Jueves, abril 25, 2024

Buscando a Martín Ramírez: el concurso de arte promovido por el Centro de Integración Psicológica y Aprendizaje (CIPAAC) de Puebla

“…el arte trasciendemejor dicho ignoralas distinción entre las frágiles fronteras de la salud y la locura, como ignora las diferencias entre los primitivos y los modernos”.

Octavio Paz

 

El concurso, iniciado en 1999, tendrá su ceremonia de premiación y entrega de diplomas este año en la Biblioteca Central de la BUAP (Blvd. Valsequillo esq. Las Torres; la fecha y hora será anunciada en el programa “Abriendo Cancha” de Radio BUAP). Participaron casi una veintena de instituciones dedicadas a la educación y capacitación de una población conocida como de “discapacitados intelectuales”. En realidad son escuelas que reúnen a personas con distintas etiologías médicas; es decir, con distintos diagnósticos o síndromes médicos y cuyas edades biológicas también son variados. Nosotros creemos, sin embargo, que son personas que no se distinguen solo por su “discapacidad”: son niños, a veces adultos maravillosamente niños, algunos destinados a una corta existencia y no por eso sin deseos, necesidades, esperanzas, frustraciones e ilusiones como cualquiera. Son personas cuyos derechos ciudadanos no están, además, plenamente reconocidos ni respetados.

El concurso (que a través de los años fue promoviendo talleres de arte en diversas instituciones y más allá de Puebla), particularmente por el tesón de Rosa Isela que coordina la enseñanza, apuntó siempre a que la promoción de la creación artística en estos alumnos no tenía solamente una función terapéutica; sino que con la apertura de un espacio para que se expresen artísticamente, y en la promoción de la obra que producían, se empezaba a derribar prejuicios que impedían a estas personas descubrir una vocación o disposición (o no) por el arte.

Desde la primera mitad del siglo XX cuando se acuñaron los términos “Ousider Art” y Jean Dubuffet definió lo que llamó Art–Brut como una de mayor influencia en su propia obra, creo que hemos avanzado al reconocimiento que esta estética construida en los “márgenes” o a la “intemperie” nada tiene de “outsider” salvo en la discriminación (considerada alguna vez “disfuncional” con respecto a parámetros de normalidad dominante; producida por culturas mal llamadas “primitivas” o son obras de pacientes en instituciones siquiátricas o carcelarias, excluidos del “establishment” que sancionaban lo que es “arte). Por eso dirijo la atención del lector sobre la obra inmensa de Martin Ramírez (dos dibujos coloreados de gran formato acaban de ser incorporados a la colección del Museo Menil de Houston) que estuvo oculta y dispersa, lejos de los centros artísticos por muchos años hasta que fue descubierto y es hoy reconocida por críticos y curadores como obra mayor del arte contemporáneo mexicano y mundial. Ramírez, sin embargo, realizó toda su obra en el más hondo silencio (renunció a la palabra dice Octavio Paz) recluido y aislado hasta el día en que murió en 1960 en un ala siquiátrica de un hospital del estado en Los Ángeles California a donde había emigrado buscando trabajo en plena revolución mexicana.

El arte es un misterio, un hacer humano insondable. Ciertamente no se enseña ni se aprende en un salón de clases y el artista no se hace sino más bien solo se descubre a sí mismo en el oficio de crear. Pero ese oficio requiere un entrenamiento de larga duración y el desarrollo de un lenguaje “íntimo” como decía O. Paz, uno que “se basta a sí mismo” y que trasmite al espectador algo más de lo que la palabra “arte” constriñe. Quiero decir que la creación artística para que sea posible también necesita que se fomenten los espacios para su hacer: materiales y salones sin distracciones para el desarrollo del trabajo; entrenamiento de la mirada en las distintas tradiciones artísticas y ensayos en lenguajes del gran arte mundial; así como un diálogo sin correcciones con personas que practican el oficio y que pueden acompañar la práctica artística incluso más especializada entre personas con “discapacidades”.

No quiero decir que todos los que participan en estos talleres y en este concurso de CIPAAC serán o son artistas, como tampoco lo son todos los que se entrenan en escuelas de arte (bellas o no); menos aún que serán creadores de una gran obra ( o siquiera una “obra”) El arte pareciera una disposición individual, una comunicación simbólica de un encuentro individual con el mundo que más bien se parece a esa “gracia” que pensaba San Agustín y que desciende sobre unos y no otros sin por qués y sobre el cual poco, además, se puede decir. Pero es importante reconocer también que toda búsqueda artística implica el entrenamiento en el oficio y recursos materiales (como apoyos institucionales), mínimos si se quiere, carentes en la mayoría de estas instituciones dedicadas a los “discapacitados intelectuales”. Salvo que las familias cuenten con recursos, los alumnos “discapacitados intelectuales” raras veces acceden a los mínimos requerimientos materiales y más bien crean obras de arte contra viento y marea y por el solo impulso de una necesidad de expresarse que todo su entorno obstaculiza. El Concurso de CIPAAC muestra esto de manera dramática: aquellas instituciones que logran recursos para invertir en la creación artística de sus alumnos obtienen resultados más originales en la obra plástica que presentan sus alumnos al concurso (Kadima de Huixquilucan en el estado de México o La Fundación Down de Puebla y el mismo CIPAAC entre otras).

El arte que este año CIPAAC va a exponer es diverso en calidad y propuestas; pero en su conjunto es un aporte cultural invaluable para el público que lo observa: impulsa al espectador a liberarse de una realidad social y material que ningunea e ignora todo lo que le cuestiona. Y que en su defecto priva a la cultura de la energía y gran felicidad visual e imaginativa que aportan estas personas. Yo como jurado siempre he celebrado lo profundamente subversiva que resultó en mi mirada el acercamiento con esta estética otra.

 

 

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