Martes, abril 16, 2024

El Café Aguirre del centro

El 17 de agosto fue un domingo tristón. En pleno verano, el cielo se puso gris, empezó a correr un airecillo frío y la tristeza de los parroquianos del Café Aguirre se sintonizó con la noticia del cierre de este entrañable lugar de encuentro y tradición… Mis contertulios y yo nos enteramos de la infausta noticia la semana anterior, cuando habíamos dado cuenta de un soberbio desayuno “de la casa” y de la revisión de la agenda política, social y universitaria de los días en curso.

Transcurrió la semana y en el último día de operaciones del café, emprendí un particular ritual de despedida. Hacia las 14 horas, entré a la mesa del fondo –mi mesa– y pedí un americano. Llegó la taza blanca con la crema del café, humeante y olorosa. Perfecta. Le saqué una foto y le dí un sorbito.

Recordé perfectamente mi primera visita al Aguirre. Fue con don Luis Neve y con Adolfo Flores Fragoso. Era 19 de noviembre del año 1984, y desde ese momento me convertí en asidua visitante del lugar. Al principio iba en las noches, al salir de la sala de redacción de la HR, cuando la radiodifusora estaba en el edificio Alles de la 2 Poniente y la avenida 5 de Mayo.

Con el paso de los años, los chilaquiles verdes de los domingos se convirtieron en religión. Posteriormente incorporé el café de los sábados como pausa de media mañana en las tareas noticiosas de El Universal Puebla–Tlaxcala. Ahí fue cuando adopté la costumbre de llegar con la edición de La Jornada y El País para acompañar su lectura con un café expreso. A esa mesa se iban sumando Pepe Morales y los colegas de la Ibero… Cuando se llenaba la mesa vecina de los parroquianos de más edad, siempre comentábamos que nosotros éramos “las fuerzas juveniles” que sustituirían a la mesa de los viejitos.

Todo indica que eso no sucederá. El Café Aguirre del centro cerró. En ese domingo gris, me senté por última vez frente a mi taza de café americano. Un sorbo por don Luis Neve. Otro por cada una de las señoritas que a lo largo de los años 80 me sirvieron una incontable cantidad de tazas de café: La güera Delfis, Bety, Cristy y Agus, la más joven del grupo, que nunca me servía más de tres tazas de expreso “para que no me emborrachara”. Recuerdo que cuando el dueño las liquidó emprendimos un boicot y dejamos de ir al Aguirre. Con el paso de los años, terminé por reincidir y volví con mi hijo Pablo y con una nueva generación de jóvenes que se hicieron adictos a los desayunos dominicales.

Las lágrimas se me hicieron nudo en el corazón. Pedí una foto con las señoritas del grupo más contemporáneo: Haydé, Gabriela, Socorro, María Elena y Karina. Pagué mi café y me despedí con un abrazo de cada una de ellas. Yo sollozaba. Ellas me consolaron y dijeron que muy pronto volveríamos a vernos…

Salí al domingo triste. Ni el bullicio ni los globos dominicales de la 5 de Mayo me consolaron. Salí sola pero acompañada por todos los que lamentamos la pérdida de un sitio entrañable. Ese café fue el espacio público para la discusión periodística, política y familiar de muchas generaciones. Los “Medieros” tenemos un irreparable sentimiento de orfandad. No llevaba lentes oscuros para ocultar los lagrimones derivados de la despedida. De cualquier manera, me hubiera visto ridícula porque no había sol.

Así termina una época que duró más de 30 años para mí. Tenía 19 cuando me convertí en tertuliana del Aguirre. Hoy tengo 50 y una gran alforja de recuerdos cuyo escenario principal fue este café. Amores y desamores; muchas horas de grilla y discusiones enfocadas a componer el mundo. Todos mis hijos adhesivos y amigas entrañables compartimos ahí las horas y los días. Mi hijo y los hijos e hijas de mis camaradas pasaron largos ratos de su infancia escuchando pláticas sobre la sociedad y la política en las mesas del Aguirre. Esa cafetería constituyó un espacio público para el debate de las ideas. Se acabó. Por eso, en el contexto de los días aciagos que viven los periodistas y los defensores de Derechos Humanos, no está por demás dejar constancia de que el cierre del Café Aguirre del centro es un dolor que se suma a la tristeza estructural de un país que duele mucho.

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