Doble contra sencillo a que ustedes nunca han visto una película de Mauritania. Hoy tenemos la ocasión de saldar ese pendiente, gracias al estreno en Puebla y en la región de Timbuktú, de Abderrahmane Sissako, uno de los títulos nominados al Oscar –en la más reciente entrega– a mejor film en lengua extranjera, primer representante de dicho país en la historia de estos premios. No ganó la estatuilla, pero de Cannes se trajo el Francois Chalais Award y el Premio del Jurado Ecuménico. Este último, “por mostrarnos la vida y digna resistencia de hombres y mujeres de Timbuktú, que quieren vivir según su cultura y tradiciones, al tiempo que integran las nuevas tecnologías. Como una matizada pero firme denuncia de la interpretación extremista de la religión, el Jurado Ecuménico honra la estatura artística del film, así como su humor y contención; pues mientras hace crítica de la intolerancia, atrae la atención hacia la humanidad inherente a cada persona”. Timbuktú arrasó en los prestigiados César franceses (recogió siete, de entre ocho nominaciones) y fue galardonada, entre otros, en los festivales internacionales de Chicago y Jerusalem.
Timbuktú es un drama, al que –en efecto– le agradeces la sutileza, su contención. Recoge el acoso represivo de los jihadistas sobre los habitantes de la ciudad titular (y de sus cercanías), con amenazas y castigos a vivencias cotidianas como tu fe, la música, reír, fumar o jugar futbol. Como consecuencia, muchos lugareños ya se han ido. Por su parte, los que se quedan –como el pastor de vacas Kidane y su familia– intentan seguir, con la frágil esperanza de que la situación no les alcance. Pero un incidente en el entorno de Kidane trastoca su existencia y destruye su espejismo de paz, arrastrando en la caída a su esposa e hija. Es así que la tragedia asume un rostro conocido, individual, inmerecido, para que la denuncia encarne y la indignación explote, a pesar de la inquebrantable decisión del director Sissako de no caer en la violencia desenfrenada ni en la histeria resonante. Timbuktú es una obra maestra sensible, serena, profunda, rebosante de humanidad, que mantiene a raya sus corceles hasta que ya no es posible. Pero aún entonces, su belleza hace justicia al tono previo, al clima global, y evita cualquier énfasis de “victimización”. Y queda entonces –poderoso– el señalamiento a propósito de un hartazgo ya en sus límites, resultado de la necesidad de cantar bajito, a escondidas, o de disputar un serio e intenso partido de futbol lejos de cualquier mirada y…sin un balón. En su segunda semana de exhibición (que puede ser la última), todos a ver Timbuktú sin falta.
Y para quienes gustan de Nicole Kidman (la mayoría, supongo) y no la ven en salas desde Lazos perversos (Stoker), ha estrenado No confíes en nadie (Before I go to sleep), de Rowan Joffe, thriller de misterio acerca de una mujer que –cada mañana– nada recuerda de su pasado debido, según le dicen, a un accidente automovilístico de muchos años antes. Acompañan a la guapa Kidman los sólidos Colin Firth y Mark Strong. No la he visto al escribir esto, pero así “de botepronto” pudiera pensarse como una cruza entre Amnesia y Como si fuera la primera vez (pero seguro no es eso). Y ya que mencioné a Firth, también se le puede ver en el reestreno de Kingsman: Servicio Secreto, ahora anunciada “sin censura”. ¿O sea que la versión vista hace unas semanas venía censurada? Pues mal, ¿no? Digo, porque la gente no pagó su boleto con dinero falso, ni los exhibidores van a devolver las entradas (cosas veredes, mío Cid…). Pero bueno; al menos sigue en cartelera Siempre Alice, ya comentada en este espacio, que aún es de lo mejor en oferta, con el notable trabajo de Julianne Moore como una mujer a la que se diagnostica en fase precoz de Alzheimer. Un drama profundo al que, aunque cueste, no debemos correrle.