La gran ventaja de AMLO sobre los demás contendientes, que señalaban las encuestas, no sólo se comprobó sino que se amplió. Ello permitió una puesta en escena ejemplar de la democracia mexicana. Todos cumplieron su papel en las elecciones más grandes en la historia del país.
No queda más que felicitar al vencedor y a los vencidos, felicitarnos todos por la alta participación y el ambiente de concordia que se vivió en lo general, a no ser por algunos incidentes violentos y graves, aunque localizados, en algunas casillas de Puebla, Oaxaca y otros estados. La violencia del crimen organizado no pudo frenar la manifestación democrática que se observó en la jornada electoral.
Ni el PRI ni el PAN pudieron sacudirse jamás la marca del fracaso y la vergüenza de sus gestiones anteriores. AMLO tomó la iniciativa de principio a fin y los otros no tuvieron nada atractivo que ofrecer. Anaya nunca pudo explicar sus propuestas avanzadas y se limitó a hablar el lenguaje en su defensa interminable que terminó siendo increíble para la mayoría. Meade ni en el final dejó de dar la imagen de recibir instrucciones del más desprestigiado de todos, el Presidente Peña Nieto.
Las circunstancias, los astros y los protagonistas principales actuaron en favor de AMLO, sin proponérselo o por decisión del mal menor. El propio Presidente pareció apoyar, en esta perspectiva, la alternancia por la izquierda.
El discurso de AMLO la noche del 1º de julio fue sumamente conciliador. Logró su objetivo. El peso ni se movió. Más allá de reiterar sus propuestas de fortalecer el mercado interno, apoyar a la juventud y a la tercera edad, o de revisar puntual y legalmente los contratos de la reforma energética, apostó a la estabilidad económica con todo lo que ello implica. Casi casi fue una propuesta de administración honesta del modelo neoliberal sin los excesos que lo han caracterizado.
Es muy pronto para decir algo sobre el rumbo que en definitiva tomará su gobierno. La verdad, sin embargo, es que la cuarta transformación de la República en cierto sentido se empezó a vivir el 1º de julio. El largo proceso de la transición a la democracia puede llegar, con la alternancia que nos faltaba experimentar, a su consolidación.
Eso, lo diría Berlin, suena muy aburrido. Pero sería extraordinario que se aprovechara la oportunidad formidable que se ha creado. AMLO dice tener la ambición de llegar a ser un buen Presidente. Ya no emuló a Juárez, Madero o Cárdenas, y también le bajó un poco al culto de su personalidad. Su gobierno dejó atrás los gobiernos divididos y con minoría en el congreso. Su estilo personal, inevitable, no necesariamente estorba para que llegue a ser un buen Presidente.
Se ha dicho que las expectativas abiertas son enormes así como las exigencias morales. Muy difíciles de cumplir. Pero al país le viene muy bien un intento de equilibrar el mercado y fortalecerlo internamente, además de la propuesta de regeneración moral.
Al llamado de reconciliación puede seguirle la propuesta de un nuevo compromiso histórico (equiparable al postrevolucionario) entre las principales fuerzas políticas del país para consolidar la democracia a través de la lucha contra la impunidad y la corrupción y, con la justicia, desarrollar una nueva estrategia contra la inseguridad y la violencia. Ello puede también crear condiciones para plantearse metas comunes de mediano y largo plazo contra la pobreza y la desigualdad, por la reforma social, el desarrollo sustentable y la prosperidad económica.
Por supuesto que no dejan de estar presentes las otras propuestas de la campaña que darían al traste con esta posibilidad y nos llevarían a la polarización, sobre todo en el tema educativo.
El bono ganado por su triunfo y algunas partes de su discurso me llevan a pensar, sin embargo, que la cuarta transformación es factible si se le enmarca en eso que las luchas sociales de hace más de 60 años señalaron y que hoy está al alcance de la mano: la consolidación de la democracia.
Si el estilo personal no es sólo eso, sino un verdadero retorno del caudillo, y las propuestas se traducen en aislacionismo, estatismo, corporativismo y abuso de la presidencia, que también se expresaron en la campaña, se abriría paso una simple restauración y, con ella, otra frustración más de la sociedad mexicana. Como dijera AMLO, ni dios lo quiera.