Miércoles, abril 24, 2024

Con Larios se va toda una época

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Zacatepec ocupa un sitio muy peculiar en la historia del futbol mexicano. Pequeña población que floreció en torno al ingenio azucarero Emiliano Zapata, en el centro geográfico de Morelos y del zapatismo original, irrumpió en el futbol profesional con tal ímpetu que, en cosa de pocos años, pasaría de ser uno de los clubes fundadores de la Segunda División y el primero en ascender a Primera (1950–51) a bicampeón de liga en la división absoluta (1954–55 y 57–58), como lo fue también de Copa en 1955 y 57, y campeón de campeones derrotando 1–0 al León el 20 de abril de 1958. Eran los tiempos de Raúl Cárdenas, patrón del medio campo, y de Carlos Lara –el segundo “Charro” argentino del futbol mexicano– como campeón de goleo, pero también de Nelson Festa e Isidro Gil en el arco, Toño Roca y Héctor Ortiz en la defensa, y un ataque donde brillaron el “Chueco” Candia, Turcato y Nicolau, argentinos los tres, que se contaban entre las mejores importaciones de una época en que no les faltaban, bajo la misma camiseta blanca de franja horizontal verde, acompañantes mexicanos de tanta clase como Antonio Jasso, Ignacio Piña o Héctor Quintanar, ni de tanta enjundia como el joven local Agustín “Coruco” Díaz, prematuramente desaparecido cuando despuntaba como promesa de proyección ilimitada. En homenaje a su breve pero brillante paso por el cuadro azucarero, el pequeño estadio de Zacatepec lleva su nombre. Recuerdo que Ángel Fernández lo llamaba “La Selva Cañera”, y que era, bajo un calor agobiante, una de las visitas más incómodas de la Primera División, inclusive cuando lo que quedaba de un club otrora grande, desasistido económicamente, convirtió el ascenso–descenso a Segunda en un dramático equilibrio al borde del abismo, una peligrosa costumbre, casi un arte.

En ese Zacatepec, donde aún se recuerdan los históricos logros del equipazo que cobrara título tras título bajo la batuta de un primerizo pero ya sabio Ignacio Trelles, se llevaron a cabo el viernes último las exequias de Pablo Larios Iwasaki, ídolo local, campeonísimo con el Puebla en 198990 y el único arquero mexicano que ha jugado cinco partidos en una Copa del Mundo.

Cuna de grandes porteros. Cuando el Zacatepec no era ya lo que había sido empezaron a surgir en su seno jóvenes guardametas de sobresalientes facultades. Tres hubo que fueron clave para la difícil permanencia en Primera: Moisés Camacho, Pablo Larios y Nacho Rodríguez. Los tres tuvieron que emigrar para trascender y, casualmente, los tres recalarían en el Puebla, donde al menos Moisés y Pablo hicieron historia. Moi Camacho defendió el marco camotero entre 1978 y 1986, Larios del 89 al 94 y Nacho Rodríguez sólo estuvo una temporada, la 91–92, como alterno de Pablo. No era raro, por esos años, que valores surgidos en el Zacatepec recalaran en el Puebla. Y hasta lo hacían por familias, como los hermanos Nájera (Manuel, Román y Víctor) y los Peralta (Cirilo y Leonardo); también vistieron la diagonal azul Lino Espín, Alfonso Báez y Rito Sotelo. Pero ninguno duró tanto ni llegó a descollar al nivel de Moi Camacho y Pablo Larios.

Larios y su trayectoria. Conocí fugazmente a la madre de Pablo Larios Iwasaki (Zacaptepec, 31.01.60 –Puebla, 31.01.19) y la señora tenía rasgos netamente orientales, aunque no estoy seguro de si fuera nacida en Japón o de padres japoneses. Lejos del estoicismo de un samurai, a Pablo solía ganarle la ansiedad, en su vida personal y en salidas algo precipitadas, como la que le costó el único gol de Bélgica (Vanderbergh, 45’) en la victoria del Tri al abrir el México 86 (2–1). Por lo demás era largo y delgado, muy ágil y elástico, sus vuelos en busca del balón arrancaban rugidos de la tribuna, y no tardó en adueñarse de la titularidad del arco nacional en cuanto pasó del Zacatepec al Cruz Azul, en 1984. Pero sus únicos títulos en Primera los lograría con el Puebla, encabezando la histórica alineación del equipo campeón de copa y liga en 1989–90, cuando ambos alcanzaban una trascendencia de la que los actuales minitorneos carecen, por más que los acompañe el alboroto televisivo y la publicrónica lance los usuales fuegos de artificio.

Esta fue la alineación con la que el Puebla conquistó la Copa México el 18 de abril de 1990, derrotando 4–1 a Tigres en el Cuauhtémoc tras caer 2–0 en la ida: Larios; Arturo Álvarez, Edgardo Fuentes (chileno), Ruiz Esparza y Arturo “El Mango” Orozco; Marcelino Bernal, Chepo de la Torre y “Mortero” Aravena (chileno); Javier “Chícharo” Hernández (padre del “Chicharito”), Carlos Poblete (chileno) y Edivaldo Martins (brasileño, preseleccionado de su país para Italia 90 en una época en que llegaban a nuestro futbol internacionales de prestigio y no solo segundones o cartuchos quemados; de vuelta a Sao Paulo Edivaldo moriría joven, en accidente vial). Como suplentes entraron Almaguer por el “Chícharo” y Cañas por el brasileño. Los goles poblanos los hicieron Fuentes (3’), Poblete (22’), Aravena (39’) y Bernal (83’), y por Tigres el che  Almirón (34’). Y Larios tuvo dos intervenciones decisivas en manos a mano con Almirón (8’) y Escalera (93’). Valieron el título.

En la final por el cetro de la liga Puebla formó con Larios, Álvarez, Fuentes, Ruiz Esparza y Orozco; Bernal, Ángel Torres y Aravena; “Chícharo” Hernández (Morales, 58’), Poblete y Edivaldo (Cañas, 58’). DT Manuel Lapuente. Había vencido como visitante a la U de G por 1–2 en el primer partido de la final y la vuelta, el 26 de mayo de 1990, nos regaló este dramático vaivén de goles antes de que la Franja concretara la histórica victoria: 0–1 (25’: autogol de Ruiz Esparza), 0–2 (32’: Daniel “Travieso” Guzmán), 1–2 (33’, “Chícharo” en semichilena), 2–2 (39’, Aravena, a centro de Javier Hernández), 3–2 (72’, Aravena, robando medio campo y largándose solo para fusilar a Aguado), 4–2 (83’, Poblete, búfalo del área), 4–3 (83’, “Vikingo” Dávila, de impresionante cañonazo de 25 metros). Puebla se coronaba con global de 6–4, y automáticamente se coronaba también campeón de campeones.

Esa sería la culminación de la carrera de Pablo Larios, que en 1994 fue traspasado a Toros Neza, equipo con mucha miga con el que jugó la final del Verano 97, ganada por Chivas con global de 7–2. Antes había sido titular inamovible en México 86, único mundial donde el Tri llegó al famoso quinto partido; Larios solamente admitió dos goles, aunque no lacanzó a detener ningún obús alemán de la serie de desempate que nos eliminó. Los resultados de México fueron estos: 2–1 Bélgica, 1–1 Paraguay, 1–0 Irak; en octavos de final 2–0 a Bulgaria y en cuartos 0–0 con Alemania, que se impuso 4–1 en penales, en Monterrey.

Repatriados. Como puestos de acuerdo, los dos opulentos clubes de Monterrey acaban de repescar a Carlos Salcido –recién incorporado a Tigres– y Miguel Layún, flamante jugador de Rayados. Su rendimiento está en veremos, pero agradecidos sí que deben estar, puesto que Carlos llevaba semanas fuera de la banca del Eintracht Franfurt y Miguel no pintaba nada desde su llegada al Villarreal, donde ni por equivocación lo alineaban. Destino muy semejante al de Nico Castillo en el Benfica, que se apresuró a ultimar su pase al América, que ha recibido al chileno con los brazos abiertos.

De distinto signo es la renuncia del veterano Carlos Salcido a sostener la idea del retiro, tentado por los dólares del Veracruz; decisión penosa, pues ningún lauro agregará a la trayectoria de quien fue reconocido internacional mexicano, ni es esperable que, con su concurso, la deteriorrada dentadura del Tiburón recobre filo.

Paliza al Puebla, debacle cruzazulina. Al Necaxa le sientan de maravilla los poblanos aires. Reciente aún su exitosa voltereta sobre Lobos, el viernes le dio un repaso completo (4–1) al endeble Puebla, perdido en defensa, chato en ataque y diezmado por la justa expulsión de Cavallini. Pero el enojo de Meza no es nada comparado con el de Caixinha, que como si no fueran poco sus líos con la prensa fue a León para caer sin apelación ante la fiera. Se puede discutir la expulsión del peruano Yotún en la jugada del penalti (19’: gol de Mena), pero no la hermosa chilena de Jean Meneses para el 2–0 (45’) ni la monocorde impotencia cruzazulina. Para colmo, Alvarado falló un gol hecho y Caraggio entregó un tiro penal.

Los que sí la hacen en Europa y los que más o menos. Este fin de semana la mención de honor sea para Raúl Jiménez, convertido en el mejor artillero del Wolverhampton al marcar el tercer tanto en la victoria de los Wolves, de visita al Everton en el histórico Goodison Park de Liverpool (1–3). Tampoco se pierden un minuto de juego Memo Ochoa con su Standard de Lieja ni Héctor Herrera, capitán y  pieza clave para el liderato del Porto en la liga portuguesa; “Tecatito” Corona, en cambio, permanece como pieza de recambio del plantel que ayer visitaba al Vitoria en Setúbal. Y desconocemos las razones por las que Héctor Moreno, titular habitual, sólo jugó 5 minutos del clásico del país vasco en que su equipo, la Real Sociedad, derrotó 2–1 al Athletic, que casi al final erraba un tiro penal.

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