“Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella, no me salvo yo”.
Ortega y Gasset
La autoridad se encarna de muchas maneras, la mayoría de las veces y una de las más efectivas es la arbitrariedad de sus decisiones. Todos pensamos que lo más eficiente es que nos controlen o nos callen. Sin embargo, lo más rápido es que culminen con el poder que ellos si pueden ejercer y nosotros –en ningún caso de la sublevación política del poder entre una clase y otra– no; me refiero a la toma de decisiones arbitraria.
Desde un principio, y con sus excepciones, este espacio se ha propuesto una crítica intempestiva sobre los acontecimientos de nuestra ciudad. Dicha crítica siempre tendrá la tendencia de generar los factores suficientes para que el lector pueda generar su propia crítica. En este caso abordaremos una de las decisiones que de manera arbitraria se quieren tomar. Por lo cual desarrollaremos de manera muy breve y lo más consistente posible algunas definiciones que nos puedan ayudar a generar una opinión.
Para empezar definamos que por voluntad popular, de acuerdo a la filosofía política, la economía y la politología se referirá al poder que le es posible a la mayoría de la población que carece de un puesto público, tal como es el voto por ejemplo. La voluntad popular no es sólo lo popular. Ésta va más allá, se muestra como el poder real. Sólo la mayoría tiene la capacidad de ejercer un poder que, precisamente, busque el ejercicio de la voluntad para sumar los esfuerzos individuales en uno sólo para los embates frente a aquellas minorías que ejercen el poder desde una esfera inexistente. El problema de la mayoría es que no se da cuenta de las posibilidades de su poder.
Hagamos un parangón, durante el siglo IV existieron ciertos dioses que conservaban los barbaros, es decir, los germanos y nórdicos. Todas las tradiciones y los ritos de esta religión han quedado en el pasado como simples mitos y leyendas. Dichos dioses pudieron tener grandes seguidores, sin embargo, al ser ignorados pierden la influencia que ejercían bajo la cultura. De la misma manera pasa con los gobernantes, la voluntad popular tiene la capacidad real de cambiar y decidir sobre una elección de los gobernantes. Lo que ocurre es que no tenemos una voluntad popular fundada en criterios.
Pero entonces si operamos sobre una definición de lo arbitrario como aquel poder déspota que se rige sobre el bien de los ciudadanos nos damos cuenta del poder exacerbado y violento que posee aquel gobernante que ejerce la autoridad. Pero entonces vemos que lo arbitrario no se rige a las normativas de la legibilidad, las exacerba en una autoridad que demuestra como la flagrante demostración de poder.
El problema es cuando el poder arbitrario anula la posibilidad de elección. Esto sólo demuestra la falta de decisión, conocimiento, creatividad y criterio de la sociedad en cuestión. La autoridad entonces puede aventajarse y cumplir con toda la saciedad que demanda el hambre de su frivolidad. La generación de criterio es entonces la culminación –pienso– de todos los factores que pueden conducir a una sociedad mejor organizada. El acto seguido es no dejarnos cegar por las especulaciones ni por el aplastamiento del poder popular, la única vía de cambio son nuestras propias elecciones desde lo individual acrecentándolas en la coexistencia cotidiana.