Jueves, abril 25, 2024

Del Himno al amor a los redobles épicos

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Como el mundo está entregado al balón con ciega idolatría, la tauromaquia optó por refugiarse en un culto austero y minimalista. Que la atención de los más –miles de millones, literalmente– se sacie con su capricho mundialista –los ojos obsesivamente puestos en Brasil–, mientras nada turbe la serenidad del minúsculo pueblo francés donde Joselito va a escenificar un retorno fugaz a los redondeles y al chispeante, sólo comparable al rito que Antonio Ordóñez –ya retirado– oficiaba cada año, regiamente ataviado de goyesco, al abrigo de la pétrea solidez de la Maestranza de Ronda, allá por los años 70 de un siglo que ya es historia. Sin olvidar que, a los pocos días, José Tomás reaparecería en Granada, otra ciudad de reducidas proporciones y sabor incomparable.

 

L’hymne a l’amour

 

En la feria de Istres –Itres en occitano– acababa de salir en hombros el día anterior Joselito Adame, cuyo toreo transmite este año una ansiedad muy comprensible pero claramente lesiva a la pureza de su tauromaquia. Mas era otro Joselito –el madrileño José Miguel Arroyo Delgado– el blanco de todas las expectativas. Por qué escondidas razones decidió el viejo maestro romper una década de retiro firmando con la empresa de una diminuta comuna mediterránea, enclavada justo en la desembocadura del Ródano, es misterio consecuente, en todo caso, con la singular trayectoria de este torero. Lo cierto es que accedió a otorgarle la alternativa allí –en un coso para menos de tres mil almas– al joven Cayetano Ortiz (Gaetan Vidal Ortiz, novillero nacido en Beziers), y luego brindar su segundo toro a Morante de la Puebla, que iba de testigo, puede suponerse que por voluntad expresa del reapareciente.

Sus dos toros de Garcigrande –cómodos de cabeza y de media tonelada cada uno– salieron de dulce. Pero la solemnidad del toreo joselitista desbordó con sus virtudes las excelentes condiciones de ambos astados. Había tal suavidad en la ejecución de lances y muletazos, derramaba tan asolerado bouquet aquella sucesión de mágicas escenas, que la banda no tuvo más remedio que traspapelar las notas marciales del pasodoble para deslizar las de L’hymne a l’amour, alguna vez inmortalizado por la voz desgarrada de Edith Piaf. Y apenas acordes con la suavidad con que se sucedían las tandas en redondo por ambos pitones, los clásicos de pecho, los trincherazos y pases de la firma de cadencioso trazo. Tal era el estado de gracia del artista que hasta sus dos lentos volapiés parecieron despojados de toda violencia.

Joselito le cortó las orejas de su primer toro y las dos y el rabo del cuarto, al que había veroniqueado bellamente rodilla en tierra y cuya faena transcurrió al compás del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo. Fueron dos astados pastueños y de gran clase. Como mandados a hacer para la apoteosis de un grandísimo torero, cuya reaparición en pleno mundial de futbol sin duda quedará marcada como la efeméride mayor de la temporada taurina de 2014.

 

JT: ni un paso atrás

 

Distinto tono tuvo otra reaparición, la esperadísima de José Tomás. En Granada, el de Galapagar fue fiel a sus convicciones, que coinciden con las del público en ese punto de quiebre donde la ética del mítico torero ha decidido enraizarse y enraizar su tauromaquia: imperturbable y quieto sobre la arena, quebrada al máximo la cintura, alargados los trazos y elásticas las muñecas.

José Tomás desorejó a “Achacoso”, un jabonero de Juan Pedro Domecq sin mayor clase pero obediente a los engaños. Cosa que a JT le da exactamente lo mismo. Lo cual volvió a evidenciarse porque el 5º, de Victoriano del Río, era un animal indómito, calamochero y de sentido, al que el torero fue sometiendo a base de serena quietud, fiado exclusivamente en el mando de su muleta hasta que el animal fue cediendo y la faena ganó en temple y belleza, algo por lo que nadie hubiera apostado cinco minutos antes.

La cogida, aparatosísima, no ocurrió mientras toreaba sino al irse de la cara con ese gesto displicente que nunca debe tener un torero mientras esté el toro en el ruedo. Máxime si se trata de un bicho sometido, sí, pero nervioso y alerta como ese “Desterrado”, que lo acometió de improviso por la espalda para voltearlo bárbaramente.  Muy mal cayó José Tomás –luego se comprobaría que con al menos una costilla fracturada– y, desvanecido por completo, fue precipitadamente llevado a la enfermería entre la consternación del público. No tardaría en reaparecer, cuando Finito de Córdoba se aprestaba a estoquear al victoriano, para ser él quien cobrara el volapié definitivo –previo par de pinchazos– y cobrara dos orejas solicitadas más por el corazón agitado de la gente que por su análisis crítico. Aunque se excusó de dejarse pasear en hombros, JT anunció que, pese a sus lesiones, estaría listo a partir plaza el domingo, en León (donde cortó la única oreja de la tarde).

¿Cómo se mostró en Granada el legendario diestro? Diría que tan enorme artista como siempre –ética y estética indisolublemente aunadas–… pero mejor dispuesto que puesto con el toro. Los enganchones de su segunda faena eran inevitables, dada la índole agreste del animal, y si alguno hubo también con el otro, terminó dibujándole dos series al natural deletreadas y pletóricas. Pero, como muestra de lo poquísimo que torea, de luces y ante el público, está esa chicuelina a “Achacoso”, por el pitón izquierdo, en que, por cruzarse temerariamente en el viaje, casi se coge solo. El resultado fue el lance más atropellado e impuro de su gran tarde… aunque fuera también el primero que levantó al público de sus asientos.

 

Mundial y antimundial

 

Copa del Mundo: la forma de contagio más excitante jamás conocida, capaz de mantener en vilo durante un mes la mente y el ánimo de ingentes multitudes en los cinco continentes. Tauromaquia: ejercicio singularísimo, íntimo y fugaz; geográficamente muy limitado, políticamente recusado y perseguido, y sin embargo la modalidad artística más intensa y honda de que se tenga constancia.

Que cada cual elija de acuerdo a su sentir. Y es válida, por supuesto, la doble elección.

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