos de lo democrático y de lo ciudadano para hacer otra cosa. ¿Qué otra cosa? No lo saben con certeza, y eso espanta a los hacedores y legitimadores de lo democrático y lo ciudadano. Lo suyo es la fuerza de un querer vivir que desafía el querer vivir que dijeron que había que vivir. Los ingobernables resultan un desafío porque su querer vivir es un desafío: cada presentación que hacen es siempre una presentación que deshace y descompone el orden, porque al desocupar con sus gestos, actitudes y sus prácticas el espacio establecido de lo ciudadano y lo democrático, lo vacían.

Visto así, los ingobernables no son una fallo, una disfunción, una anormalidad en el funcionamiento de lo democrático, sino una anomalía en el sentido completo de la palabra: una discrepancia de las reglas y de los usos establecidos. En sus formas de presentación, en cada acontecimiento que los hace visibles, en los modos del encuentro, los ingobernables sin teorizar sobre ello, sin crear nuevas reglamentaciones, sin dar explicaciones, nada más mostrando, discrepan de tres pilares que hacen al entramado de lo político hegemónico y al tejido de discursos y practicas de la democracia y la ciudadanía establecidas: discrepan de la representación, de la comunidad política estatuida y del ejercicio del poder como autoridad.

Los ingobernables cuestionan la lógica de la representación política, la diferencia dura entre las esferas del representado y del representante. No quieren ser representados, quieren presentarse e inauguran cada vez la fuerza del anonimato como modo de presentación. Buscan la apertura de espacios políticos como producción de acontecimiento del nosotros común, no como espacios estructurados en función de la lógica de la representación, sino en la lógica de lo comunicante, de lo variable, de flujos y dinámicas, de momentos del acontecimiento. Hacen el espacio de lo común desde el encontrarse, desde el gesto de estar juntos para decir las cosas, para hallar lo que es común.

Los ingobernables con su hacer cuestionan el modo de la comunidad política establecida: no quieren la comunidad política de la apresentación, de la representación, de la ciudadanía que al igualar lo ciudadano borra para no tomar en cuenta las formas de vida. Los ingobernables quieren la comunidad desde la presentación de sus formas de vida, quieren la comunidad de los diferentes y por ello iguales, proponen la lógica de lo por venir, de lo que ha de darse en el encuentro, sin poner por delante  identidades prefijadas y marcos regulatorios.

Finalmente, los ingobernables cuestionan en lo que hacen el poder como autoridad: no quieren “acceder al poder” ni siquiera para ponerlo al servicio de ellos mismos. Su querer vivir como desafío es despliegue de poder como potencia, como capacidad de fundar y de hacer: frente al poder instituido se presentan con la fuerza de poder instituyente, como posibilidad de hacer lo común. En su hacer vuelven a ligar el quehacer político a la vida, a la acción, al deseo; esto es, vuelven a desplegar lo humano como elaboración de lo nuevo y, en ese sentido, abren la posibilidad de la emancipación, de la liberación, respecto al cerco que la realidad les impone.

¿Y si ya no queremos ser ciudadanos?

Esta es la pregunta que asusta a unos, que hace temblar a otros y que para muchos es la pregunta que inaugura nuevos modos de hacer lo político: qué hemos de hacer frente a esta democracia, frente a esta ciudadanía que no queremos. Que se vayan todos, decimos!!  La irrupción de los ingobernables es la posibilidad de irrupción de otra cosa. Qué hemos de hacer. Algo está naciendo y en momentos como los que vivimos se hace presente, se hace evidente.

*Universidad Campesina Indígena en Red

Centro de Estudios para el Desarrollo Rural

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