Miércoles, abril 24, 2024

Ayer, por primera vez en visita presidencial, los de abajo estuvieron adelante

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Apretujados contra las ventanas, los niños que estudian la escuela primaria pública Carlos Ismael Betancourt de Huauchinango, gritan: “¡Obrador!, ¡Obrador!, ¡Obrador!”, “¡presidente!, ¡presidente!”. Los que pueden extienden sus brazos y hasta sacan una parte del cuerpo, como si en verdad pudieran alcanzar al tabasqueño de 65 años que abajo encabeza el primer acto de gobierno de la Cuarta Transformación en Puebla.

Las labores en el plantel escolar oficialmente no se han suspendido la mañana fría de este 24 de enero, pero de facto sí pasaron a segundo término, al menos durante la hora y media que dura el acto presidencial.

El ambiente que prima no es el típico de una visita de primer mandatario, de entrada porque es notable la ausencia del Estado Mayor Presidencial: prácticamente cualquiera tiene acceso y en momentos reina el desorden. No hay calles bloqueadas con vallas ni tanquetas o uniformes policiacos y militares, aunque sí hay un par de vehículos camuflados y un piquete de soldados dispuesto discretamente en el área. Tampoco se colocaron aduanas para la detección de metales.

Es tal el relajamiento que afuera del plantel se han apostaron vendedores de parafernalia: playeras, gorras, muñecos, tazas, llaveros, plumas, sombrillas de color vino, negro y blanco, los colores de Morena y las iniciales AMLO. A las consignas históricas de las campañas –“¡Es un honor estar con Obrador!”– se ha agregado, sobre los mismos productos, la exclamación más popular de estos primeros días de gobierno: “¡me canso ganso!”.

Sí, más que un acto protocolario parece que lo que se avecina un mitin. El maestro de ceremonias no hace ensayos de porras a las autoridades, previo al arribo de estas y cuando el protagonista aparece, sucede algo que, al menos en Puebla, jamás había ocurrido con presidente alguno en las dos décadas recientes: hombres, mujeres, niños y ancianos lo reciben con una ovación genuina que estremece: “Lo tratan como al papa”, acierta a exclamar una periodista que no es para nada simpatizante de López Obrador, pero parece afectada por la emoción.

“¡Es un honor estar con Obrador!”, “¡es un honor estar con Obrador!”, “¡no estás solo, no estás solo!” y “¡presidente, presidente!” son los clamores que se mezclan enjundiosos, emitidos por una multitud eufórica. Quienes se encuentran al paso del primer mandatario, lo abrazan, lo besan, lo acarician o solo lo tocan; hay mujeres y niñas que ante su cercanía, rompen en llanto. Alguien le grita al delegado del gobierno de la República en Puebla, Rodrigo Abdala Dartigues: “¡Rodrigo!” y el funcionario se voltea emocionado. El hombre le entrega entonces unos libros y le dice: “Dile al presidente que me los firme”. Es una colección de volúmenes de los que el tabasqueño es autor.

El gobernador interino, Guillermo Pacheco Pulido, inicia con su arenga. La gente le chifla, le mienta la madre: “¡Cállate priista!”, se escucha en voz de una señora. El discurso es breve, no demora más de cuatro minutos.

Pero cuando López Obrador toma los micrófonos hay una suerte de diálogo con la audiencia. Señaló, sin decir sus nombres, a los panistas Martha Érika Alonso y Rafael Moreno Valle, y la gente los repudia. Él calma los ánimos diciendo que su muerte es una tragedia. Cuando pronuncia el nombre de Guillermo Pacheco Pulido, vuelven los insultos, pero el líder también los apacigua diciendo que celebra que el priista sea el gobernador interino de Puebla.

Así pasa cuando habla del combate al robo de los hidrocarburos, cuando explica los programas de su gobierno, cuando enfatiza sus propósitos como presidente. La gente le manifiesta su apoyo, como si se tratara del coro de una obra del teatro griego clásico. Se escucha varias veces que mujeres gritan: “¡Dios te bendiga!”. Un joven logra filtrarse y llegar hasta el presidente, quien lo saluda sorprendido. El chico le entrega una suerte de pergamino y López Obrador lo invita a sentarse junto al resto de quienes presiden el acto.

Esos que están al frente, en el entarimado, no son en su mayoría representantes de la clase política o empresarial, como solía ser siempre antes. Ahora, amén del presidente y el gobernador, se encuentra el edil anfitrión y el resto son campesinos, jóvenes, mujeres, personas con alguna discapacidad.

Lo mismo sucede entre el público, todas las filas de la sección principal no han sido reservadas para los poderosos que utilizaban estos actos para hacer pasarela y lucir sus atavíos de lujo ofensivo en un país como este. Ahora ahí están sentados hombres y mujeres humildes, niños y niñas, personas con capacidades diferentes, casi todos víctimas de la pobreza. Esta vez, por primera vez en Puebla en un acto gubernamental, de verdad los de abajo han estado adelante.

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