Martes, abril 23, 2024

Alemania y “la faena hecha”

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Concluyó la XX Copa del Mundo y esta columna toca a retirada. Pero no sin antes revivir algunos de esos remalazos con que Brasil 2014 marcó nuestras emociones o deja para la reflexión. Pues si la experiencia no miente, un mundial señala las tendencias que han de prevalecer en años subsecuentes. Y en este caso, las encarnan dos actores fundamentales: el campeón Alemania –en su versión más armoniosa, diríase que guardioliana–, y por supuesto Brasil, la gran decepción del certamen, penitente del empeño por negar sus propias raíces, su tradicional culto al juego y al balón, a cambio del postizo implante de un brutalismo de la peor especie.

 

La faena hecha

 

En tauromaquia se suele censurar en el principiante despistado la pretensión de llevar a la plaza una faena premeditada hasta en sus menores detalles, propósito que inexorablemente chocará con la realidad del toro concreto, dueño de su carácter y temperamento propios, y poco dispuesto por tanto a colaborar con ensoñaciones ensayadas previamente.

Algo similar advierto en la mayor parte de las reseñas del Alemania–Argentina, que si como futbol superó con mucho –y qué bueno– todo lo visto en las mediocres finales que van de 1990 a 2010, posteriormente iba a resultar en un concierto de juicios y comentarios monótonamente dedicados a elogiar la victoria alemana como algo no solamente inobjetable, lógico y justo, sino incluso inevitable: fue el mejor equipo de la Copa, mostró un futbol no sólo eficaz sino más vistoso y disfrutable que ninguna otra mannschaft conocida y mantuvo a los argentinos a la defensiva como única fórmula para evitar la goleada. Éste fue, ni más ni menos, el esquema más repetido en las crónicas y descripciones del suceso. Y huele a faena hecha, a reseña escrita de antemano.

 

Apuntes de la final

 

Echo un vistazo a mi libreta. Allí consta que la cautela inicial –nada para nadie– la rompió el infantil error de Kroos  –uno de los alemanes más loados– y con él la primera gran ocasión del partido, errada por Higuaín (20’). Bien anulado por off side el gol de éste a los 29’, ya con Messi pegado a la banda izquierda, el flanco más débil de la defensiva germana. La Pulga vuelve a desbordar por ahí –y sería su última jugada útil–, llegaría hasta la raya y casi al poste: sacó a Neuer y despejó oportunamente Boetang, el mejor de la defensa germana en la final.

A los 40’ hay ya dos alemanes amonestados: Schweinsteiger y Höwedes, éste por una entrada de roja sobre la rodilla de Zabaleta. Lo perdonó Rizzoto y casi abre el marcador a los 45’, cuando su remate de cabeza lo repele el poste para ser tomado enseguida por Romero, con Klose fuera de juego. Hacia final del primer tiempo, Alemania ha revertido el control que, desde posiciones conservadoras, había ejercido Argentina a lo largo del período.

 

Segundo tiempo

 

Constará de dos partes bien diferenciadas: en la primera –20–25 minutos– los ches algo adelantan líneas y Alemania acusa desconcierto. Messi, colándose por el centro en rápida combinación de su delantera –primera y única del partido– llega a posición de gol pero lo falla por centímetros: era un penalti en movimiento y es un yerro imperdonable (46’). A los 56’, Neuer arrolla a Higuaín dentro del área tras un despeje con los puños. El posible penal dependería de que el balón estuviese aún en juego y queda la duda. A quienes recordaron instantáneamente la agresión de Schumacher a Battiston en España 82 habrá que señalarles que, en el caso presente, el arquero jugó previamente la pelota. Como sea, son acciones  –ésta y la de Messi– que evidencian cuál de los dos equipos se ha acercado más cerca al gol. Alemania toca en el medio campo pero no encuentra caminos. Amarilla a Mascherano por barrerse a destiempo (63’): el jefecito no es el mismo que contra Holanda. En cambio, Garay y Biglia están ofreciendo un partido impresionante. Por el lado alemán solamente Lahm y su regularidad ya legendaria. Se van Higuaín y Pérez, entran Palacio y Gago. Sin Enzo, Argentina decae. Göetze por Klose a los 87’. También entró Schürrle, dos actores decisivos en la acción del gol. Pero, por lo pronto, nada más sucede y habrá prórroga.

 

Agotamiento y golazo

 

Abre Alemania con un casi–gol que Romero evita, rechazando con firmeza el fusilamiento de Göetze a pase corto del rubio Schürrle. Pero a los 95’ se tapa Hummels y Palacio encara solo a Neuer pero echa a un lado del poste derecho su defectuoso tirito bombeado. Es la tercera gran ocasión albiceleste, tan mal gestionada como las dos anteriores (Higuaín y Messi). Será, también, la postrera señal de vida por parte de una Argentina exhausta, que carga el lastre ya pesado de un día menos de descanso y la prórroga de semifinales contra Holanda.

Es bajo esta premisa que Schürrle, pegado a la banda zurda, escapa de Zabaleta, con Göetze yendo al encuentro de su centro bombeado, que Demichelis no alcanzó a cortar. Lo demás es cosa sabida y harto repetida: el pecho que recibe y acomoda virtuosamente la pelota y el fulgurante remate cruzado al palo contrario de Romero. Sin más ya respuesta que la brutalidad de Agüero, al golpear con el puño en alto el rostro de Schweinsteiger  –el sangrado lo reviste de héroe doliente de esta final–, y la reiteración del pésimo momento que vive Messi, cuando desperdicia la última oportunidad, ya con el tiempo cumplido, enviando su tiro libre muy por encima del arco de Neuer. Telón, júbilo alemán y lógica pesadumbre che. Con el añadido decididamente ridículo que supuso premiar oficialmente a Lionel Messi como “mejor jugador del torneo”. Las cosas de la FIFA.

Pero, ¿verdad que este relato, tomado de unas anotaciones frías y puntuales, no muestra por ningún lado esa presunta superioridad alemana con que se llenaron ad nauseam páginas de diarios y espacios radiofónicos y audiovisuales? En cambio, saca a relucir abundantes detalles que, en la simplificación y la prisa por rendir pleitesía al vencedor, casi todas las narraciones omitieron.

 

El 1–7

 

Imagino que mucho pesó en el ánimo de los cronistas el recuerdo de la memorable paliza teutona a Brasil. Allí sí, y especialmente en esos seis minutos trágicos y sus cuatro goles consecutivos  –22 al 28 del primer tiempo–, los alemanes hicieron gala de un virtuosismo desconocido mediante la simple fórmula de resucitar el valor de la finta y el toque al hombre desmarcado. Claro que para llegar a eso, precisaban establecer superioridad numérica sobre una zaga que, en esos momentos, se encontraba más perdida que Pinocho en el vientre de la ballena. Literalmente, los brasileños se burlaban solos, como en esos encuentros en que la selección del colegio entrena contra los más malos del salón. Ni qué decir tiene que esa sensación de aplastante superioridad alemana no fue lo que predominó a lo largo de la Copa. Salvo en su presentación contra Portugal, Alemania no volvería a encontrar tal cúmulo de facilidades. Y pese a las innegables huellas del tiquitaca marca Guardiola que los seis hombres del Bayern Múnich llevaron a Brasil con la mannschaft, no puede decirse que dominaran de manera concluyente sus demás partidos, sobre todo cuando enfrentaron a los africanos de Ghana (2–2) y Argelia (2–1 en tiempos extra). Siempre se percibió en Alemania el peso de un equipo hecho –el único del mundial con mayoría de integrantes de un club nacional–, pero ninguno les regaló a los teutones el cúmulo de facilidades técnico–tácticas ni el desplome anímico que los de Scolari la noche fatal del mineirazo.

 

De la necesidad hacer virtud

 

Fatal o afortunada, según se mire, porque ese Brasil de caricatura, que basaba su fuerza en himnos, rezos y faltas al por mayor, no en su inexistente futbol, tendría que llamar a conciencia a los responsables para enmendar el camino y volver a las fuentes primigenias. El problema está en que federativos y dirigentes de clubes van serán los mismos por quién sabe cuánto tiempo. Que se seguirán vendiendo a Europa futbolistas en ciernes y ofreciendo partidos fulastres a las menguadas hinchadas locales. Y que, durante un lapso indeterminado, los efectos del mineirazo van a paralizar conciencias y seguir revolcando autoestimas en todo el país.

Habrá que ver cuánto dura el duelo, qué tanto se les permite a los corruptos seguir aferrados al poder y, sobre todo, qué tiempo tarda en reaccionar el pueblo y los jugadores en recuperar para sí el espíritu del Tri y el estilo de la incomparable escuela brasileña de la segunda mitad del siglo XX.

 

La Concacaf

 

Se discute cuál de los representativos de la zona ostenta el número 1 una vez concluido el mundial. Discusión ociosa, porque salvo Honduras, los otros tres, cada cual a su manera, tuvieron un más que digno desempeño. Estados Unidos alcanzó los octavos de final y con su bloque inalterable, un arquero notable y un futbol bravo, simple y asociado, complicó a todos los rivales, incluida Alemania. Costa Rica fue el caballo negro de la justa, capaz de superar con muy buen futbol a un grupo a priori inexpugnable –plétora de excampeones mundiales que sucumbirían ante los ticos– y terminar invicto la justa, vencido en penales por Holanda en cuartos de final tras una demostración memorable de Keylor Navas, para mí el portero de la Copa.

Y México, más cerca que nunca del quinto partido, se caracterizó, más que por la calidad de su juego, por la entrega de sus hombres y la solidaridad de unos con otros a lo largo del certamen. Habrá que agradecerles –a ellos y al Piojo– el cúmulo de emociones que nos fueron regalando, desde Guillermo Ochoa hasta el último suplente, con notas altas para el arquero, y a ratos para Márquez, Vázquez y Herrera. Lamentar la inoportuna suspensión del Gallito y la ausencias de los también leoneses Montes y Peña –uno por lesión y el otro por decisión de Miguel Herrera–. Y preguntarnos cómo evitar, en el futuro, que un desconcierto casi supersticioso invada a futbolistas de tan probado valor a la vista de la tierra de promisión de los cuartos de final, pues es un hecho que los rivales –lo mismo da Holanda que Alemania, Argentina o Estados Unidos– huelen el miedo y se dejan venir con todo, justo cuando a los nuestros tienen más perdida la compostura.

 

Porterazos

 

Fue, sin duda, el mundial de los porteros. A contar: Neuer, Romero, Navas, Ochoa, Howard, Ospina, Courtoise, Enyeama, Benaglio. Y como extraño añadido, el parapenaltis holandés Tim Krul, rescatado del banco por Van Gaal para sustituir al titular Cillessen al filo del minuto 120, sin otra misión que detener los misiles ticos en el desempate. Tarea que cumplió a cabalidad.

 

Numeralia y clavados

 

Ha sido un mundial invadido por números de todas las especies, sentidos y sinsentidos. Como si algo significara recorrer más kilómetros que nadie durante un encuentro, disparar a tantos kilómetros por hora o tirar pases y más pases hasta completar varios centenares durante la Copa. Ni siquiera la posesión es demasiado relevante (Brasil superó en esto a Alemania el día del 1–7).

Y en el capítulo de faltas –dejando de lado los repetidos errores arbitrales y la anécdota lobuna de Luis Suárez, temas ambos en que la intervención de la FIFA resultó tan evidente como lamentable–, la tendencia a volar, echar maromas y clavarse con vocación claramente acuática creo que pone al arbitraje ante la disyuntiva de, eventualmente, mostrar tarjeta tanto a quien cometió una falta, como al que la exageró, poniendo a contribución dotes parejamente circenses e histriónicas.

Fue el caso del holandés Arjen Robben, en quien ya no se sabe qué admirar más, si su explosiva calidad futbolística o los lances de ballet que al menor toque de un rival ejecuta, con singular plasticidad y maestría.

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