La semana última se jugó dos veces el encuentro seguramente más esperado y seguido a nivel mundial: Real Madrid–Barcelona. ¿Clásico o derbi? Para europeos y sudamericanos la denominación no ofrece problema: se trata del clásico por antonomasia del futbol español. Y es que derbi y clásico no son términos intercambiables, cada uno significa distinta cosa. Pero aquí, buena parte de la publicrónica sigue haciéndose nudos y no consigue distinguirlos. Como la mayoría boga al margen de la cultura futbolística y su misión es la de propagandistas de los desteñidos torneos nacionales, se les hace fácil llamar clásica a cualquier rivalidad más o menos establecida. Para colmo, atraídos por el lenguaje de la globalización han empezado a hablar también de derbis sin acabar de entender que un derbi –así, en castellano– no es un clásico. Y viceversa.
Clásico. El término empezó a utilizarlo la crónica futbolística hace cerca de un siglo en países donde el balompié alcanzaba ya considerable arraigo. Aplicado a encuentros entre dos rivales enconados y con un buen número de partidos memorables y sucesos anecdóticos con qué dar forma a su leyenda particular. Porque sin mitología no puede haber clásico. Tampoco sin partidarios numerosos y apasionados, capaces de morir –a veces literalmente– por los colores de su equipo.
Como los primeros clásicos surgieron en países donde floreció tempranamente el fervor por este juego, si uno los repasa geográficamente, el de cada lugar salta de manera natural: así el River–Boca en Argentina, el Madrid–Barcelona en España, el Peñarol–Nacional en Uruguay, el Celtic–Rangers en Escocia, el Benfica–Porto en Portugal o el Liverpool–Manchester United en Inglaterra; otros, como el famoso Fla–Flu de Río de Janeiro, entraron en franca decadencia. Pero no tardarán en consolidarse otros nuevos.
Esto vale para lugares donde la religión del futbol tardó en incubar, hasta que algún clásico se asentó. Como en México el Chivas–América o en Alemania con Bayern– Moenchengladbach, hoy algo venido a menos debido a la aplastante hegemonía d elos bávaros. Nunca falta un clásico aún en los de países de futbol más modesto. Y aunque casi siempre enfrenta a dos ciudades rivales, no es condición indispensable. Algunas veces, incluso, se puede dar entre equipos de la misma localidad.
Para que haya clásico debe reunir ciertos requisitos indispensables. El primero, que la rivalidad de marras soporte un memorial suficientemente surtido de alegrías y agravios de cuando menos medio siglo, lo que supone un mínimo de tres generaciones de irreductibles partidarios, acostumbrados a retarse y puyarse sin tregua. En otros tiempos, estos apasionados no toleraban que uno de sus jugadores se pasara al enemigo. Hoy, la globalización y sus negocios los han vuelto más tolerantes al respecto.
Derbi. Si el clásico enfrenta casi siempre a adversarios de ciudades diferentes, en un derbi chocan equipos de la misma localidad. Claro que hay excepciones; a un River–Boca nadie en Argentina lo llamaría derbi, como tampoco a un Independiente–Racing, el clásico de Avellaneda o a un Central–Newells en Rosario. En realidad, todas las ciudades futboleras de América del Sur tiene su propio clásico, ya sea un U. de Chile–U. Católica, un Deportivo Cali–América de Cali, un Nacional–DIM en Medellín o un Corinthians–Sao Paulo en la metrópoli paulista. En cambio, en el continente europeo prevalece la denominación de derbi, ya sea para designar un Madrid–Atlético, un Milán–Inter, un Roma–Lazio o un Tottenham–Arsenal, el derbi del norte de Londres. En cambio, apenas empieza a alcanzar ese rango un choque entre los dos equipos de Manchester, United y City, en razón del precario historial del cuadro ciudadano hasta su millonario despertar de los últimos años.
Hay también ocasiones, no muchas, en que un derbi rebasa los límites de una sola localidad y sirve para designar rivalidades regionales: el derbi vasco, por ejemplo, enfrenta al Athletic de Bilbao con la Real Sociedad de San Sebastián, y el del Ruhr, en Alemania, al Borussia Dortmund con el Schalke 04, que juega en Gelsenkirschen, ambos sobre la cuenca del mítico río prusiano, una rivalidad que data de 1925.
En México. Bien consolidado está el historial de los derbis –no clásicos–entre Atlas–Guadalajara o Monterrey–Tigres, mucho más reciente este. En cambio, no puede hablarse de derbi cuando se enfrentan Puebla y Lobos, será el tiempo y la historia de esa posible rivalidad lo que decida si cabe o no la denominación. ¿Y el América–Cruz Azul? ¿Y el Pumas–América? ¿Qué vienen siendo? Derbis, a lo sumo. Para contrariedad de quienes se apresuraron a llamar “clásico joven” al primero, o de los empeñados en convertir en clásico un duelo de barras bravas en el caso del segundo.
A propósito. Generosa en clásicos y derbis fue la semana ida. En España, la nota no estuvo tanto en la doble victoria catalana en el Bernabéu –0–3 la semifinal copera y 0–1 el encuentro sabatino de Liga–, como en el hecho de que, por primera vez desde 1929, la cuenta de partidos ganados y perdidos se inclina en favor de los blaugranas por 96–95 (y 55 empates). En la bundesliga, el clásico Bayern–M’gladbach lo resolvieron los bávaros con insultante facilidad (5–1), para alcanzar en el liderato al Borussia Dortmund. Y hubo derbis en Londres (Tottenham 1–1 Arsenal, con los gunners errando un penal en el tiempo compensado), Roma (Lazio 3–0 AS de Roma), Liverpool (Everton 0–0 Liverpool) y Avellaneda (Racing 3–1 Independiente). Por referirnos solo a los más sonados.
Ruleta rusa. La juega quien se apunte como DT de algún equipo mexicano. Porque, automáticamente, queda condenado a vivir un drama: el trafi–agente lo engancha, le cobra jugosa comisión y acto seguido lo abandona a su suerte, como hacen los polleros que avientan paisanos nuestros tras la frontera norte y una vez en el imperio que la virgen los cobije. En nuestro futbolero caso el imperio se llama Televisa y la estación de paso del afanoso DT es cualquiera de las franquicias de nuestro futbol. Y una vez ahí, que Dios reparta suerte.
Este año, no la tuvieron de su lado ni Paco Ayestarán ni David Patiño ni Enrique Meza ni Rafa Puente ni Roberto Hernández ni Hernán Cristante. Y mientras prenden veladoras Siboldi (Veracruz) y Hoyos (Atlas), Caixinha tomó providencias de este modo peculiar.
Iluso el luso. Con la lumbre en los aparejos, el DT del Cruz Azul abrió el fuego la mañana del lunes convocando a los reporteros presentes en la Noria para formular ante ellos su autodefensa. Según su dicho, tiene contrato firmado hasta junio de 2020 y la directiva cementera, de seria que es, va a respetarlo sin omitir puntos ni comas. Y como ningún directivo salió a apoyarlo, la plantilla en pleno, con su capitán Corona como voz cantante, lanzó al día siguiente un video de cierre de filas en torno a su DT que es de lo más cómico que últimamente han dejado ver las redes sociales. Cuesta trabajo, a la vista de tan inesperada manifestación solidaria, no imaginar que la mano que mece la cuna pertenece al jefe de filas de los artistas del balón tan repentinamente unificados en su defensa. Sobre todo a la vista de la dispersión que vienen mostrando sobre el césped, con el empate reciente en Veracruz como prueba definitiva de que un vestidor roto y a la deriva.
Patético. Dirán los cementeros que el 2–1 sobre Necaxa les da un respiro. Pero quien haya visto ese partido difícilmente encontrará palabras para describir algo tan rematadamente malo: en 90 minutos no se vio una gambeta limpia, ni tres pases ligados ni individualidades ni conjunto ni técnica ni táctica ni señas de que allí hubiera 22 profesionales del balón. Un ladrillazo. Y como condimento, peleas entre los cruzazulinos Aguilar y Méndez a la vista de todo mundo. Como para borrar el dichoso videíto.
Chivas en picada. El Monterrey volvió al buen camino en el corral de las Chivas, derrotadas 0–2 con sendos misiles teledirigidos de Dorlan Pabón. El accionar del rebaño recuerda el caracoleo estéril que inspirara a Manuel Seyde la denominación de ratones verdes, aplicado con ingenio y tino ejemplares al glorioso Tri.
Lobos, sudada victoria. Con uñas y dientes defendió una diezmada manada la ventaja de 2–0 en que la colocaron un par de cañonazos rinconeros (Da Silva y Láynez) ante unos Pumas tan hambrientos como poco atinados, salvo en el frentazo de Gonzalez bueno para el 2–1 definitivo. El héroe del día fue Toño Rodríguez, arquero con dotes de taumaturgo.
Al Puebla, en cambio, los humoristas de la Primera División le programaron su partido para hoy lunes por la noche. A ver quien se acerca al Cuauhtémoc para disfrutar su tórrida batalla contra el atrevido Querétaro. Urge la victoria, por el equipo y por el Chelís.