Es en el momento mismo de la
desgracia cuando uno se acostumbra a la verdad.
Albert Camus
La naturaleza no tiene sentimientos, obedece a sus propias leyes. Así ha sido y así será. Eso fue lo primero que aprendió el Homo sapiens y así fue creando una y mil maneras de protegerse de ella primero y aprovecharla después.
Esta relación ha sido ventajosa para la humanidad, siempre que ha mantenido el debido respeto y la sana distancia. Es cuando, por ignorancia, imprudencia o soberbia, agrede y violenta el equilibrio que la naturaleza se da a sí misma, cuando le va como en feria.
Los bosques, laderas, cuencas, arrecifes, manglares, pantanos y un sinfín de maravillas juegan, sin duda, un papel relevante en lo que hoy llamamos equilibrio ecológico, del cual se benefician todas las especies vivientes, los humanos primero. Así que no se puede culpar a los “fenómenos naturales” de la desgracias que acarrea el no respetar y cuidar ese equilibrio.
Esto es lo que, entre otros temas prioritarios, debiera enseñarse en las escuelas y en la tele, pero empresarios, maestros y políticos andan en otra onda. Es por ello que las tragedias se suceden con mayor frecuencia, sobre todo porque las manchas urbanas se expanden como el cáncer, sin cura ni control.
Y a los estragos causados por terremotos, maremotos, inundaciones, incendios, desgajamientos, et al, se suman otras desgracias que, menos aún, se pueden achacar a la naturaleza. De ellas se habla poco porque se considera de mal gusto hacerlo. En primer lugar el saqueo. Muchas veces cometido por los uniformados y personal encargado de desalojos y rescates. Es la principal razón esgrimida para negarse a abandonar hogares y comunidades. Entre la seguridad y la propiedad, la elección no es fácil, sobre todo entre los más jodidos.
En seguida viene la corrupción oficial que comienza con el trapicheo político de la tragedia, acompañado por la distribución sesgada y discrecional de los apoyos en especie y el nebuloso destino de las ayudas monetarias. Y luego viene lo más jugoso, la especulación con los destrozos y el reparto convenenciero de los recursos del Fonden, una verdadera piñata. En toda esta cadena de abusos la transparencia y la rendición de cuentas brillan por su ausencia.
También se hace presente, faltaba más, la corrupción privada. So pretexto de auxiliar a las víctimas, surgen tremendas campañas publicitarias, más o menos encubiertas, de bancos, televisoras, tiendas de autoservicio y otras grandes firmas, sobre la que se montan otras empresas y particulares ávidos de usar los donativos para especular y evadir el pago de impuestos, tipo Teletón. Acá tampoco se llega a saber cuánto se juntó y quienes y donde están los beneficiarios reales o supuestos. Misterio.
Toda esta tenebrosa maraña es arropada por las cantarinas voces de los locutores de radio y televisión, para darle los necesarios tintes dramáticos a la hecatombe y apurar la coperacha.
Hace unos días mi entrañable amigo Marcelino Perelló escribió un excelso artículo en el que sostiene que, a diferencia de la literatura, donde la relación entre “creador y receptor” es directa, en las artes escénicas la intermediación es obligada. “Tanto en el teatro como en el cine, la cadena posee numerosos eslabones, que pueden ir desde media docena hasta algunos cientos, en las superproducciones más ambiciosas. El objetivo de toda esta parafernalia no es otro que el de hacer creíble la mentira intrínseca en la propuesta dramática. El actor miente. Es un impostor… el elemento esencial de todo el engaño es precisamente el espectador. Sin su aceptación tácita a dejarse engañar todo el enrevesado montaje carecería de sentido”.
Luego viene la parte que ahora me interesa destacar: “El dispositivo ficcionalescénico, no obstante, deja de ser ingenuo cuando se traslada a la televisión. Es ahí donde se vuelve perverso. La artimaña televisiva es la siguiente: el ciudadano es convertido en espectador a través de los programas de ficción explícita. Una vez asumida esa condición, implantada su disposición crédula indispensable para gozar del drama o de la comedia, se lo somete, sin pausa ni advertencia, a otra forma mucho menos noble de impostura, la publicidad. El comercial aprovecha el estado de gracia cándido autoasumido por el televidente para exprimirlo, y hacerle comprar cuanta jalada”.
Y culmina: “Los medios utilizados por la impostura comercial son hoy en día mucho más sofisticados y eficaces que los de la literaria. Y ojalá el asunto quedara ahí, pero después, revuelto con las telenovelas y los comerciales se entromete, como quien no quiere la cosa, el noticiero, que utiliza la indefensión del espectador, que permanece con las defensas bajas, para enjaretarle cuanta patraña, más o menos edulcorada. Es de ese triple play tóxico que la televisión adquiere su enorme poder condicionante. Amaestrador”.
Por eso la confrontación de Carmen Aristegui con Laura Bozzo y Televisa no es para nada anecdótica. Carmen y un puñado de reporteros y periodistas de a de veras, desnudaron la metodología de las televisoras para engañar a la audiencia y pasarle gato por liebre. Y como dice Marcelí, ojalá todo quedara en la farsa de una vieja loca, pero no es así. Es la misma engañifa utilizada para promover la imagen de los políticos a modo y desprestigiar a los “peligrosos”.
Así que como decía aquel “gustado” comercial: ¡mucho ojo!
Cheiser: Leído en Proceso. En solo tres días el gobernador Rafael Moreno Valle evidenció lo que entiende por política: el día del Grito gastó una fortuna en la contratación de personajes de la farándula y, tres días después, mientras miles de familias poblanas sufrían a raíz de los huracanes Manuel e Ingrid, consideró oportuno irse de gira a Estados Unidos para impartir la conferencia Una mirada al interior de Puebla. No pos sí.